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martes, 22 de marzo de 2011
La fábula del adorable gatito
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martes, 1 de marzo de 2011
Venga a por ella
Hará unos días unos famosos blogueros empezaron una campaña titulada, de forma bastante original, "No les votes". El argumento de ésta simpática muchachada es que la aprobación de la Ley Sinde (que no es una ley, es una disposición adicional de una ley más compleja y bastante más importante, así que empezamos bien) demuestra empíricamente que PP y PSOE son lo mismo y que actúan en malvada comandita en colusión con los intereses reales del pueblo, o, por lo menos, del pueblo con Twitter. En consecuencia, el pueblo, es decir, el pueblo con Twitter, debe mostrar gráficamente su repudio a ésta agresión no votando a los dos partidos mayoritarios.
Mucha gente cercana al PSOE se lo ha tomado a cashondeo. Especialmente hilarante es la campaña paralela "No compres yates", basada, según sus organizadores, en el mismo principio: negarse a hacer algo que no se tenía pensado hacer desde el principio.
Yo, como soy de esa clase de cretino que se toma la democracia en serio, prefiero, por principio, no reírme de la gente así de cara. Es mejor detenerse un poco, escuchar sus argumentos, intentar comprenderlos y, una vez comprendidos, tener más y mejor material para, si está justificado, partirme la caja con ellos en condiciones.
Mi principal problema con la campaña "No les votes" reside en su simplicidad. Sí, sé que sus organizadores se han lanzado a explicar, por activa y por pasiva, que la campaña no se detiene en pedir que no se vote: que se proponen soluciones constructivas, etcétera. Pero es que lo que la gente ve, en Twitter y en todas partes, es un simple mensaje: #nolesvotes. Eso son once caracteres de información: ochenta y ocho bits. Hay programadores de cafeteras más complejos que eso. Y lo que hacen esos ochenta y ocho bits, por más que los que lo pusieron ahí intenten complementarlo con millares de bits más en decenas de artículos explicándose, es perpetuar el mensaje favorito de la derecha en general y de la española en particular, que nos llevan martilleando en la cabeza desde, sin exagerar, siempre: los políticos, sin excepción, son una casta aparte, dedicada a robar, mentir e ignorar los intereses del ciudadano corriente.
Ese tópico es, a mi humilde entender, el mayor enemigo de la democracia. Punto. Convertir a los políticos, es decir, a la gente que elegimos para que nos gobierne, en "ellos", en "esos", es crear una barrera infranqueable, un muro de Berlín, un apartheid social que divide a la "gente normal", es decir, los ciudadanos de a pie, de "los políticos", esos seres malvados, lamebotas y vendidos, que impiden el bienestar del pueblo, la paz en el mundo, y que no podamos ver la tercera temporada de "Glee".
Por cierto, un disclaimer: Soy consciente de que mi opinión sobre la protección de la cultura en Internet ha sido abiertamente neurasténica, pero mi posición actual está a favor de la piratería - lean mis artículos anteriores sobre el tema - y siempre he dudado de la oportunidad política de la aprobación de la "ley" Sinde. Así que no es que esté en contra de ésta muchachada por socialista: lo estoy por demócrata.
Eso también me permite recordar a los fumboleros (los que ven la política como una suerte de carreras de cuádrigas constante y que están con su equipo (léase partido) "manquepierda") que la culpa del desprestigio actual de la política no es, ni mucho menos, exclusividad de la derecha. Todos los partidos políticos en general, sin excepción que yo conozca, han fallado en algún momento a los ciudadanos en dos de sus funciones más importantes: primero, incentivar a los ciudadanos a ser políticamente activos, más allá del mero acto de votar; y segundo, y más sangrante, en su función de selección de élites. Los partidos políticos deberían ser estructuras destinadas a canalizar a la ciudadanía políticamente activa para que ésta pueda ejercer su derecho constitucional de participar en la vida pública de la forma más plena posible: y deberían ser estructuras destinadas a seleccionar a los hombres y mujeres más capaces, inteligentes, humanos, honrados y cabales para ocupar las máximas posiciones del Estado.
En consecuencia, no es sorprendente que entre los que ocupan cargos públicos hayan cretinos y ladrones. Lo sorprendente, e increíble, es lo contrario, es decir, que haya tanta gente increíblemente brillante, honrada e inteligente ocupando cargos de relevancia ahora mismo. Desafortunadamente, a los ojos de los ciudadanos ésto no basta. Cada político honrado, cada político inteligente, paga en carne propia el hecho de que haya otros que no lo son. Cada caso de podredumbre política sirve para enterrar un poco más la reputación de la gente que trabaja en serio al servicio de los ciudadanos.
Otra gente propugna la revolución. Consideran que no hay forma de cambiar un sistema que les oprime, y que la única forma de acabar con la opresión es derribarlo. Muy bonito, pero toda revolución implica que los oprimidos pasan a ser opresores y al revés, y lo que queremos aquí es acabar con la pelea, no perpetuarla. Y, no, lo de exterminar a los oprimidos no funciona, y desgraciadamente, no es porque no se haya intentado.
Una persona que se considere a sí misma interesada en política nunca debe ignorar o despreciar el descontento de un ciudadano. El descontento es el principio motor de cualquier acción política. El descontento implica que no se está satisfecho de una situación. Pero el descontento solo no basta. El descontento solo no hace nada, solo existe en su mundo quejoso.
El desprecio a la política del que hablamos es el que lleva a muchos ciudadanos españoles, perfectamente capaces de colaborar en hacer de éste país un lugar mejor, a considerar que su responsabilidad para con éste país nuestro empieza y termina en su capacidad de reclamar de lo que está mal. Al fin y al cabo es la única posición donde uno será unánimemente aplaudido. Defender algo, trabajar por algo, luchar por algo, ah, amigos, eso es otra cosa muy distinta. Implica salir a la palestra, tomar partido, discutir y, sí, ser insultado y despreciado.
Permítanme que les recuerde una cosa: los políticos no son una especie alienígena. Si no le gustan los políticos, se puede ir más allá de elegir otros: usted puede ser uno de ellos. Si no le gustan los partidos que hay, funde uno. Si cree usted que el PSOE (por ejemplo) debería ser más de izquierdas, vaya a su agrupación más cercana, afíliese y defienda sus ideas.
Si realmente no le gusta como las cosas se llevan en éste país, si usted de verdad quiere que España sea un país más justo, más democrático, más honrado, un país donde todos tengan derecho a la sanidad pública, a la educación pública y a ver episodios de los Soprano en DivX con pésimos subtítulos argentinos, salga ahí y de la cara. Lleve sus ideas a la calle, a los congresos del partido, al Congreso de los Diputados.
Porque no sé si se ha dado cuenta, los reaccionarios ya lo han hecho. Activos, ubicuos, movilizados, luchan a diario porque España sea una seudoteocracia anarcocapitalista, donde solo haya tres certidumbres en la vida: Dios, Patria y Libertad de Mercado. Ellos se están moviendo. Y es de ellos que debería preocuparse.
Porque ahí sentado, con esos ochenta y ocho bits de rebeldía de palo, no va a conseguir más que ver como esas pequeñas libertades que teme perder no van a ser nada comparadas con las libertades que va a perder de verdad.
La democracia representativa funciona cuando nos importa. Es suya. Venga a por ella.
Seguiremos informando.