Conocemos (casi) todos la fábula de la zorra y las uvas. Ve el bicho las uvas colgadas de la parra, le entra hambre, intenta cogerlas. Al no lograrlo, se encoge de hombros (alguien me tiene que explicar como puede hacer eso un zorro) se justifica a sí misma diciendo que las uvas están verdes.
El "cese de actividades" de ETA tiene más o menos que ver con eso. Una combinación de sonoras torpezas y de la acción policial en varios países distintos han reducido bastante el margen de acción de la organización. Muchos de los intentos de reconstituir sus actividades han acabado en collejas de lo más ruidoso. Y ahora salen diciendo que eso es porque en realidad no querían atentar. Vaya por Dios.
Un amigo mío y lector de éste su blog se indignaba ante la falta de reacción por parte de los grupos políticos en general ante el anuncio de ETA. Dije tras el atentado de la T-4 que el problema consistía en que ETA ha perdido el beneficio de la duda. Sus palabras ya no bastan: son necesarias acciones concretas por parte de los terroristas.
Hay varios problemas aquí y pretendo tratarlos uno a uno.
El primero consiste en que la campaña furibunda del bigotismo ha hecho calar en la opinión pública la idea de que la acción policial es suficiente para acabar con ETA. Siempre he dicho que si eso fuera cierto, el franquismo, esplendorosamente dotado para la represión, hubiera acabado con ETA fácilmente; como bien sabemos, no solo no lo hizo, sino que el Presidente del Gobierno de España acabó en un patio de colegio tras volar siete pisos con Dodge y todo. A pesar de la contundencia de éste argumento, la irresponsabilidad del populismo pepista, de la que he hablado demasiadas veces como para llevarlo bien, ha reducido el margen de actuación pública del Ejecutivo a la mínima expresión. Sea lo que sea lo que haga el gobierno, a ojos de la ciudadanía el único mensaje posible es el que hemos visto en todos los telediarios: "Lo único que tiene que hacer ETA es desaparecer"; "Seguiremos igual"; "Máxima contundencia contra el terror", etcétera, etcétera. Cualquier cosa allende éste mensaje deberá llevarse en la clandestinidad - con el componente antidemocrático que supone.
Lo sensato sería salir a la palestra y decir alto y claro cuál es el segundo problema: muchísimo más importante que desarmar a los etarras (que al fin y al cabo son pocos y peñukis) es disuadir a los aproximadamente cien mil vascos que creen que la única forma de lograr la autodeterminación de Euskal Herria es vía rifle. Si no conseguimos ésto, vamos a estar desarticulando Comandos Vizcaya hasta el fin de los días. El problema principal no es que haya gente que crea sinceramente en la liberación armada: al fin y al cabo tarados los hay en todas partes. El problema, y el motivo para la reflexión, es que haya tantos.
Y el principal problema es que la mayor parte de los über-vasquistas éstos lo son porque residen en un entorno asfixiantemente cerrado - vagamente delimitado por el triángulo Orio-Irún-Andoain - donde, desde la cuna hasta la tumba, uno come, bebe, vive el mensaje de opresión nacional y martirio, implacablemente martilleado por el entorno familiar y moldeado por el pánico al terrible castigo afligido a los que se atreven con la heterodoxia. El resto son peñukis - la inmediatez del nacionalismo, amén del igualmente contundente castigo a los heterodoxos - ha hecho que el über-vasquismo haya fagocitado a otras variantes del peñukismo vasco.
Está claro que, para empezar, las armas deben dejarse en la puerta, donde las veamos. Pero de ahí en adelante empieza la parte complicada: el problema que no se resuelve a ostias. Se trata de un infernal encaje de bolillos en el cuál hay que convencer que en el sistema democrático caben todos - no ayudamos, precisamente, prohibiendo partidos políticos - y que la independencia vasca es posible si el pueblo vasco así lo desea - aunque va a ser más difícil convencerles de que, ahora mismo, la mayoría de los vascos no quieren la independencia (en bastante medida, por su culpa).
Una solución que requiere serenidad y mano izquierda. Uf.
Seguiremos informando.
El "cese de actividades" de ETA tiene más o menos que ver con eso. Una combinación de sonoras torpezas y de la acción policial en varios países distintos han reducido bastante el margen de acción de la organización. Muchos de los intentos de reconstituir sus actividades han acabado en collejas de lo más ruidoso. Y ahora salen diciendo que eso es porque en realidad no querían atentar. Vaya por Dios.
Un amigo mío y lector de éste su blog se indignaba ante la falta de reacción por parte de los grupos políticos en general ante el anuncio de ETA. Dije tras el atentado de la T-4 que el problema consistía en que ETA ha perdido el beneficio de la duda. Sus palabras ya no bastan: son necesarias acciones concretas por parte de los terroristas.
Hay varios problemas aquí y pretendo tratarlos uno a uno.
El primero consiste en que la campaña furibunda del bigotismo ha hecho calar en la opinión pública la idea de que la acción policial es suficiente para acabar con ETA. Siempre he dicho que si eso fuera cierto, el franquismo, esplendorosamente dotado para la represión, hubiera acabado con ETA fácilmente; como bien sabemos, no solo no lo hizo, sino que el Presidente del Gobierno de España acabó en un patio de colegio tras volar siete pisos con Dodge y todo. A pesar de la contundencia de éste argumento, la irresponsabilidad del populismo pepista, de la que he hablado demasiadas veces como para llevarlo bien, ha reducido el margen de actuación pública del Ejecutivo a la mínima expresión. Sea lo que sea lo que haga el gobierno, a ojos de la ciudadanía el único mensaje posible es el que hemos visto en todos los telediarios: "Lo único que tiene que hacer ETA es desaparecer"; "Seguiremos igual"; "Máxima contundencia contra el terror", etcétera, etcétera. Cualquier cosa allende éste mensaje deberá llevarse en la clandestinidad - con el componente antidemocrático que supone.
Lo sensato sería salir a la palestra y decir alto y claro cuál es el segundo problema: muchísimo más importante que desarmar a los etarras (que al fin y al cabo son pocos y peñukis) es disuadir a los aproximadamente cien mil vascos que creen que la única forma de lograr la autodeterminación de Euskal Herria es vía rifle. Si no conseguimos ésto, vamos a estar desarticulando Comandos Vizcaya hasta el fin de los días. El problema principal no es que haya gente que crea sinceramente en la liberación armada: al fin y al cabo tarados los hay en todas partes. El problema, y el motivo para la reflexión, es que haya tantos.
Y el principal problema es que la mayor parte de los über-vasquistas éstos lo son porque residen en un entorno asfixiantemente cerrado - vagamente delimitado por el triángulo Orio-Irún-Andoain - donde, desde la cuna hasta la tumba, uno come, bebe, vive el mensaje de opresión nacional y martirio, implacablemente martilleado por el entorno familiar y moldeado por el pánico al terrible castigo afligido a los que se atreven con la heterodoxia. El resto son peñukis - la inmediatez del nacionalismo, amén del igualmente contundente castigo a los heterodoxos - ha hecho que el über-vasquismo haya fagocitado a otras variantes del peñukismo vasco.
Está claro que, para empezar, las armas deben dejarse en la puerta, donde las veamos. Pero de ahí en adelante empieza la parte complicada: el problema que no se resuelve a ostias. Se trata de un infernal encaje de bolillos en el cuál hay que convencer que en el sistema democrático caben todos - no ayudamos, precisamente, prohibiendo partidos políticos - y que la independencia vasca es posible si el pueblo vasco así lo desea - aunque va a ser más difícil convencerles de que, ahora mismo, la mayoría de los vascos no quieren la independencia (en bastante medida, por su culpa).
Una solución que requiere serenidad y mano izquierda. Uf.
Seguiremos informando.
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