miércoles, 28 de julio de 2010

Viva mi pueblo

Publica hoy El País, en algo que viene siendo raro últimamente, un interesante reportaje sobre los municipios.

Entre las cosas que echo de menos de no ser español de nacimiento es que me falta esa figura tan profundamente cañí que es el pueblo de uno. Uno puede ser madrileño gato de seis generaciones, pero eso no es impedimento que, verano tras verano, los pasos de uno acaben llevándole a la aldea perdida de Cáceres de donde el tatatarabuelo salió por pies allá por el reinado de Isabel II. Y, con el pueblo, vienen las inefables actividades: el combo guisote + siesta en casa de la abuela; las picaduras de insectos en sitios aparentemente inalcanzables; la adolescente noche en la “discoteca” del pueblo, donde Daddy Yankee es novedad, etcétera, etcétera.

Y parte prácticamente imprescindible de la Spanish Hometown Experience es la figura de “el pueblo de al lado”: todo pueblo que se precie tiene un pueblo de al lado al que tirarle pullas, y en ciertos casos cantos rodados. Y es por eso que cada vez que un pobre ingenuo habla en voz alta de racionalizar el número de municipios, inmediatamente se desata una abominable marea de insulto y dolor.

Porque las cosas como son: España tiene demasiados municipios: 8.115, uno para cada 5.786 habitantes. Podemos, sin ningún reparo, practicar uno de nuestros deportes nacionales y echarle la culpa de ello a los franceses, de quienes copiamos el sistema municipal. Nuestros vecinos del norte son aún más tremendos: tienen 36.781 comunas, una para cada 1.780 habitantes.

Todo esto empieza con la Constitución de Cádiz, que convirtió a la parroquia en el distrito electoral mínimo. Por casi toda España empezaron a surgir “ayuntamientos constitucionales” en cada una de las parroquias, donde quiera que no existiesen ya ayuntamientos: es decir, en todas partes, excepto en las ciudades y en la fachada atlántica del país. Y la consecuencia de esto es que se derivaron al ámbito civil los antagonismos ya existentes en el ámbito religioso. Y en un país donde las procesiones acababan a pedradas (la expresión “acabar como el rosario de la aurora” no existe porque sí) esto garantizaba garrotazos para el futuro.

En un estado del bienestar, es imprescindible tener entidades administrativas subnacionales a escala humana, como pueden ser los barrios en las ciudades o los pueblos en las zonas rurales. El problema reside, a mi entender, en que esas entidades administrativas son, a su vez, entidades políticas. Hablando en plata: mi problema no son los 8.115 municipios. De hecho, podría y debería haber hasta más. Mi problema está en los 8.115 alcaldes y en los más de 40.000 concejales: ahí estaría el recorte, y, naturalmente, ahí está el mayor impedimento para que prospere.

Seguiremos informando.

jueves, 22 de julio de 2010

El doctor Montilla y el senyor Josep

La prensa de derechas, como ya viene siendo su costumbre, aúlla traición tras la reunión de Zapatero con Montilla, como viene siendo ya habitual. El motivo es que, como todo el mundo sabe, la Justicia ha interpretado el sacrosanto texto que es la Gloriosa Constitución Española, y lo que tienen que hacer los catalanes es convertirse en buenos españoles de una santa vez y dejar de tener esas traicioneras ideas de autonomía e independencia.

Y peor: lo último que se ha atrevido a hacer ese maldito traidor de Zapatero es pactar que una reforma de las leyes, si necesario (¡horreur!) incluso de la Constitución, para encajar ese engendro de Estatut votado por la mayoría de los catalanes en el ordenamiento jurídico español. “¿Cómo se atreven a querer tocar la Constitución, que bajó desde el cielo llevada por siete hombres sabios?”, claman desde sus púlpitos: “¿es que no ven que somos campeones del mundo de fúmbo? ¿Cómo puede dejar alguien de dejar de querer ser español?”

En suma, lo que pasa en todas las elecciones catalanas: aullidos desde la derecha – y algún que otro murmullo desde la izquierda - ante la inefable “deriva soberanista del PSOE”, derivada de un hecho que, aunque parezca evidente, hay mucha gente que no lo pilla: en Cataluña, ser catalanista da votos. Menos en las elecciones generales que en las del Parlament, sí, pero da votos. Es por eso que cada vez que se acercan las elecciones catalanas, el PSC se pone el disfraz de Super-Catalá, y el secretario general del PSC viaja a Madrid un par de veces a dar un zapatazo en la mesa – en Ferraz o en Moncloa, dependiendo del caso – para demostrar empíricamente que a catalanes no les gana nadie y que no son un partido sucursal.

Esto, que aunque algunos llamarían esquizofrenia, es, más que nada estrategia electoral, es, en la práctica, bastante inocuo. Y, de hecho, hasta el PP – aunque nunca lo dirán en voz alta – lo hace. Porque cada vez que hay elecciones catalanas, el secretario general del PP catalán viaja hasta Génova y, discretamente, pide de rodillas que por amor de Dios no abran demasiado la boca. A veces funciona, a veces no – el anticatalanismo es tan fácil y tan rentable que muchos bigotistas no resisten la tentación – pero ésta vez deberán tomárselo en serio: la extrema derecha catalanista está en auge y podría llegar a segarle la hierba bajo los pies – cuándo hablamos del 15% de los votos, una fragmentación del voto fachauer puede ser fatal.

Mientras, en Madrid, Zapatero se muestra todo sonrisas, porque él también tiene algo que ganar: primero, mantener el gobierno catalán para la izquierda sería una señal de fortaleza insustituible en los tiempos que corren; segundo, porque aun perdiendo, demostraría a ojos de los partidos catalanes que el PSOE no muerde y que es EL partido con el que pactar en el Congreso; y tercero, porque sabe que no tiene mayoría suficiente para cualquier reforma constitucional en las Cortes – por lo que puede prometer el oro y el moro y terminar acusando al obstruccionismo bigotista.

Entretanto, Mariano Rajoy atiende a la petición del bigotismo catalán y no abre la boca para hablar de Cataluña – lo que le convierte en un mariblandis a los ojos de la extrema extrema, aunque eso ya lo sabíamos – y obvia que él fue el principal crítico de la reforma del Estatut de principio a fin (fin que él mismo alargó): por ahora el resto del partido le hace caso, y Alicia Sánchez-Camacho respira para seguir sufriendo otro día.

Bueno, es la guerra ahora: el PSC saca su señor Hyde particular y se enfrenta a la dura tarea de raspar los suficientes votos a una CiU crecida para seguir gobernando.

Seguiremos informando.

miércoles, 21 de julio de 2010

Quizás lo valgan

El problema de los controladores aéreos empieza con el hecho de que Bruselas ya nos ha dado un par de tirones de oreja ordenándonos privatizar Aena. Aena, Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea, es una empresa pública que gestiona unas cuántas cosas que dan dinero (los aeropuertos de Madrid, Barcelona, Palma y algunos cuántos más) y otras cosas, muchas más, que no solo no lo dan, sino que lo pierden, como el control de tráfico aéreo, y casi todos los demás aeropuertos de España. Ninguno de los involucrados en la historia, desde el ministro de Fomento hasta el penúltimo chaqueta verde de Barajas, quiere ver la privatización de Aena. En los aeropuertos grandes, porque acabaría con el rango cuasi-funcionarial de la mayoría de los empleados y les pondría - ¡horreur! - a la altura de los subcontratados, que en cualquier aeropuerto son los más; en los aeropuertos pequeños, porque una privatización implicaría, con casi total seguridad, un recorte radical de puestos de trabajo cuando no el cierre (estoy pensando en aeropuertos como Burgos, Salamanca y Badajoz). En todo caso, un cipostio épico que dañaría a nuestra principal industria, lo que provoca pánico en el Gobierno - en cualquier gobierno.

Algunas comunidades autónomas, como Cataluña, decidieron agarrar el toro por los cuernos y pidieron a Fomento que les cediese los aeropuertos catalanes para administrarlos en régimen de colaboración público-privada (plan que sí mola en Bruselas). Hasta hace poco, Fomento se negaba, por una razón muy sencilla: el Ministerio de Fomento ha tomado la decisión de que si Aena se ha de vender, al menos que se cumpliesen tres condiciones: a) el Estado debería sacar el máximo dinero posible de la operación; b) Debería perderse un mínimo de puestos de trabajo; c) Quién se lleve Aena, deberá llevárselo todo, es decir, el Gobierno no hará la estupidez de vender las vacas lecheras, como Barajas, Son Sant Joan o Tenerife Sur, y quedarse con las sobras como Huesca, Asturias y Granada-Jaén, lugares que dan pérdidas solo con encender las luces de la pista.

Lo primero y lo segundo ya son difíciles de por sí, pero el tercero es casi imposible. Es inconcebible que cualquier empresa quiera comprar treinta y nueve aeropuertos, de los cuáles entre 20 y 30 (Aena no publica las cuentas de resultados de sus aeropuertos por separado, precisamente para no asustar a los posibles compradores) dan pérdidas. Y más si con el pack, cual guinda del pastel, vienen los controladores aéreos y su régimen laboral especial.

Para vender Aena, el pack completo de los 39 aeropuertos más el control aéreo debe dar beneficios: y para dar beneficios, una de las cosas que debe hacerse es recortar gastos de personal. Y como ya no hay nadie en un aeropuerto que no esté más o menos subcontratado, los únicos que quedan son los que están encaramados en la torre de control.

Y el problema con los controladores aéreos es que son pocos, su trabajo es muy especializado, y su capacidad de tocar los huevos es potencialmente ilimitada. Siendo Aena una empresa pública, los problemas salariales con los controladores se resolvían aflojando la bolsa, lo que hace que España haya tenido, por norma general, una conflictividad con sus controladores mucho menor que en países como Francia, donde hay invariablemente una huelga de controladores o dos al año (aunque también tiene que ver que en Francia la huelga no es un hecho extraordinario, sino un deporte y una forma de vida) Con un gobierno ansioso de dorar la cuenta de resultados de Aena para librarse del paquete de una vez por todas, es la hora de meter la tijera.

Y los controladores responden como saben: como perros viejos que son, saben que las bajas por enfermedad, en un puesto tan sensible como el de controlador aéreo, se conceden instantáneamente: todas las ventajas de la huelga pero ninguna de sus desventajas, salvo una: al no estar formalmente en huelga, el Gobierno puede mandar esquiroles militares sin despeinarse - y es legal.

¿Qué haría yo? Separar el control aéreo de la gestión aeroportuaria (privatizando ésta última) y que el Estado se coma la responsabilidad y los gastos de la navegación aérea. Suiza privatizó su espacio aéreo en 2001: un año más tarde, dos aviones chocaron en pleno vuelo sobre el Lago Constanza: uno de ellos cargado de niños rusos que iban a pasar las vacaciones en Tarragona. Esa noche, sólo había un controlador de guardia, ocupándose de dos pantallas a la vez: distraído por el exceso de trabajo, no notó las trayectorias que se cruzaban.

Siempre he sido de la opinión de que hay cosas demasiado importantes para que puedan escatimarse recursos por algunos euros de más. Y cuándo hay tantas vidas en juego, no se puede estar racaneando. ¿Que los controladores son unos privilegiados y que cobran demasiado? Quizás, sólo quizás, sea porque se lo merecen.

Seguiremos informando.

martes, 20 de julio de 2010

El supremo sacrificio

Por mucho que ahora gente como don Ignacio Escolar vea en la ausencia del presidente en la campa de Rodiezmo un símbolo de su abandono del voto de izquierdas, yo nunca he visto ese compromiso en el acto campal del presidente. Eso de salir ahí con el pañuelo al cuello y hacer como que se canta la Internacional nunca ha quedado natural; lo que debería ser un acto de confraternización entre el viejo PSOE y el nuevo siempre dejaba bastante claro, al menos desde mi punto de vista, la evidente brecha que separaba y separa a unos de otros. Por mucho chorizo de olla y vino de porrón que se tomase, se podía distinguir a los que luego iban a salir por la tele por el rictus de sonrisa, como en las telenovelas mexicanas. De todas formas, creo que la insistencia de Zapatero con Rodiezmo y su ritual es algo que se trajo consigo de su época de secretario general del PSOE leonés, donde la buena sintonía entre los "chicos de ciudad" como Zapatero y los curtidos mineros del valle del Laciana era imprescindible para evitar que la provincia cayese en manos del bigotismo, como en el resto de la Comunidad Autónoma; creo más bien que el acto en sí era un favor del secretario general del Partido a sus paisanos, un espaldarazo de Ferraz a un PSOE local siempre en apuros.

Con ideas peregrinas como la que voy a exponer ahora sé que pierdo muchísimos puntos como gurú político, pero cosas como ésta, y como el ya célebre "me cueste lo que me cueste" en el Debate sobre el Estado de la Nación, me hacen pensar que José Luis Rodríguez Zapatero está articulando sobre su persona un gambito nunca visto antes en la política española. Si se confirma cierto - e, insisto, lo veo muy dudoso - mejoraría mi opinión sobre el personaje en centenares de puntos.

Allá va mi teoría conspiranoica: Zapatero y sus asesores saben que si hay una idea que ha crecido exponencialmente en la política española es la personalización de la política: el incremento de la presencia de ideas como liderazgo y carisma dentro del lenguaje político en detrimento de ideologías y programas. La campaña electoral de 2008 fue absolutamente ZP-céntrica, como con el que, en mi opinión, fue uno de los peores slogans de la historia del partido: "Motivos para creer", por la elección del verbo "creer" y el componente religioso-irracional que a la larga trae.

Zapatero sabe que no está solo en la personalización del mensaje político: las campañas del bigotismo ya van de cara con "Rajoy presidente" antes de "Vota PP", y hasta IU intentó centrar su campaña en la personalidad de Gaspar Llamazares - con los resultados que recordarán.

La jugada que estoy creyendo ver es que Zapatero está queriendo tomar la única opción que le queda para salvar los muebles del partido si, como todo indica, la economía no ha vuelto a crecer para 2012: alejarse, sutil pero decisivamente, del partido para que sea él, como secretario general y líder mesiánico, el que se coma la mayor parte del muerto de la crisis. El partido perdería en 2012, sí, pero si es ZP y no el Partido el que se ha comido la impopularidad provocada por la crisis, el PSOE, con un nuevo secretario general, podría ponerse en pie a toda mecha para poder luchar otro día - y no pasar más largos y penosos años de travesía del desierto como tras la derrota de 1996. Y eso sería posible, precisamente, por la habilidad del presidente, que desarticuló el saco de gatos que era el PSOE pos-Felipe y lo convirtió en la máquina engrasada que es hoy. Un nuevo líder sería encontrado y exaltado sin demasiados esfuerzos.

Pero es precisamente eso lo que hace improbable que funcione: durante los últimos diez años y en respuesta a esa tendencia de personalización de la política, se ha intentado que el PSOE se ha convirtiese, como el PP, en una máquina de crear cultistas que idolatran al líder con devoción hare krishna, con (sigh) notable éxito. Cosas como esas son caminos inevitables para esas clases de hubris que terminan pirotécnicamente mal - y eso, por desgracia, es lo más probable.

Pero sinceramente, y por palmero y chupatintas que pueda llegar a parecer, si hay alguien en la política española que veo capaz de esa clase de sacrificio, es al Presidente del Gobierno. Y si llega a confirmarse - que no será - estoy absolutamente seguro de que si José Luis Rodríguez Zapatero parte, haciendo el supremo sacrificio, al destierro de la política, yo le aplaudiré durante todo su trayecto.

Seguiremos informando.

lunes, 19 de julio de 2010

Tener un ejército hoy: la lección de Srebrenica

Durante éstos días se cumplen quince años de la masacre de Srebrenica. He hablado alguna vez de Srebrenica en el blog, pero en éste caso, haciendo una excepción, prefiero volver a contar la historia desde el principio.

Bosnia y Herzegovina siempre ha sido un territorio de frontera para todo el mundo. Está situado en el límite de la Europa católica, en el límite de la Europa ortodoxa y en el límite de la Europa musulmana - al mismo tiempo. En consecuencia, en un territorio como el bosnio, compuesto de un número infinito de pequeños valles, se puede dar perfectamente el caso de que a pocos kilómetros los unos de los otros hayan pequeños pueblos católicos, pequeños pueblos musulmanes y pequeños pueblos ortodoxos. Como todo español que haya pasado un par de semanas en el pueblo de los abuelos sabe, no hay peor ni más viciosa rivalidad que con el pueblo de al lado - y si le sumamos navajas barberas y escopetas recortadas a la ecuación, las posibilidades de un mal final aumentan exponencialmente.

La pelea ancestral origen de todo el jaleo es la existente entre croatas y serbios. Ambos pueblos descienden de las migraciones eslavas de la Alta Edad Media, pero nunca se lo digas en voz alta. Llegó un momento en que los serbios adoptaron la ortodoxia de los bizantinos y los croatas el catolicismo de los venecianos, los dos países que cortaban el bacalao en el Mediterráneo Oriental, y en aquél momento decidieron llevarse abiertamente a la perra. Conforme los croatas y los serbios empezaron a recortarle cachos al reino de Bosnia, que estaba justo en medio de ambos países, llegó el Imperio Otomano con las rebajas. Los bosnios (o bosníacos), que sabían que entre la pelea entre serbios y croatas ellos llevaban las de perder, se adherieron en masa a las costumbres y religión del invasor, añadiendo un tercer factor - mucho más pequeño - al ya de por sí explosivo calderón.

Dado que los bosnios ya habían encontrado a su particular Papá Oso en el Imperio Otomano, tanto serbios como croatas decidieron buscarse un amigo fuerte: los croatas lo encontraron en los Habsburgo, los serbios lo encontraron en Rusia. Durante un par de siglos los Habsburgo fueron mucho más poderosos que Rusia, así que los croatas, como católicos, estaban relativamente mejor que los serbios dentro del Imperio Austríaco - luego austrohúngaro. Pero a lo largo del siglo XIX y principios del XX la estrella de los Habsburgo empezó a decaer mientras la de Rusia no hacía sino subir. Con cada signo de decadencia austríaca los serbios veían más próximo el día en el que le harían comer a los croatas su prepotencia con patatas, así que un bello día de 1914 un señor serbio llamado Gavrilo Princip decidió acelerar el fin de los Habsburgo vía pistola - con éxito.

Como saben, ese acto fue la excusa final para ese cipostio fenomenal que se dio en llamar I Guerra Mundial. Y cuando terminó, por mucho que Wilson se empeñase en la libre determinación de los pueblos y demás mandangas, Serbia fue a Versalles a cobrar que había estado en el lado de los buenos en una zona de Europa donde casi nadie lo estaba - y se llevó de premio casi toda la región balcánica que había estado en poder de los Habsburgo.

Aun así, quedaba feo llamar a todo aquello Serbia - no estaban ya de por sí cabreados los croatas ni nada - así que se inventó un engendro llamado Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, pero como eso no cabía en los pasaportes se le acabó dando el nombre de Yugoslavia, o sea, Tierra de los Eslavos del Sur. Pero que nadie se llevase a engaño: aquello era una Gran Serbia, llevada desde Belgrado por un rey serbio y una dinastía serbia. Nótese que en ningún momento entran los bosnios en la ecuación; ortodoxo o católico, Yugoslavia era un país cristiano, y los bosnios eran unos atrasados de las montañas indignos siquiera de consideración política.

Llegó la II Guerra Mundial. En 1940, Benito Mussolini, en uno de estos actos tan profundamente italianos de temeridad estúpida, invadió Grecia, únicamente para empantanarse en una guerra menor en la que llegó a tener una clara posibilidad de perder. En Berlín, Hitler soltó una retahila de insultos en incomprensible dialecto altoaustríaco y empezó a buscar soluciones. Estaba claro que la Wehrmacht necesitaba llegar lo antes posible a Grecia a echarles a una mano, así que decidió tirar por el camino más rápido: Yugoslavia. A los italianos tampoco les gustaba una Yugoslavia fuerte, y tenían aspiraciones territoriales - raro era el sitio del Mediterráneo donde no las tuvieran - así que desmenuzar Yugoslavia era una buena idea para todos. Así que adoptaron la solución más inteligente: decirles a los eslovenos y a los croatas que si se unían al Eje, entre todos darían a los serbios p'al pelo. Tanto eslovenos como croatas se sumaron al sarao en cinco segundos:



Pero mientras los eslovenos llevaron las de perder con la ecuación (el territorio esloveno fue dividido sin mayor ceremonia entre Alemania e Italia) los croatas recibieron su propio territorio, el Estado Independiente de Croacia. Aunque llegaron a nombrar rey a un pobre cuñado del rey de Italia, quién mandaba allí era un señor llamado Ante Pavelic, que montó una agradable milicia de hombres de negro - la Ustasha - cuyo principal objetivo era matar "insurgentes", lo que venía a decir matar serbios, tarea a la que se dedicaron con notable entusiasmo. Obviamente los serbios combatieron con igual alegría, formando no una, sino dos resistencias paralelas: por un lado, los "chetniks", ultramonárquicos de extrema derecha, que querían que las cosas volvieran a ser como eran, quizás con menos croatas; y por otro, la resistencia comunista, los partisanos, liderados por Josif Broz, alias Tito. Obviamente cuándo el Eje dejó de poder sostener títeres por ahí los croatas se quedaron con el culo bastante al aire. Los partisanos de Tito ganaron finalmente la guerra civil antes de que el Ejército Rojo llegase, así que pudo decir a los soldaditos soviéticos que se asomaron a la frontera que aquél ya era un país comunista y que se fuesen a violar abuelitas a otra parte.

Tito decidió solventar el problema del saco de gatos que era Yugoslavia con el contundente peso de sus testículos de acero forjado. Mi historia favorita sobre Tito es la carta que le mandó a Stalin a principios de los 50, cuándo la afición de Tito a ir por libre empezó a levantar columnas de humo en el Kremlin:

"Deja de enviar a gente para que me mate. Ya hemos detenido a cinco de ellos, uno con una bomba, otro con un rifle (...) Si no dejas de enviarme asesinos, enviaré yo uno a Moscú, y no tendré que enviar a un segundo."

Podría decirse que un señor capaz de hablarle así a Stalin era capaz de solventar los conflictos étnicos en Yugoslavia. Yo lo leería al revés: un señor capaz de solventar los conflictos étnicos en Yugoslavia era perfectamente capaz de hablarle así a Stalin. Tito mantuvo el concepto de Yugoslavia y la capital en Belgrado, pero consiguió hacer un juego de malabares para que ningún estado se sintiese agraviado y formar, mal que bien, una identidad yugoslava, representada en él mismo: de padre croata y madre eslovena, no era ni lo uno ni lo otro, sino algo distinto.

Obviamente, cuándo Tito palmó nadie pudo mantener eso en pie. Un tipo llamado Slobodan Milosevic decidió aumentar su poder dentro del Partido erigiéndose en representante de los serbios "oprimidos". Su argumento era muy claro: si los eslovenos son diez veces menos, ¿por qué tienen el mismo poder en Yugoslavia que los serbios? Quedó claro que Serbia, con Milosevic a la cabeza, iba a intentar que Serbia recuperase la preponderancia que tenía en el preguerra. Era la excusa que croatas y eslovenos necesitaban para sacar del armario sus viejos resentimientos: quince años después de que Tito la palmase, la Yugoslavia que él dejó ya no existía.

Los eslovenos se dieron el piro en 1991, en una guerra que duró menos de dos semanas: sin frontera con Serbia y homogéneamente poblada por eslovenos, la independencia se hizo efectiva sin demasiados problemas. Libres de Eslovenia, serbios y croatas se dedicaron a hacer lo que mejor sabían: matarse entre sí. En 1992, en Bosnia, se creó la República de Bosnia y Herzegovina, basada en un principio muy simple: si los serbios tenían Serbia y los croatas tenían Croacia, los bosnios deberían tener Bosnia. ¿O no?

Pues no. Tanto serbios como croatas dijeron que nanay: que donde hubiera un serbio o un croata eso era Serbia o Croacia y que eso de Bosnia era una cretinez. Pronto extendieron la guerra que tenían entre sí a Bosnia, y en 1993 era ya una terrible historia de todos contra todos. Pero al poco tiempo los croatas de Bosnia vieron que por si solos no podían contra los serbios: se arrimaron a los bosnios y llegaron a la terrible conclusión de que o luchaban juntos o los serbios les iban a barrer.

A todo ésto la naciente Unión Europea veía aterrorizada como gente blanca se mataba entre sí a un poco más de 500 kilómetros a vuelo de pájaro de Roma. Así que se hizo que las Naciones Unidas articulasen una fuerza militar de "interposición", esperando que tanto unos como otros tendrían la sensatez de no liarse a tiros estando soldados de países "de verdad" delante.

Así llegamos a Srebrenica, un pueblo al este de Bosnia y Herzegovina, en julio de 1995. Srebrenica era un pueblo pobre, y el valle en el que se asentaba se diferenciaba de los valles de alrededor por ser mayoritariamente bosnio y musulmán cuando casi todos los valles de al lado eran serbios y cristianos.

En consecuencia, la fuerza de la ONU determinó que Srebrenica sería un "lugar seguro" para la población musulmana de los alrededores. Y para reforzar la seguridad del lugar, se puso un destacamento de 400 soldados holandeses.

Ese verano de 1995 cada vez quedaba más claro que la presión de los Estados Unidos forzaría un acuerdo de paz en breve. Como siempre que pasa eso los ejércitos se apresuran en tomar todo lo que pueden, fijando las futuras fronteras con la punta de la bota.

Así pues, el ejército de la República Serbia de los Serbios de Bosnia se dedicó sistemáticamente a recorrer los valles, matando a todo aquél que no hubiese tenido la suerte de poder salir corriendo. Y casi todos los que huían se fueron a poner bajo la protección de la ONU en lugares seguros, como Srebrenica.

El 4 de julio, el ejército serbio llegó a Srebrenica. Rodearon el pueblo, matando a todo aquél que no se había metido ya en la población, y finalmente, se acercaron a los 400 soldados holandeses y les dijeron: o os apartáis, o os matamos a vosotros también.

Los soldados holandeses no tenían permiso para hacer lo que debían hacer: liarse a tiros. No lo tenían, ni se lo dieron. La OTAN no podía ayudar, salvo con un ataque aéreo, donde no fueran posibles las bajas. Era apartarse del camino o incumplir las órdenes.

Los holandeses se apartaron. Se retiraron a su base, donde se refugió quien pudo.

Los serbios tomaron Srebrenica. Durante los diez días siguientes, fueron llevando a los hombres a puntos apartados del valle y fusilándolos sumariamente. Los cálculos dan una cifra de alrededor de 8.000 muertos.

Los holandeses purgan la pena de Srebrenica hasta hoy. Su ejército, tan profesional él, tan preparado él, tan equipado él, fue testigo de la mayor matanza en Europa tras la II Guerra Mundial y solamente estuvo autorizado a mirar.

Es una lección que debemos aprender nosotros también. Todas esas mandangas de la propaganda del Ministerio de Defensa, diciendo que los soldados españoles son defensores de los derechos humanos y la paz, son meras tonterías. Si mañana en Afganistán llegasen a una base española cien Toyotas Hiace cargados hasta los dientes de talibanes armados, ¿nos atreveríamos a liarnos a tiros en serio? ¿Estaríamos dispuestos a que muriesen diez, veinte, cincuenta soldados españoles en una acción armada? ¿Estaríamos dispuestos, en serio, a que soldados españoles diesen la vida luchando en una batalla de verdad?

La respuesta es que no. Llega a pasar eso y también nos apartaríamos. Y para eso, la verdad, no nos hace falta un ejército.

Seguiremos informando.

miércoles, 14 de julio de 2010

Pequeño intervalo musical

Siento interrumpir, pero es que no me la consigo quitar de la cabeza:



La traducción es en su mayor parte de su artículo en la Wikipedia, aunque he corregido algunos versos con la ayuda de un diccionario de japonés y de mi pobre sentido poético. Pueden echarme la culpa de los obvios errores.

Y ya de paso, infórmense de la historia de los burakumin: si la mayoría de las discriminaciones son francamente estúpidas, ésta más.

Seguiremos informando.

martes, 13 de julio de 2010

De Mundiales y sueños

Cuándo terminó el partido, transido de emoción como casi todo el mundo en el café Comercial, no hacía sino repetir una frase: "El Mundial es el sueño de los niños".

Los clubes, la Champions, la Liga, la Copa del Rey, son los sueños de los que ya crecen, los que descubren que en el mundo real solo puede haber un campeón del mundo y que solo unos, muy pocos, pueden serlo; los sueños con los que uno aprende a conformarse, los sueños que no son del todo inalcanzables.

Pero cuando un niño aprende a dar patadas a un balón, cuando a un niño le gusta de veras el fútbol, cuando un niño se duerme abrazado a la pelota, en lo que sueña es en ganar un Mundial, en levantar la Copa de oro, en ser el mejor del mundo.

Viendo a Casillas llorar desconsolado, me lo imaginé de pequeño, en su cama, agarrado al balón, o sentado en un vagón de metro, una tarde fría de invierno, viendo pasar las estaciones de vuelta a casa, soñando con lo que sueñan los niños. Veía, simplemente, a una persona cuyos sueños de infancia se habían hecho realidad.

Y no fue el único. Entre el público del café, entre la gente en la calle, una constante: cuánto mayor la edad, mayor la incredulidad. Porque los sueños de los niños nunca terminan de desaparecer del todo en los mayores, pero cuanto más viejos somos menos creemos en que los sueños se terminen cumpliendo. Alberto, el marido de mi madre, mi padre en todo menos en el nombre, me lo expresó de forma bien gráfica: "Cuándo Iniesta marcó, pensé que el árbitro iba a pitar fuera de juego, o algo. Porque es que es imposible." Y es que llega un momento en que creemos imposible que los sueños se cumplan. Construimos una barrera de cinismo para evitar que ese sueño, que sigue presente, se nos cuele en nuestras vidas.

Y pensé en aquellos, los ilusos, los locos, los que soñaron de forma demasiado evidente para su edad y su experiencia. Pensé en Manolo el del Bombo, que perdió familia y hacienda por pasar horas bajo la lluvia helada de noviembre en interminables partidos de clasificación en Belfast o Bruselas para llegar a éste día. El día de toda una vida.

El Mundial es el sueño de los niños. Hay sueños mejores y más valiosos, sin duda, pero eso es lo bueno de los sueños. Que siguen ahí, escondidos, al fondo, a la espera de que llegue su día. Y nunca, nunca, hay que dejar de pensar que ese día puede llegar.

El de éste sueño, al menos, ha llegado.

Seguiremos informando.

De Mundiales y banderas

La exaltación social (en el sentido político y cultural) que supone el fútbol en general y el Mundial de fútbol en particular, irrita a mucha gente, entre ellas muchos y muy buenos amigos míos. Éstos amigos, más que repudiar el juego en sí, repudian el entorno, la explosión de ruido, discusiones y alaridos sin motivo, el tremolar insensato de banderas, en fin, la anomalía que representa el fútbol con respecto a la vida normal de la gente. Consideran que el fútbol, cual nueva religión cultural, representa una distracción intolerable y una válvula de escape de un sentimiento de frustración de las masas, frustración ésta que, en un mundo ideal, sería canalizada hacia la educación y concienciación social en el peor de los casos, y al activismo revolucionario en el mejor.

Hace dos años, tras la victoria en la Eurocopa, escribí un artículo justificando mi amor por el fúmbo y desaté, naturalmente, una de éstas peleas a pedradas que Ruina Imponente tiene a bien fomentar. Algún que otro amigo mío (que no voy a nombrar pero sepan que ronca considerablemente) se muestra especialmente feroz con los críticos al fúmbo. Me imagino que, haga lo que haga, se acabará liando parda. Lo doy por hecho, así que hablaré sin tapujos.

La irritación de muchos de mis amigos, en todo caso, viene en gran parte justificada por la improcedente avaricia de los de siempre, aprovechándose del hecho incontornable de que, por desgracia, en España, la bandera y el escudo que deberían ser de todos siguen siendo los de una posición política concreta. Y ven en la victoria de la selección una posibilidad de frotar en la cara a aquellos que consideran sus enemigos - entre los que me incluyo - su no del todo desencaminada argumentación de que cada bandera española colgada en un balcón representa un voto a la Verdadera España, de la que se consideran únicos y sacrosantos defensores. En consecuencia, lo progresista se convierte en repudiar el concepto de patria y luchar - por otra patria, o por lo que sea.

Pues no. Si yo soy español, España es mía también y si entrego España a los pandereteros que ven en Manolo Escobar la representación de los valores más profundos de la patria, perpetúo la victoria de Franco por los siglos de los siglos. Tengo en mi casa un DVD con imágenes de las calles de Madrid el 14 de abril de 1931. En los ojos de los madrileños de entonces resplandecía un orgullo inconmensurable de ser español: el orgullo de ser de un país que, sin ser para nada perfecto, era capaz de llevarse a sí mismo en paz al futuro. No tengo motivo alguno para creer que el país de entonces fuese mejor que el país de ahora. Y lo digo una vez más: uno puede no creer en patrias o banderas, pero son el mejor instrumento que conocemos para popularizar y consolidar en la ciudadanía los valores que, esos sí, sirven para llevar el país (y, con él, el mundo) hacia adelante.

Seguiremos informando.

viernes, 2 de julio de 2010

Ring, ring

Cuándo yo era pequeño y pasaba mis vacaciones en la casa de mi abuela, en Brasil, recuerdo que en la sección de anuncios por palabras del periódico, además de las secciones usuales de inmobiliaria y compra y venta de automóviles, había una sección tan grande como las otras dos llamada "Teléfonos". Yo, el niño que era entonces, estaba fascinado. ¿Como podía alguien comprar un teléfono? ¿Venía alguien a tu casa y se lo llevaba?

Ésto venía porque Telesp, Telecomunicaciones del Estado de São Paulo, una empresa pública, funcionaba por aquél entonces tan mal que el plazo medio de instalación de una nueva línea de teléfono oscilaba entre los 12 y los 18 meses. Así que si uno se compraba una casa o montaba una empresa y quería tener una línea de teléfono, tenía dos opciones: o se esperaba el año largo de rigor - si tenía suerte - o compraba la línea de otra persona.

Cuándo a mediados de los 90 se privatizaron las 28 compañías telefónicas públicas brasileñas (una por cada Estado y Embratel, que se encargaba de las llamadas internacionales) se crearon tres grandes empresas telefónicas que serían privatizadas: una que cubría el norte y el este del país, otra que cubría el este y el sur, y una, Telesp, que cubría únicamente el estado de São Paulo. Dado que São Paulo es el estado más rico del país, Telesp era la pieza más golosa - y se la llevó nuestra venerable Telefónica. Pero no se la llevó entera: en una de éstas paradojas de los procesos de privatización, la división de telefonía móvil de Telesp (Telesp Celular), la que más potencial de crecimiento tenía, se la llevó Portugal Telecom, una empresa mucho más pequeña.

Pero Portugal Telecom no tenía por aquél entonces la escala para llevar a cabo las inversiones que necesitaba para desarrollar y mantener una red de telefonía móvil en un estado dos veces y medio más grande que el propio Portugal. Así que cuándo Telefónica le propuso ir a pachas - Telefónica ponía el dinero y algunas concesiones menores y PT ponía Telesp Celular, que ya era mucho - Portugal Telecom se apuntó enseguida. Y así surgió Vivo.

Brasil es un mercado tremendamente goloso para las empresas de telefonía móvil. Cada vez más brasileños tienen un "celular" (lo cuál se hace dolorosamente patente para quien viaja en un autobús urbano) y, lo que es mejor para las empresas de telefonía, es un mercado que aún puede crecer. España, como saben, ya es un mercado "maduro" para la telefonía móvil, quicir, que todo aquél que puede tener un móvil ya lo tiene, así que uno no puede avanzar posiciones sin recortárselas a la competencia. Es una guerra de trincheras tipo I Guerra Mundial cuyos "poilus" son ejércitos de teleoperadores en el conurbano bonaerense torturando nuestras existencias con "Buenas, soy Arturo, de Movipufo, ¿es usted el titular de ésta línea móvil?" Brasil, por el contrario, es un mercado en plena expansión, el mayor con diferencia de Latinoamérica. Un tesoro.

Conociendo como conocemos a nuestra Telefónica, era evidente que en algún momento de la historia querría echar a patadas a su partenaire para quedarse ella solita con Vivo y su máquina de hacer billetes. El consejo de administración de Portugal Telecom también lo sabía, y su posición estaba y está clara: Brasil representa para PT un porcentaje mucho mayor de sus ingresos de lo que para Telefónica - mantener la participación en Vivo es esencial para la propia supervivencia de Portugal Telecom como operadora independiente.

Pero para los accionistas de Portugal Telecom, ansiosos por dinero liquido en un mundo donde prestarle dinero a un portugués es anatema, la oferta de Telefónica llega como maná del cielo. Y votan mayoritariamente en la junta de accionistas el permitir a Telefónica quedarse con la parte de PT en Vivo a cambio de una suculenta riada de euros.

Entra en escena el gobierno portugués. La administración lusitana que PT mantenga su participación en Vivo por dos motivos: primera, porque sabe que sin su presencia en Brasil PT se convierte en un pez mucho más chico - dispuesto a ser devorado por el primero que venga con dinero, lo cuál es intolerable para el prestigio patrio, sin contar la más que probable pérdida de empleos. Y, segundo, dado que PT controla, directa o indirectamente, la televisión más vista y los periódicos más leídos de Portugal, al gobierno, cuya posición ya es de por si frágil, no le conviene enemistarse con quien puede abrir fuego contra él.

Pero claro, al salir en defensa de su empresa el gobierno portugués despierta la ira de Bruselas - defendiendo como siempre el capitalismo salvaje. Y la prensa española, que casi sin excepción come de la mano de Telefónica, sale igualmente en tromba por la libertad de mercado.

Seguiremos informando.