El Mercurio, el periódico de cabecera de la alta burguesía de Santiago de Chile, siempre que se refería al golpista dictador Augusto Pinochet Ugarte en sus últimos años, lo nombraba invariablemente como "el general (r)", siendo la r abreviatura de un "retirado" que nunca se creyó nadie, y menos los redactores de El Mercurio.
La sombra de Pinochet pesa sobre los chilenos de tal manera, que aún hoy, veintiún años después de que un plebiscito le echara a patadas del poder y pasados ya tres años de su muerte, la política chilena no esté dividida entre izquierdas y derechas, sino entre pinochetistas y antipinochetistas. Porque, en efecto, la Concertación de Partidos por la Democracia, la coalición que lleva gobernando Chile desde 1989, es heredera directa de la Concertación de Partidos por el No, la fuerza motriz del bando antipinochetista en el plebiscito de 1988. Imagínense lo chunga que debe de ser la cosa para mantener unidos al PDC, miembro de la Internacional Demócrata de Centro junto a partidos como el PP (y fundado en los años 30 con el simpático nombre de Falange Nacional), con toda la izquierda de Chile a excepción del Partido Comunista.
Obviamente, llega un punto de inflexión en el que la derecha quiere catar un poco de poder y decide incorporar algo de pragmatismo a sus campañas. Eso, y el inconfundible aroma del populismo sudamericano de derechas, es lo que ofreció a los chilenos el incontestable ganador de las elecciones de ayer, Sebastián Piñera. Dado que, como sabrán, Chile, junto con Colombia, es el país sudamericano más escorado a la derecha, es una oferta que tiene un notable atractivo.
Mientras, en la Concertación, veinte años de poder pesan, máxime cuándo su oferta ya está más que vista. Está visto que a éstas alturas, los dos pesos pesados dentro de la Concertación, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista, han decidido turnarse, en períodos de diez años (dos mandatos de cinco años) en la presidencia de la República. Y resulta que el PDC no tiene mejor candidato que el que posiblemente fuese el tipo más aburrido que se ha sentado en La Moneda, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuyo principal atributo es ser hijo del predecesor y rival de Salvador Allende en las elecciones de 1970, Eduardo Frei Montalva.
Eso ha provocado la escisión del ala izquierda dentro de la Concertación, que se ha aglomerado en torno al joven Marco Enríquez-Ominami, que es todo lo que Frei no es: joven, guapo y ligeramente populista.
En todo caso, la victoria de Piñera en la primera vuelta no garantiza nada en la segunda. La segunda vuelta será lo que han sido las últimas presidenciales chilenas: una pugna bajo la sombra de Pinochet y de su envenenada herencia.
Seguiremos informando.
La sombra de Pinochet pesa sobre los chilenos de tal manera, que aún hoy, veintiún años después de que un plebiscito le echara a patadas del poder y pasados ya tres años de su muerte, la política chilena no esté dividida entre izquierdas y derechas, sino entre pinochetistas y antipinochetistas. Porque, en efecto, la Concertación de Partidos por la Democracia, la coalición que lleva gobernando Chile desde 1989, es heredera directa de la Concertación de Partidos por el No, la fuerza motriz del bando antipinochetista en el plebiscito de 1988. Imagínense lo chunga que debe de ser la cosa para mantener unidos al PDC, miembro de la Internacional Demócrata de Centro junto a partidos como el PP (y fundado en los años 30 con el simpático nombre de Falange Nacional), con toda la izquierda de Chile a excepción del Partido Comunista.
Obviamente, llega un punto de inflexión en el que la derecha quiere catar un poco de poder y decide incorporar algo de pragmatismo a sus campañas. Eso, y el inconfundible aroma del populismo sudamericano de derechas, es lo que ofreció a los chilenos el incontestable ganador de las elecciones de ayer, Sebastián Piñera. Dado que, como sabrán, Chile, junto con Colombia, es el país sudamericano más escorado a la derecha, es una oferta que tiene un notable atractivo.
Mientras, en la Concertación, veinte años de poder pesan, máxime cuándo su oferta ya está más que vista. Está visto que a éstas alturas, los dos pesos pesados dentro de la Concertación, el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Socialista, han decidido turnarse, en períodos de diez años (dos mandatos de cinco años) en la presidencia de la República. Y resulta que el PDC no tiene mejor candidato que el que posiblemente fuese el tipo más aburrido que se ha sentado en La Moneda, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, cuyo principal atributo es ser hijo del predecesor y rival de Salvador Allende en las elecciones de 1970, Eduardo Frei Montalva.
Eso ha provocado la escisión del ala izquierda dentro de la Concertación, que se ha aglomerado en torno al joven Marco Enríquez-Ominami, que es todo lo que Frei no es: joven, guapo y ligeramente populista.
En todo caso, la victoria de Piñera en la primera vuelta no garantiza nada en la segunda. La segunda vuelta será lo que han sido las últimas presidenciales chilenas: una pugna bajo la sombra de Pinochet y de su envenenada herencia.
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