lunes, 28 de febrero de 2011

De locos, héroes y automovilistas

He tenido un par de semanas bastante complicadas en las cuáles he tomado decisiones que pueden, incluso, arruinar mi vida - o salvármela, quién sabe. En todo caso, no me he visto en los últimos veintiún días con la agudeza mental que exijo de mí para ponerme a escribir. Pero dado que mis lectores más fieles - allá por la media docena - no ha cesado de gritarme en la oreja exhortándome para que me pusiese a escribir, he intentado superar mi astenia semi-primaveral. Éste es el resultado.

He de decir que no he seguido con demasiada atención los acontecimientos de Libia. Estaba convencido de que todo iba a terminar en un horrendo baño de sangre, pero para mi sorpresa, el baño de sangre se ha producido pero no ha terminado con el asunto. Ahora mismo el país está una de éstas tomas del poder por la fuerza que se estiran pero que dudamos en considerar una guerra civil: una revolución en toda regla. Y es ahí donde empiezan las preguntas, porque mientras que en Túnez y, sobre todo, en Egipto la intención manifiesta es cambiar de políticos pero no demasiado de política, en Libia está claro que si cae Gadafi se cae con todo el equipo de la Jamariya Árabe Democrática y nadie sabe muy bien qué vendrá después.

Libia es un país enorme - tres veces y medio el tamaño de España - pero solo tiene seis millones de habitantes. La inmensísima mayoría de los libios no ha vivido otra cosa que el régimen de Gadafi. Los libios han visto de sus vecinos que una revuelta puede echar a patadas al presidente y ya están hartos de las barrabasadas del Hermano Líder.

Gadafi ha gobernado (quicir) Libia durante 42 años y durante todo éste tiempo siempre ha quedado claro de que Libia era demasiado pequeña para su ego. En los años 70 intentó ser el nuevo Nasser y llevar al mundo árabe por el camino de la jamariya, una forma específicamente árabe de socialismo asambleario inventada por él y reflejada en su Libro Verde. Visto que el mundo árabe ya no estaba por ese plan - los que no se convirtieron en cleptocracias enveredaron por la senda aún sin explorar de la república islámica - en los años 80 decidió ser el líder de los pueblos oprimidos del mundo, financiando, entrenando y equipando a cualquier organización terrorista que se pasase por Trípoli con un pasamontañas y un manifiesto. Pero después de que en 1988 volase por los aires un 747 de la Pan Am, el resto del mundo decidió decirle a Muamar que se dejase de joder - y ante la caída del comunismo, su idea de una república (perdón, jamariya) socialista perdió muchos amigos. Así que, en los 90, decidió cambiar de lado. Vio que, con la caída del muro, las dictaduras africanas habían perdido el generoso maná de las superpotencias, y dado que las mansiones en la Costa Azul cuestan un pico de mantener, estaban dispuestos a aplaudir con las orejas a cualquiera que les mandase regularmente un cheque. En consecuencia, las líneas aéreas libias pasaron de llamarse Libyan Arab Airlines a Afriqiyah Airlines, Gadafi se puso en cabeza de la OUA - ahora Unión Africana - y empezaron a surgir avenidas Muamar el Gadafi por todo el continente, desde Casablanca a Lilongwe. Finalmente en los años 2000, Gadafi ha visto que los chinos son los queriditos de Occidente a pesar de ser malvados comunistas, y decidió jugar un gambito: fue a las potencias occidentales y dijo: "¡Eh! ¡Llevo un país musulmán estable y sin islamistas!" Y en el mundo pos-11-S, uno puede ser Satanás en persona, pero esa frase es todo lo que uno necesita para que te dejen en paz. Las sanciones internacionales se levantaron, Repsol pudo empezar a trabajar, y todo el mundo tan contento.

Todo el mundo tan contento, menos los libios, naturalmente. Porque, a pesar de que en principio Libia es una república donde gobierna el pueblo, el libio de a pie no tiene más que sintonizar Al Jazeera o, simplemente, peregrinar a la Meca, para ver que en otros países árabes überpetroleros la gente vive, como mínimo, relativamente mejor, y, en ciertos casos, más libres. El ejemplo de los países vecinos ha calado, y los libios han decidido echar a su presidente a patadas.

Ésto ha despertado pánico en el resto de Europa, porque mientras que Túnez y Egipto son países que no producen petróleo en abundancia, Libia sí: de hecho su petróleo es el mejor del mundo, en el sentido del que es el más ligero, y por lo tanto más fácil y más barato de refinar. Ésta calidad del petróleo libio le ha convertido en el preferido de las petroleras europeas - incluidas las nuestras-, que producen gasolina de mejor calidad que las de otros países. Ésto significa que las grandes petroleras europeas están metidas en Libia hasta los codos. Y, en consecuencia, como siempre, les da igual quién gobierne, pero la especia debe fluir.

Por otra parte, tanto malteses como italianos habían convertido en objetivo estratégico el llevarse muy bien con Gadafi en la esperanza de que fuese capaz de contener, con sus truculentos métodos habituales, a los inmigrantes ilegales, una prioridad para el abiertamente racista gobierno del Papichulo. Para los italianos, Gadafi era una doble bendición: un vecino estable al sur y una fuente de inversiones millardarias en empresas italianas - aún me acuerdo como, a cambio de una suculenta infusión de capital, dejaron jugar al hijo de Gadafi en la Juventus.

Es por eso que la actual situación de como que casi guerra civil aterra a los mercados petroleros: el precio del crudo se ha disparado, máxime cuando todo el mundo se pregunta cuándo los saudíes van a empezar a unirse al sarao, que ya tardan. Así que nos enfrentamos a una reducción sustancial de nuestros suministros de petróleo.

Y nuestro Gobierno no ha perdido la oportunidad de dispararse en el pie, como es su costumbre, anunciando por sorpresa una reducción de los límites de velocidad en autopistas en la rueda de prensa tras el Consejo de Ministros. Lanzar una medida así, como caída del cielo, no da sino combustible (nunca mejor dicho) a los de la brigada del Audi que ven en todo el Código de Circulación una malvada conspiración de la DGT con el celebrérrimo "afán recaudatorio". Lo que habría que hacer en éstos casos es haber puesto al Ministro de Industria en plan poli malo diciendo que ante la situación de crisis en los países petroleros del Norte de África y Oriente Medio, cabe la posibilidad de que el suministro de petróleo no se mantenga en los niveles habituales, e indicar que se están considerando medidas excepcionales, como reducir los límites de velocidad, cerrar las gasolineras uno o dos días a la semana o incluso racionar la gasolina. Y pasar al Portavoz del Gobierno diciendo que, hombre, no, nosotros confiamos en la capacidad de ahorro del pueblo español, lo de cerrar gasolineras sería solo en caso de urgencia, pero que, para incentivar el ahorro de energía, vamos a reducir temporalmente los límites de velocidad. Se haría exactamente lo mismo, pero primero: quedaría claro para la ciudadanía que la situación es seria y que su participación es crucial, y segundo, la medida quedaría como un mal menor ante las alternativas, lo que la hace más comprensible.

Seguiremos informando.

lunes, 7 de febrero de 2011

El dilema que no debería ser

Ya saben mi opinión acerca de la Ley de Partidos y de la ilegalización de Batasuna, y si no la saben den un repaso a mis artículos anteriores, que siempre es entretenido.

El Gobierno no debería tener un dilema. Se trata de que el Ministerio del Interior debe coger la Ley de Partidos y leérsela. Ese, y no otro, ha de ser el parámetro que ha de seguir el Gobierno ante los nuevos estatutos de Batasuna. Si no me la leí mal en su día, con los nuevos estatutos Batasuna puede obtener su registro. Y si puede, se le debe conceder, y si no, no: es la ley. Y si la ley no se cumple por la conveniencia política de algunos - como indican algunos autores, no sé si como justificación - pues apaga y vámonos. Aquí no hay espacio para la voluntad política: se trata de una Ley Orgánica que desarrolla un principio fundamental de la Constitución, no decidir el color de los autobuses. Si un partido político que no tiene motivos para ser ilegal pasa a serlo por la voluntad subjetiva del Consejo de Ministros - que es lo que pide el bigotismo y sus secuaces a voz en cuello - nos encontramos ante una degradación sustantiva de la calidad de la democracia española.

Hay que recordar que, en 1977, existía un debate serio sobre si era conveniente o no legalizar al Partido Comunista de España. A quien menos le convenía electoralmente, en el espectro político español, era al Partido Socialista: la existencia del PCE fragmentaba la izquierda y abría camino para la victoria de Suárez, que se acabó produciendo. Pero en su día el PSOE prefirió defender la democracia en toda su pureza, una democracia íntegra, antes que ganar unas elecciones que quizás hubiesen ganado si hubiesen hecho trampa. Y finalmente, el pueblo español llevó a los socialistas a la Moncloa de todas maneras.

Es eso lo que tengo que decir a los que prefieren justificar su cobardía con el argumento de que legalizar Batasuna puede apear al PSE de Ajuria Enea. Lo que necesitamos, ahora y siempre, solo son dos cosas muy sencillas: un compromiso con la democracia y confianza en la sabiduría del pueblo español. Todo lo demás vendrá por añadidura.

Seguiremos informando.

miércoles, 2 de febrero de 2011

El 30 de mayo de Hosni Mubarak

Todo el mundo se acuerda del mayo francés, pero nadie recuerda exactamente como acabó - simbólicamente. El 30 de mayo de 1968, la facción más conservadora del Gobierno francés, con André Malraux a la cabeza, sacó a la calle a trescientos mil franceses, entre ellos todos los alcaldes que pudieron recoger, para demostrar su adhesión al General y a los valores establecidos. Fue una demostración de poder muy efectiva, que simbolizó que el gaullismo tenía sus defensores, que estaban igualmente movilizados, y que, si por ellos dependiese, las cosas iban a seguir siendo como habían sido - como finalmente fue.

Un dictador no se mantiene treinta años en el poder subido exclusivamente al poder del miedo. Es insuficiente. Necesita una masa crítica de partidarios, no atados a él por su dependencia del sistema, sino por una serie de factores que incluyen la admiración por el Líder, el odio a sus enemigos, o simplemente el miedo a las novedades. A mi entender, en el caso español, más importante fue para la pervivencia del franquismo el hecho de que existiesen franquistas dedicados que todo el aparato represor del Estado.

Hosni Mubarak está acabado, pero ya lo estaba desde antes de la crisis. Tiene 82 años y ya dudaba en presentarse a las siguientes elecciones. Se ha conseguido el gambito que deseaba Occidente: que los problemas de Egipto, su corrupción, su pobreza, su desigualdad, cristalizasen en un hombre viejo y decadente. Mubarak acabará cayendo. Pero los que agriden a los manifestantes en la plaza garantizarán que el sistema perdure una vez más. Y nos dirán que respiremos tranquilos.

Seguiremos informando.

Una contribución a la campaña

Acercándose como se acerca la campaña de las municipales, viendo que al PSM le va como siempre le ha ido - Ruth Porta...qué... original... - y desde luego sin ninguna gana de que la muchachada bigotista renueve por cuatro años más el derecho de llevar Madrid como un cortijo, permítanme ofrecerles un pequeño regalo de parte de Ruina Imponente.

Uno de las armas más estúpidas que está utilizando la derecha contra el candidato socialista al ayuntamiento, Jaime Lissavetsky, es, precisamente, que se llama Jaime Lissavetsky y no Francisco de Borja Guzmán-Arellano y Sáenz de Belorado. En consecuencia, nada más sencillo que un par de anuncios, bien al principio de la campaña, para acabar con la tontería y pasar a lo importante, que es el partido y el mensaje.

Yo haría un anuncio muy sencillo y muy barato en el que, frente a un fondo blanco brillante, fuesen diciendo su nombre real personas que tienen en común un nombre complicado y vivir en Madrid. Cuando me refiero a nombres complicados, me refiero a cosas como (nombres inventados) Maximino Gabaldón Portocarrero, Elisabeta Lyubeneva Radoslavski, Aitziber Zazpimendia Casteldeferro, Jefferson Hugo Aycallu Ramírez, y nombres similares salidos de la maravillosa diversidad de nuestra capital, con gente que viene de todas partes y que hace que Madrid sea tan rica y divertida como es.

Mientras éstas personas, con su mejor sonrisa, va recitando sus nombres, una voz en off se destaca y empieza a decir:

"Además de tener un nombre complicado, éstas personas tienen más cosas en común. Todos quieren una ciudad pensada por y para sus ciudadanos. Todos quieren un gobierno serio, decente y responsable. Todos..."

Y corta para dar paso al último de los que se presentan, el candidato en persona, que igualmente dice su nombre, mientras la pantalla se funde a blanco y la voz sigue:

"Son madrileños."

Hale, de nada.

Seguiremos informando.

Como el aire que respiro

Vivo en el Puente de Vallecas. Desde mi ventana se puede ver el tramo elevado de la M-30: seis carriles de tráfico que se elevan sobre la antigua carretera de Valencia. Los que vivimos en mi piso ya somos conscientes de que hay que barrer a diario para evitar que una capa de adhesiva mugre negra se acumule en el suelo. Es igualmente problemático a la hora del lavado de la ropa: el otro día tuve la mala suerte de tender la colada justo cuando una ligera bruma se abalanzó durante días sobre nuestra sufrida capital. Cuando tres días más tarde por fin se secó la ropa, la exposición al aire había sustituido el olor a suavizante por un persistente perfume a gasóleo.

Curiosamente, nuestra atenta municipalidad anuncia regularmente que el aire del Puente de Vallecas está, en líneas generales, dentro de unos niveles razonables. La estación de medición que el ayuntamiento llama "Puente de Vallecas" está aquí, en una placita poco transitada, a dos kilómetros del puente en sí y lo más alejada posible de los tres grandes focos de contaminación del barrio: la M-30, la M-40 y la autovía de Valencia. Efectivamente, la estación está en Puente de Vallecas: en el distrito de Puente de Vallecas.

Es como definir el clima madrileño por los datos de la estación meteorológica de la Bola del Mundo, que efectivamente está en Madrid, pero a 55 kilómetros de la capital y a 2000 metros de altura. Uno puede poner cara de póker y decir que el clima madrileño es subalpino, pero en algún momento a mediados de julio la gente va a empezar a exprimir sudor de sus camisetas y preguntárse qué carajo les están contando.

Y así en todo: la estación del centro está en la plaza del Carmen, que es peatonal; la estación del barrio de Salamanca está en el centro del parque del Retiro; hay una estación en el Ensanche de Vallecas, que por norma general tiene un tráfico bastante ligero, y ni siquiera está al lado de la M-45, sino en la avenida de La Gavia, que une la nada a Santa Eugenia.

El argumentario del bigotismo al respecto de los problemas del aire de Madrid es fundamentalmente el mismo que para todo: la culpa es del PSOE. Ana Botella, Madame Bigote en persona, dice que la culpa es del gobierno por incentivar la compra de automóviles. Recordarán - hablé de ello en su día - que mientras que el Gobierno introdujo la norma con ámbito general, correspondía a las comunidades autónomas establecer un sistema de baremos para incentivar la compra de coches más pequeños y ecológicos. La Condesa Cardada, en su línea habitual, consideró que eso de la proporcionalidad que manda la Constitución no era lo suyo, pasó del baremo y convirtió la subvención en un cheque para que sus votantes pudieran comprarse una nueva Tanqueta de Torrelodones (Porsche Cayenne, Toyota Land Cruiser, Nissan Qashqai) a cuenta del Estado.

Otras excusas regulares son que el clima de Madrid es muy seco: lo que para ellos es una excusa, debería ser razón de más para cuidar el aire que respiramos. Otra muy popular esgrime el habitual argumento de la "libertad" de la derecha: es decir, los malvados ecotiranos que quieren acabar con nuestro derecho otorgado por Dios Nuestro Señor para que conduzcamos el Audi A6 de un atasco a otro. Hay otras excusas, pero ¿por qué alargarse?

El ladrillazzo que nos ha llevado hasta aquí no se entiende sin el automóvil; es otra de sus herencias malditas. Nadie se ha ido a vivir a Fuentidueña de Tajo confiando en las bondades de su transporte público. Es urgente, ya que no podemos evitar la dependencia automovilística de la periferia, evitar que esas mareas de automóviles envenenen nuestra capital.

Pero con un alcalde que no quiere un tranvía por la Castellana porque cree que los cables quedan feos, vamos a ir muy lejos.

Depende de usted, señora.

Seguiremos informando.