miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fallar cuando ya es un lujo

A pocos ya les quedaba la duda, pero ayer el Gobierno de España demostró, una vez más, que forma parte de esa privilegiada clase, que, como Héctor Cúper o Italia (en general) se demuestra maestra en el arte de convertir las victorias en derrotas.

Ayer se aprobó la Ley de Economía Sostenible. Técnicamente, una batería de medidas destinadas a flexibilizar y agilizar la economía española, haciendo más fácil y rápido el recalentar la economía y - por fin - salir de la crisis.

¿Quién habla hoy de la Ley de Economía Sostenible? Nadie. Solo se habla de la única parte que no ha pasado el trámite parlamentario: la Disposición Final Segunda, una página en más de una centena. En consecuencia, cualquier impulso político que el Gobierno pueda haber conseguido de la aprobación de la LES queda obnubilado hasta la intranscendencia por la cagada supina (no hay otro nombre) que supone intentar pasar una ley impopular, en un entorno hostil, con elecciones a la vista, un gobierno en minoría y muy, muy atrás en las encuestas.

Y ésta cagada supina (insisto) no tiene otra responsable que la ministra de Cultura, deseosa de dejar atado y bien atado "lo suyo" sin ninguna consideración acerca de las consecuencias que su cabezonería podría tener para la imagen pública del partido y del Gobierno. Lo mínimo que debería hacer es presentar su dimisión ante el Presidente del Gobierno. Y es la obligación del presidente aceptarla y echar del Gobierno a éste lastre.

Dejando aparte la pregunta de que si era necesaria la ley o no (mis opiniones son aún contradictorias al respecto) ¿Era urgente? ¿Qué porcentaje de nuestro PIB representa Internet? ¿Qué porcentaje representaría aun aprobada la ley? ¿Era necesario enfrentarse a viento y marea cabreando aún más a una opinión pública ya bastante predispuesta a creerse las mandangas de la derecha y de la izquierda jipiosa que consideran que el PSOE está creando un estado autoritario? ¿Quién, dentro del Partido Socialista, ha sido incapaz de comprender que no es hora de desgastarse por estupideces? ¿Quién ha sido incapaz de ver que el bigotismo está más que encantado de hacer demagogia en éste asunto, máxime cuando ya desde hace tiempo demuestra un desprecio invencible por la cultura española en general, que ve como una pérdida de tiempo y de dinero? En ésto no se puede culpar a la ministra: la ministra es una "técnica", fue nombrada para representar a los suyos, y ha hecho (mal) lo que se esperaba de ella. La responsabilidad última es de la coordinación política del partido, que no ha sabido entender que en tiempos de crisis uno se desprende de las chorradas, especifica el mensaje y martillea hasta que haga sangre. Y la protección de la propiedad intelectual, con la que está cayendo, debe de estar muy abajo en la lista de prioridades del Ejecutivo.

Otro error, otra victoria desperdiciada. Lloraremos por las oportunidades perdidas.

Seguiremos informando.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Luchar y no explicárselo a nadie

Se acordarán de la huelga de Metro en Madrid, hará unos meses. Los trabajadores de Metro montaron un pitote épico, todo el mundo (literalmente) se cabreó con los trabajadores (y no con la Comunidad, que era la que proponía el recorte salarial). En aquél entonces escribí un artículo que fue muy comentado en el que decía que los trabajadores habían ganado en el sentido de que habían dejado claro que estaba en su mano parar la ciudad, pero que habían perdido ante la opinión pública debido a que, en parte gracias a su propia incapacidad de explicarse, en parte ante el gigantesco aparato de propaganda en su contra, el 95% de los madrileños creyó sin despeinarse que los trabajadores de Metro se habían puesto en huelga por que sí, o por joder, o explicaciones del mismo jaez. Y como es normal, ante semejante catástrofe de imagen pública, la Comunidad de Madrid tiene ahora manga ancha para hacer con los metreros lo que le venga en gana.

Uno pensaría que los controladores aéreos habrían aprendido algo de ésto, pero como ya les he dicho alguna vez, los sindicatos en España no se dan cuenta de que en éste país (y, por desgracia, en la inmensa mayoría) no existe ya la consciencia de clase que era el respaldo moral de cualquier huelguista. En consecuencia, si uno quiere hacer huelga, lo primero y lo más importante que debe hacer es explicar a los ciudadanos por qué la hace. Porque si no, pasa lo que ha pasado: la ausencia de legitimación ante los ojos de la ciudadanía da pie al Ejecutivo para hacer lo que le salga de la minga dominga.

La reacción ante la huelga por parte del Gobierno ha sido, naturalmente, exagerada; y más exagerada aún por nuestros infumables medios de comunicación, incapaces de leer el decreto (enlace aquí, ojo, PDF) que limita claramente el estado de alarma a las zonas delimitadas como torres de control titularidad de Aena. Es decir, que a pesar de que el 99,99999998% del territorio nacional NO está bajo ninguna medida de excepción, leyendo la prensa uno se piensa que estamos a punto de sacar los Leopard de paseo.

Cuando la primera crisis de los controladores, éste verano, dije que la navegación aérea debía estar en manos del Estado. Sigo pensándolo: la crisis de éste puente deja bastante claro que el tráfico aéreo en España es una infraestructura lo bastante fundamental y demasiado costosa como para entregarla a la libre competencia. (Pienso igual sobre las infraestructuras ferroviarias.) Eso sí, el hecho de que esté bajo titularidad estatal no ha de impedir que se administre conforme criterios de eficiencia y no bajo lo que los ingleses llaman, quizás no tan irónicamente, Spanish practices.

Si a uno se le da la responsabilidad de cuidar del buen funcionamiento de la aviación civil, no tengo ningún inconveniente en que sea remunerado conforme se merece y tenga los descansos que le regule la Organización Internacional de Aviación Civil. Pero a lo que no da pie esa responsabilidad es a erigirse en una casta sin vergüenza ajena que aprovecha su posición de privilegio para obtener concesiones por parte del Estado que no se hacen extensivas al resto de los trabajadores. Soy todo por los derechos de los trabajadores, y todo por los que defienden los derechos de todos los trabajadores. Pero a los que defienden única y exclusivamente lo suyo sin siquiera pretender defender lo de los demás, les pueden dar sustanciosa y militarmente por saco.

Seguiremos informando.


jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Y ahora qué? (II)

Con mi llamamiento a la discusión de ayer quise obtener respuestas, y como por increíble que pueda parecer tengo lectores (a pesar de mi pachorra) aquí tengo una, de don Roger, y un complemento a esa misma respuesta, del señor Citoyen.

Como está en mi carácter el buscar los consensos, empezaré por lo con que sí estoy de acuerdo, que es con la mayor parte de la segunda parte del artículo de don Roger. Soy el primero en decir que las antaño instituciones de "izquierda" formal (y sí, IU, hablo de ti) se han convertido en organizaciones eminentemente conservadoras, orientadas más a la "defensa" de lo ya existente que al progreso (sea lo que sea eso, pero ahora hablaré de ello.) Igualmente opino que el Estado no tiene por qué tener aeropuertos (y, ya puestos, invito a un café a quien me diga por qué Logroño necesita un aeropuerto) y que, en lo que a loterías respecta, propongo un modelo totalmente privado y liberalizado donde el Estado lo único que hace es vigilar el fraude y cascar impuestazos por partida doble: a organizadores y premiados por igual.

Pero por mucho que les admire, señores, no me convencen.

Cito a don Roger: "Prohibir que el comercio abra los domingos [...] es prohibir que gente que quiere trabajar lo haga." Ya estamos con el malvado Estado coartando la libertad de los trabajadores de hacer lo que quieran. Un arma tremendamente poderosa contra los derechos de los trabajadores ha sido la apropiación de la palabra "libertad" por la derecha. (No creo que sea necesario que les ponga ejemplos.) Normalmente, quien plantea la liberalización de los horarios laborales pone como resultado óptimo que el estudiante de 22 años recién incorporado al mercado laboral obtenga, al fin, unas cuantas horas a la semana para ganarse un dinero suelto y ponerle líneas al currículum. Puede ocurrir, en efecto, pero es igual de probable que lo que suceda es que la madre de 34 años y dos hijos deba trabajar todos los sábados y todos los domingos, resumiendo sus posibilidades de ocio y recreación con sus hijos a largas sesiones de visionado de televisión, pues está demasiado cansada para hacer otra cosa.

Veo innecesario recordarles que las regulaciones de horarios de trabajo no son algo reciente. Son conquistas del siglo XIX y sirven para garantizar a los trabajadores tiempo libre para gestionar sus asuntos y cuidar de sus familias. ¿Que hay trabajadores que se ven coartados por éstas regulaciones? Coño, sí. Maldito sea el Estado, que impide a la gente de bien literalmente matarse trabajando.

Pero bueno, no es de ésto de lo que quería hablar.

Como de costumbre, se remite usted a Escandinavia, donde el paraíso socialdemócrata aún existe. Pero, ¿por cuanto tiempo? El ejemplo aquí no es a mi entender Escandinavia, sino Alemania. Si bajase Ludwig Erhard de los cielos y escuchase a los que dicen defender su legado en la CDU estoy bastante convencido de que se liaría a ostias como panes (tenía aspecto de ser un señor lo suficientemente sólido como para defender sus ideas a bofetadas). Si en Alemania, estado que se enorgullece (o se enorgullecía) de crear el concepto de Sozialmarktwirtschaft, los recortes en los privilegios a los trabajadores son un hecho ¿cuánto tardarán los países escandinavos en seguir su camino? (Por cierto, Noruega no es un ejemplo - podrán mantener su estado del bienestar por el tiempo que quieran gracias a sus abundantes vapores de dinosaurio - pero eso es como los que hacen trampas en el SimCity)

El artículo de Citoyen, nos pone sobre la pista del problema y justifican lo que he dicho en mi anterior artículo. Los estados ya no tienen la potestad de hacer políticas de izquierdas porque no pueden financiárselas, y si pueden, no podrán. No podrán porque la recaudación tradicional, vía impuestos, es cada vez más insostenible dada la movilidad y la volatilidad del capital; y la financiación vía deuda supedita las políticas públicas de los Estados a las necesidades de sus inversores - y no de sus ciudadanos. Según las inmortales palabras de Cayetana Fitz-James Stuart, ésto que estáis haciendo no es democracia.

Y es el punto al que quiero llegar: lo primero que debe defender cualquier demócrata es que las políticas públicas se definan por el voto de los ciudadanos y no los del Fondo de Inversiones del Profesorado de Wisconsin. Me niego a asumir que las políticas públicas deban ser definidas por su rentabilidad - básicamente porque, en mi manera de entender la política, el Estado es una máquina de hacer cosas necesarias Y deficitarias.

En consecuencia, la izquierda debería partir en búsqueda de una escala lo suficientemente grande como para hacer contrapeso a los que exigen un Estado, S.A. con CEOs haciendo rapapolvos cada año en los Presupuestos Generales del Estado. Una escala que frene ésta subasta a la baja entre los Estados, para ver quién cobra menos impuestos y tiene trabajadores más productivos (es decir, que trabajen más por menos). Una escala que permita a los sindicatos ser lo que deben ser, instrumentos para un oligopolio de la mano de obra, oligopolio lo suficientemente fuerte como para mantener el precio del factor trabajo a un nivel que permita a la gente algo más que comer y dormir. Una escala que permita, en suma, evitar ésta carrera de ratas, éste sálvese quien pueda, ésta pugna de hombres y estados por rebajarse cada vez más, aceptar menos, trabajar más y, en suma, vivir peor.

Y, bueno, entiendo que ustedes son gente con más estudios, que pasarán horas y horas extricando los errores terminológicos de éste artículo, que seguro son muchos.

Pero precisamente porque son ustedes gente inteligente, háganme el favor. Miren donde estamos, miren hacia donde vamos, e intenten decir de corazón que nuestro futuro es el óptimo.

A ver si pueden.

Seguiremos informando.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

¿Y ahora qué?

Hoy no digreso, hoy pregunto.

No es una novedad: los estados ya no tienen la libertad de hacer políticas económicas de izquierda. El mercado impera sobre lo dividido. La izquierda tal y como la conocemos no puede evitar ésta subasta a la baja de los derechos de los trabajadores y del estado del bienestar. No podemos evitar ésto: es un proceso histórico al igual que lo fue la Revolución Industrial. Necesitamos un nuevo marco, a mucha mayor escala, donde poder actuar políticamente. ¿Por dónde empezamos?

Seguiremos informando.