He de reconocer que estoy infinitamente perro con el blog. Obviamente no es responsabilidad de mis lectores, que me hacen la pelota hasta grados que veo imposible merecer. La responsabilidad es mía, que llevo ya cinco años escribiendo: en todo éste tiempo, he hablado mucho sobre varios temas concretos, a veces varias veces, y he llegado al punto en el que estoy cansado de hablar otra vez de lo mismo. Lo más probable es que sea uno de éstos momentos de leve depresión "nadie me quiere" tan propios en mí, pero éste no va a ser un artículo de los de lamentarme. Esos tienen un título específico ("Confesiones de un falso cultureta") que es para que no necesiten leerlos si no quieren.
El artículo de hoy surge de la habitual comida (quicir) de todos los jueves con el Maestro, donde éste me solicitó una explicación razonada de la actual crisis en el Sáhara. Como si hay algo que me gusta hacer es lanzarme a largas digresiones sobre política internacional con los amigos (soy de esa clase de gente: invítenme a sus fiestas) atendí encantado a su petición. El artículo de hoy es una repetición expandida de esa explicación.
El Sáhara Occidental era, en 1975, la provincia del Sáhara, teóricamente tan española como podría ser Lugo: los coches usaban matrículas españolas (SH), a sus habitantes se les expedían Libros de Familia y los DNI tipo sábana de la época y hasta mandaban procuradores a Cortes (que invariablemente aparecían como atracción en la ritual filmación de la apertura de Cortes del NO-DO). En puridad, administrativamente el Sáhara era como Fuerteventura, pero doscientas veces más grande: en la práctica, la inmensísima mayoría de la población de origen español trabajaba de alguna manera para el Estado.
Por aquél entonces reinaba en Marruecos Hassan II, figura que, durante toda su vida, gobernó Marruecos tal como Franco gobernó España: navegando con notable astucia por los procelosos mares de las intrigas palaciegas prácticamente inevitables en una monarquía árabe, logró erigirse como paladín anticomunista y llevó el país con mano de hierro, atenuada a ojos de la opinión pública internacional por una aparente estructura democrática cuya efectividad terminaba a las puertas mismas de palacio. Aun hoy, el estado de derecho marroquí se estructura tal y como lo dejó Hassan: todos los marroquíes tienen derechos siempre y cuándo no contraríen la voluntad del Rey y Comendador de los Creyentes. No se rían, nosotros estuvimos igual muuuuchos años.
Hassan II se había puesto como objetivo el Sáhara desde hacía años: en 1963 Marruecos consiguió de la ONU una declaración diciendo que el Sáhara era un territorio a ser descolonizado, lo cuál, si no le daba la razón, al menos se la quitaba a España, lo cual ya era un paso. Lo demás era, simplemente, esperar.
En 1975, a Franco le dio finalmente por morirse. Hassan II vio la oportunidad que estaba esperando y se sacó de la manga una jugada maestra de marketing político (tan maestra que no hay posibilidad de que no estuviese planeada muy de antemano): la Marcha Verde. Básicamente hizo una razzia por todos los suburbios pobres de Marruecos, pilló a todo aquél que no tuviese nada que hacer (que era mucha gente), les entregó una bandera marroquí, un Corán y un retrato del rey a cada uno, les metió en camiones, les llevó a la frontera y les dijo: hala, a conquistar el Sáhara para vuestro rey. En aquél entonces España no estaba literalmente para tontería alguna: el pilar sobre el que se sostenía todo el sistema político se estaba muriendo, y aquello era una distracción innecesaria para un país que no podía tolerar ninguna.
Así pues, España hizo exactamente lo que Hassan quería que hiciésemos: mandamos al Carlangas a El Aaiún, reunió a los legionarios y funcionarios y les dijo: "Señores, nos vamos." Y nos fuimos: una semana más tarde Arias Navarro se reunió con los ministros marroquí y mauritano y firmamos una declaración que decía, resumiendo, que España se iba del Sáhara y que entregaba las llaves a Marruecos y Mauritania para que se las repartiesen. En ningún momento España abdicaba de su soberanía sobre el Sáhara: simplemente se entregaba la "administración" del territorio.
Aquella "Declaración de Madrid" era un cachondeo hecho tarde, mal y a rastras, y con un motivo: el documento estaba firmado en Madrid, el 14 de noviembre de 1975. Aquél día y hora, S.E. el Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, estaba literalmente cagando sangre en una habitación de La Paz. De hecho estaba TAN mal hecho que ni siquiera nos dimos al trabajo de publicarlo en el BOE, por lo que, legalmente, nunca ha hecho parte de la legislación española.
Las Naciones Unidas también consideraron que aquello era un cachondeo. Y el Frente por la Liberación de Saguia-el-Hamra y Rio de Oro (Frente Polisario, abreviatura que se agradece) se pilló un rebote cojonudo. Pero no había nada que hacer: el 28 de febrero de 1976, metimos a todo el mundo en aviones o barcos, arriamos la bandera, saludamos y nos fuimos, entregando las llaves, como previsto, a los marroquíes, que se quedaron con cuatro quintos del territorio, y a los mauritanos, que se quedaron con el quinto restante (los mauritanos se dieron cuenta de que no se podían permitir ocupar un país y se fueron por pies al poco, quedándose los marroquíes con su trozo). Los funcionarios del Sáhara fueron transferidos, los profesores reconducidos, los médicos reinstalados, los coches rematriculados: todo pasó como si no hubiésemos estado nunca allí.
Inmediatamente el Polisario se echó al monte, lo que en el Sáhara viene a ser el desierto, con el patrocinio de Argelia - siempre encantada de meterle el dedo en el ojo a los marroquíes. Siguieron dieciséis años de guerra de guerrillas, y finalmente un alto el fuego, quedando las posiciones de ambas partes tal y como están hoy en día: cuatro quintas partes (toda la costa y las minas de fosfatos, mayor riqueza del Sáhara) en manos de Marruecos, para quién toda la zona es el Sur de Marruecos, y el quinto restante, mayormente arena y piedras, es la "Zona Libre", bajo el gobierno del Polisario.
Desde entonces, la ONU nos ha encargado repetidamente la responsabilidad de llevar a cabo lo que sus resoluciones nos exhortan y la propia legislación española (Ley 40/1975, de 19 de noviembre - nótese la fecha -, de Descolonización del Sáhara) aún nos obliga: tomar las medidas necesarias para la descolonización del Sáhara. Eso implica, tras el alto el fuego de 1991, convocar un referéndum de autodeterminación. Pero el referéndum nunca se hace, porque ambas partes nunca se ponen de acuerdo sobre quién debe votar. Los saharauis dicen que los únicos que deben votar son los que tenían DNI saharaui (como el español, pero bilingüe) a fecha del 15 de noviembre de 1975 y sus descendientes: los marroquíes dicen que deben votar todos los residentes en el Sáhara (incluyendo los colonos, funcionarios y militares marroquíes). Existe una misión de la ONU (Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental, o, en otro agradecido acrónimo, MINURSO) que reúne a las partes dos veces al año, comprueba que siguen sin estar de acuerdo y manda a todo el mundo a casa.
Y esto no va más lejos porque, la verdad, en conflictos territoriales todo depende de los amigos que tengas. El de la República Árabe Saharaui Democrática es Argelia y, si tu mejor amigo es Argelia la verdad es que no puedes ir muy lejos. Marruecos, por otro lado, tiene siete letras que en África valen oro: Francia. En África, para ser amigo de Francia basta con hablar francés y comprar cazas Dassault (y hay que ser realmente amigo de Francia para comprar Dassault, porque son basura), y los marroquíes hacen mucho de ambas cosas; y Francia tiene más prestigio, más dinero y, lo que probablemente sea la peor contribución de Charles de Gaulle a la Humanidad, veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Si a eso le sumamos que Estados Unidos solo es capaz de ver en Marruecos un país árabe amigo que mantiene a raya a sus islamistas y vemos por qué nadie quiere hacer más de lo indispensable por los saharauis.
Y nosotros, bueno, nosotros tenemos las flotas andaluza y canaria de bajura, que depende de los caladeros marroquíes para vivir y cuya desmovilización por falta de acuerdo pesquero implicaría aumentar escandalosamente el paro en zonas donde ya ronda el 40%; tenemos las inversiones hechas en Marruecos (800 millones de euros), y, hasta éste año, teníamos el hecho de que Marruecos controlaba nuestra llave del gas, controlando los gasoductos bajo el Estrecho. (Conscientes de que una pelotera Marruecos-Argelia nos podría dejar sin gas, se ha construido un gasoducto Argelia-España bajo el mar de Alborán.). Todo esto sin hablar de Ceuta y Melilla: suena escandalosamente cínico y lo es, pero política y económicamente, lo que nos conviene más es lo que estamos haciendo: solidaridad con el Sáhara, toda la del mundo: si se ha de traer a 200 niños saharauis cada verano para que vean lo que es una piscina, se traen, pero mover un dedo para cambiar el status quo, ni hablar.
Esto cabrea a dos sectores opuestos de la sociedad: por un lado, la extrema izquierda, por razones obvias; y por otro lado, la derecha, que inspirada por el espíritu de Capitán Trueno que ha poseído a Bigotus Máximus y una insuperable voluntad de meterle el dedo en el ojo al Gobierno, ha asumido una posición profundamente ibérica y profundamente estúpida que puede resumirse en la frase "Zapatero deja que los moros se nos suban a la chepa", de innegable popularidad en las tertulias de bar. Cabría pensar que un futuro gobierno bigotista tendría que comerse sus palabras con patatas, dado que ellos, en teoría, tendrían que hacer lo mismo, pero del partido que invadió Perejil al alba y con fuerte viento de Levante me espero cualquier clase de cretinismo.
Como ya dije con respecto a las peloteras con Ceuta y Melilla del pasado agosto, Marruecos está exacerbando el nacionalismo para desviar la atención de la ciudadanía ante una sociedad en crisis, descontenta con el gobierno y privada de su más tradicional válvula de escape, la emigración. Podemos dar por sentado de que el gobierno marroquí va a saltar a la mínima que vea al gobierno español metiéndose en lo que ellos consideran "sus asuntos", lo que podría ser aún peor.
Yo quiero ayudar a la libertad del Sáhara como el que más, pero si queremos ayudar no podemos tirarnos de cabeza. Nos hemos de blindar tras las Naciones Unidas. Tenemos que convencer a Francia. Tenemos que contribuir a la democratización de Marruecos, ayudar a desmontar el poder omnímodo del rey y su corte y colaborar con quienes quieren de Marruecos una verdadera democracia. Nada de esto se hace de un día para el otro.
Pero las soluciones fáciles y erróneas son más vendibles que las sensatas y difíciles, veo. Así nos va.
Seguiremos informando.