Imaginemos que vemos por la calle un adorable gatito. Y junto al gatito hay un enorme perro al que el gatito acaba de despertar. El perro estaba profundamente dormido, se ha llevado un susto de muerte, está cabreado en grado sumo y vemos que está más que decidido a convertir al adorable gatito en puré felino.
El amante de los felinos que hay en nosotros salta enseguida: por supuesto que no podemos permitir que el perro se coma al gatito. Los gatitos nos caen simpáticos, nos dan ternura, nos gusta mirarlos en fotos y verlos por la tele, hacemos "oooooh" cuando los vemos, y si los niños pequeños nos preguntan si nos gustan los gatitos, decimos "por supuesto que sí".
Claro que no les hemos dicho a los niños pequeños que la semana pasada dejamos que nuestro dóberman se comiera a un gatito que pasaba por nuestro jardín. Hay una diferencia, al fin y al cabo. Nuestro dóberman es nuestro y cuida del jardín de la casa. El otro perro, en cambio, es un perro feo que ha dado algún que otro problema. Y a pesar de que no nos gusta demasiado tenerlo rondando por el barrio, las más de las veces hace lo que le pedimos, y por eso de vez en cuándo le damos un snack. Uno de nuestros vecinos, de hecho, no quiere ni oír hablar de matarlo: no solo el perro le hace más caso que a nadie, sino que además dice que le sirve para guardar las puertas de su casa.
Así que decidimos apostar por el gatito, pero sin demasiado entusiasmo. Empezamos por lo más sencillo y lo más estúpido: animar al gatito a que vaya allí y mate al perro. Obviamente, el perro no está muy de acuerdo con esa idea, y hace lo que sabe: agarrar al gatito con sus garras y empezar a mascarlo. Eso no es lo que teníamos pensado, así que hacemos otra cosa: empezamos a tirarle piedras al perro desde lejos. Eso hace que el perro deje de masticar al gatito - que aún así está ya bastante jodido y, suponemos, cabreado con nosotros - pero tampoco sirve para matarlo. Más bien le cabrea aún más.
La solución que tenemos delante es evidente: ir ahí, matar al perro de una paliza y llevarnos al gatito a casa. Pero nos entran las dudas. Hace unos años le hicimos lo mismo a otro perro para salvar a otro gatito, y no solo nos tuvimos que comer los mordiscos del perro, sino que además el gato se volvió un joputa de cuidado que nos empezó a morder y a arañar. Dado que el gatito de los huevos nos salió rana, nos hemos prometido a nosotros mismos no volver a llevarnos gatitos a casa.
Entonces, solo nos queda la esperanza de que el perro se canse o se harte y que salga por piernas. Si no lo hace, y nos cansamos o nos hartamos de tirar piedras, lo que vamos a tener es un perro muy cabreado, que no solo va a matar al gatito: lo va a despedazar, comerse las vísceras y tirar los restos por un barranco. Y seguro que lloraremos por el gatito muerto, pero no me cabe duda de que, pasado un tiempo, volveremos a darle snacks al perro asesino.
Porque a pesar de que digamos en voz alta lo mucho que nos gustan los gatitos, en realidad lo que queremos son perros. Los perros son grandes, feos y feroces, pero tienen una virtud: son obedientes. Los gatitos son monos, pero hacen lo que les da la gana. Y en nuestra casa, en nuestro barrio, en nuestro mundo, lo que queremos, desgraciadamente, es obediencia.
Seguiremos informando.
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