No me lo creo ni por un momento. La salida de Cascos del partido era de esperar y es el último paso del desmantelamiento del núcleo duro aznarista dentro del PP, desmantelamiento que ha sido objetivo prioritario de Mariano Rajoy prácticamente desde el principio de su presidencia. Los que eran fáciles de echar se fueron enseguida: los más enquistados, como Zaplana o Acebes, se fueron más tarde, e igualmente dando un portazo. Y luego quedaba Cascos, tipo duro donde los haya y que quedaba claro que no se iba a ir ni con agua caliente, dado que el hombre, cabezón como pocos, con el "has-been" subidísimo y con una caterva de exmujeres que requieren dinero a manta, necesita de un sillón como yo de inten·né. Solo después de hacerle el desprecio sumo de apartarle como cacique feudal en Asturias en favor de una anodina apparatchik del partido, que parece sacada de la Escuela María Dolores de Cospedal de Subalternas, es que el muy cabeza dura se ha dado definitivamente cuenta de que en Génova no había, ni hay, ninguna voluntad de acomodarle: querían verle fuera y querían verle fuera hace meses.
La marcha de Cascos es un inmensísimo favor que le hace a Mariano Rajoy. Y no, no me veo a Cascos fundando el equivalente astur a UPN: la gente a la que le cae bien Cascos viene a ser, en la inmensa mayoría de los casos, la misma gente que votaría al PP aunque presentase a Santiago Carrillo o a un chimpancé pintado de verde como cabeza de lista. Así pues, el saldo electoral para el bigotismo es netamente positivo: se arañan votos de electores centristas a los que les chirriaba el abrasivo estilo de Paco Picapiedra.
No es que el PP necesitase ese favor ahora mismo, pero más vale que en Ferraz no se rían. No es gracioso.
Seguiremos informando.
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