La nefasta reacción del Consejo Europeo ante la pugna entre Sarkozy y la Comisión acerca del tratamiento hacia los gitanos rumanos residentes en Francia, muestra como el racismo va ganando peso como arma electoral, y, lo que es peor, que cada vez menos gente tiene vergüenza de tirar de ésta carta. Ya vimos en el último episodio ibérico, en Vic, como, de forma vergonzosa, los partidos políticos, en vez de reaccionar de forma definida y contundente contra lo que era claramente un intento de evitar incluso reconocer la existencia de los extranjeros residentes – que es lo que supone, legalmente, el empadronamiento – se sentaron alrededor de una mesa a calcular no sólo qué beneficios les supondría abrirse en banda al racismo, sino qué perjuicios le supondría alzarse valerosa e indudable en contra.
En éste episodio se está viendo como ningún gobierno europeo quiere indisponerse contra su ciudadanía, cada vez más convencida, tanto por una suma de “ejemplos personales” (las inefables mujeres con niño que se arrastran con su “siñiooooor” por los vagones de metro y cuando uno se despista le han birlado la cartera, etc.) como por la interesadísima colaboración de los medios de comunicación – que aman un pánico colectivo más que un tonto un lápiz - que todos los gitanos son ladrones y que su tendencia a la criminalidad es incorregible. Una generalización más antigua que el hilo negro, que es propia de conversaciones de bar o de peluquería – lo que no quiere decir que sea correcta - , pero que es inaceptable como política oficial del Estado.
Y lo es porque una de las claves del Estado moderno es que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. La Unión Europea, como base fundacional, crea la ciudadanía europea – un ciudadano de Estonia tiene prácticamente los mismos derechos que un chipriota o que un portugués.
En todo caso, la maniobra sarkozista es meramente populista: los gitanos expulsados tienen libertad de movimientos, así que pueden entrar en Francia, si lo desean, a las tres horas de aterrizar en Bucarest. Pero al menos se da la imagen ante la opinión pública que se hace “algo” contra la criminalidad. Y esto lo fácil, barato y visible: el “barrer” hacia otro lado. ¿Resolver los problemas? Nah, resulta demasiado caro.
Seguiremos informando.
En éste episodio se está viendo como ningún gobierno europeo quiere indisponerse contra su ciudadanía, cada vez más convencida, tanto por una suma de “ejemplos personales” (las inefables mujeres con niño que se arrastran con su “siñiooooor” por los vagones de metro y cuando uno se despista le han birlado la cartera, etc.) como por la interesadísima colaboración de los medios de comunicación – que aman un pánico colectivo más que un tonto un lápiz - que todos los gitanos son ladrones y que su tendencia a la criminalidad es incorregible. Una generalización más antigua que el hilo negro, que es propia de conversaciones de bar o de peluquería – lo que no quiere decir que sea correcta - , pero que es inaceptable como política oficial del Estado.
Y lo es porque una de las claves del Estado moderno es que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. La Unión Europea, como base fundacional, crea la ciudadanía europea – un ciudadano de Estonia tiene prácticamente los mismos derechos que un chipriota o que un portugués.
En todo caso, la maniobra sarkozista es meramente populista: los gitanos expulsados tienen libertad de movimientos, así que pueden entrar en Francia, si lo desean, a las tres horas de aterrizar en Bucarest. Pero al menos se da la imagen ante la opinión pública que se hace “algo” contra la criminalidad. Y esto lo fácil, barato y visible: el “barrer” hacia otro lado. ¿Resolver los problemas? Nah, resulta demasiado caro.
Seguiremos informando.
1 comentario:
Ay, Thiago, si Zapatero tuviera la decencia de actuar de esta manera no me estaría muriendo de vergüenza ahora mismo por tener un presidente del gobierno tan insulso, tan cobarde, tan ambiguo que no dice nada ante esta aberración.
Y la única que se está llevando de hostias es la que ha llamado a las cosas por su nombre. Qué vergüenza.
Una vez más, una gran entrada.
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