Todo el mundo se da palmaditas en la espalda por lo de Túnez, en especial los ombliguistas del Twitter (¡Twitter salva el mundo!) pero, como dicen en Estados Unidos, ésto no se acaba hasta que canta la gorda. Me explico: hace exactamente veinticuatro años, como me he cansado realmente de repetir, en Túnez pasó casi exactamente lo mismo: disturbios por el precio del pan, la gente en la calle, descontento general y un presidente viejo que sólo se preocupa en arramblar con todo lo que puede del erario. El primer ministro de aquél entonces declara incapaz al presidente y se sube él mismo a la silla. Todo el mundo feliz y contento por la revolución, el ciclo vuelve a repetirse, y el saqueo del erario sigue como si nada: los carteles de tres plantas de altura cambian de cara pero no de fondo. El polvo aún tiene que asentarse en Túnez; mientras tanto, no me creo nada.
Mientras, en Egipto, recordarán que les hablé del asunto hará un par de meses: al igual que en Túnez, ha sido el precio del pan el detonante del cabreo ciudadano.
El problema, tanto en Túnez como en Egipto, es que son repúblicas árabes laicas y seculares, lo que significa que la oposición es, generalmente, islamista. Y ya sabemos que para Occidente en general e Israel - cuyas opiniones son indispensables para definir la política estadounidense y, en parte, europea - la democracia en el mundo árabe está muy bien siempre y cuando la gente vote a quien nosotros queremos. En Túnez, donde Ben Alí cruspió a los islamistas de forma tan dedicada que casi no hay, Europa y Estados Unidos se pueden permitir el dar palmaditas en la espalda a los sublevados, pero en Egipto, donde los Hermanos Musulmanes, el bisabuelo de todos los islamismos, son la mayor voz de la oposición, veo bastante claro que el resto del mundo va a dejar que la policía apalee a sus conciudadanos a placer.
Personalmente, no veo a Egipto como un estado islámico. El Cairo es, al mismo tiempo, sede de la voz más autorizada del Islam suní, la Universidad de Al-Azhar, y la sede de su peor enemigo, la industria egipcia de cine y telenovelas, de la que depende el mundo árabe para pasar las largas tardes de Ramadán sin desesperarse. Egipto no es Irán ni Afganistán: es uno de los destinos turísticos más reconocidos y populares del mundo, y gran parte de la población es consciente de que si se prohibe el bikini en Sharm-el-Sheikh la población del Sinaí tendría que dedicarse a comer arena.
En todo caso, el riesgo está ahí, y los más asustados de todos son los cristianos coptos, una de las sectas más antiguas del cristianismo, que ya estaban allí trescientos años antes del nacimiento de Mahoma - y a quienes los islamistas más radicales les han dibujado una diana en la cabeza.
Todo está por ver, y mientras tanto,
Seguiremos informando.
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