La señora Séfora (Tzipi para los amigos) Livni acaba de confirmar una ley de la política israelí, ley cuyo precedente solo puede presagiar dolor y sufrimiento: dos mil cadáveres de palestinos son suficientes para ganar unas elecciones.
En efecto, Kadima ha ganado las elecciones generales de anoche por un único escaño, un mundo en la Knesset. Y esa victoria puede responsabilizarse única y exclusivamente a la sangre tan generosamente vertida por los ciudadanos de Gaza. En todo caso, es una victoria inútil; los ciudadanos de Israel han dicho claramente que quieren seguridad, lo que en el lenguaje político local quiere decir más palestinos muertos.
Pero más preocupante es para mí el hecho de que éstas elecciones han supuesto el definitivo fin de la izquierda en Israel. El primer partido de Israel es Kadima, de centro-derecha. El segundo es el Likud, más de derechas que Kadima. Y el tercero es Yisrael Beitenu (Israel es nuestra casa), de un ultrarrico nacido en Rusia, Avigdor Lieberman: populismo a go-go y una retórica que hace palidecer al propio Netanyahu. El partido laborista, que gobernó el país durante treinta años seguidos, se ha convertido en un brazo político del sindicato Histadrut, sin autonomía, sin poder y sin liderazgo, convirtiéndose en la cuarta fuerza política y hundiéndose aún más en su propia miseria.
Las elecciones de 2009 han certificado la tendencia que a todos debe dar miedo: Israel ha abandonado toda intención de mantenerse como una democracia liberal y laica. Ha decidido que, para sobrevivir, debe convertirse en tan nacionalista y tan extremista como sus enemigos los terroristas. Miedo debe darnos el futuro de ésta apuesta. Miedo debe darnos el presente.
Seguiremos informando.
En efecto, Kadima ha ganado las elecciones generales de anoche por un único escaño, un mundo en la Knesset. Y esa victoria puede responsabilizarse única y exclusivamente a la sangre tan generosamente vertida por los ciudadanos de Gaza. En todo caso, es una victoria inútil; los ciudadanos de Israel han dicho claramente que quieren seguridad, lo que en el lenguaje político local quiere decir más palestinos muertos.
Pero más preocupante es para mí el hecho de que éstas elecciones han supuesto el definitivo fin de la izquierda en Israel. El primer partido de Israel es Kadima, de centro-derecha. El segundo es el Likud, más de derechas que Kadima. Y el tercero es Yisrael Beitenu (Israel es nuestra casa), de un ultrarrico nacido en Rusia, Avigdor Lieberman: populismo a go-go y una retórica que hace palidecer al propio Netanyahu. El partido laborista, que gobernó el país durante treinta años seguidos, se ha convertido en un brazo político del sindicato Histadrut, sin autonomía, sin poder y sin liderazgo, convirtiéndose en la cuarta fuerza política y hundiéndose aún más en su propia miseria.
Las elecciones de 2009 han certificado la tendencia que a todos debe dar miedo: Israel ha abandonado toda intención de mantenerse como una democracia liberal y laica. Ha decidido que, para sobrevivir, debe convertirse en tan nacionalista y tan extremista como sus enemigos los terroristas. Miedo debe darnos el futuro de ésta apuesta. Miedo debe darnos el presente.
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