Cuándo salimos del cine, allá por las dos de la mañana, Metalero, Rubiano y Modoso coincidían en una cosa: Heath Ledger se había comido la película. Y yo no tenía esa sensación. De hecho salí de alguna forma quejoso (ya contaré por qué) pero no conseguía entender de dónde venía ese entusiasmo. Y sólo horas más tarde, me cayó la ficha, como dicen en mi pueblo: no podía estar impresionado por la actuación de Heath Ledger porque no había visto a Heath Ledger. Desde el principio hasta el fin de la película, Heath Ledger era el Joker: no podía apreciar la interpretación, porque, directamente, no veía interpretar. Señor, lo que nos hemos perdido.
Siempre se ha dicho (y siempre he defendido) que una franquicia cinematográfica de acción-suspense vale lo que valen sus villanos. Es por eso que La Jungla de Cristal 1 (con Alan Rickman mascullando en un perfecto deadpan "Ahora tengo una ametralladora, ho, ho, ho") es grande y la Jungla de Cristal 2 no (aunque para un aerotranstornado como yo, tiene cosas que la redimen). Y es por eso que las sucesivas entregas del Batman post-Tim Burton empeoraban sucesivamente: Jack Nicholson sí, Arnold Schwarzenegger no. Pero mientras que el Joker de Jack Nicholson era malvado por diversión (el Personaje Estándar de Jack Nicholson™, vamos) el Joker de Heath Ledger está directamente loco: lo que lo hace más realista, más impredecible y, en consecuencia, más asustador. El otro hombre malo y violento...no encaja tan bien; la transformación es demasiado repentina para ser realista, y el estrés post-traumático, por antecedentes, no es justificativa.
Christopher Nolan ha sido aplaudido por dar profundidad psicológica a Batman, la profundidad psicológica que es indispensable a cualquier cómic americano post-Watchmen (no quiero saber qué harán con la adaptación cinematográfica); sin embargo, cuenta con una desventaja: Batman, con su sieso alter-ego Bruce Wayne, su máscara y sus toneladas de lycra y kevlar, no es precisamente capaz de mostrar toda una gama de sentimientos. Es por eso que quizás se obliga a los demás personajes (un Gary Oldman, impresionante como en la anterior película, Michael Caine y Morgan Freeman haciendo de sí mismos y una Maggie Gyllenhaal encantadora as usual, pero que no cumple del todo con la función que normalmente interpreta con prestancia, que es la de consciencia irónica) a insistir, tal vez en demasía, en los conflictos psicológicos y morales de un Batman incapaz de expresarlos por sí solo.
También destacar el hecho de que la franquicia ha perdido el miedo de localizar a Batman en el mundo real: la definición de Gotham como "Chicago en la isla de Manhattan" permite rodar en grandes planos (más espectaculares) sin miedo a que aparezcan características identificadoras; y el viaje a Hong Kong es, casi plano a plano, James Bond.
En definitiva, una muy buena película dentro de su género, un paso más para la redención del cine de superhéroes como cine de verdad, y un incentivo a los actores para crear más y mejores villanos.
Seguiremos informando.
Siempre se ha dicho (y siempre he defendido) que una franquicia cinematográfica de acción-suspense vale lo que valen sus villanos. Es por eso que La Jungla de Cristal 1 (con Alan Rickman mascullando en un perfecto deadpan "Ahora tengo una ametralladora, ho, ho, ho") es grande y la Jungla de Cristal 2 no (aunque para un aerotranstornado como yo, tiene cosas que la redimen). Y es por eso que las sucesivas entregas del Batman post-Tim Burton empeoraban sucesivamente: Jack Nicholson sí, Arnold Schwarzenegger no. Pero mientras que el Joker de Jack Nicholson era malvado por diversión (el Personaje Estándar de Jack Nicholson™, vamos) el Joker de Heath Ledger está directamente loco: lo que lo hace más realista, más impredecible y, en consecuencia, más asustador. El otro hombre malo y violento...no encaja tan bien; la transformación es demasiado repentina para ser realista, y el estrés post-traumático, por antecedentes, no es justificativa.
Christopher Nolan ha sido aplaudido por dar profundidad psicológica a Batman, la profundidad psicológica que es indispensable a cualquier cómic americano post-Watchmen (no quiero saber qué harán con la adaptación cinematográfica); sin embargo, cuenta con una desventaja: Batman, con su sieso alter-ego Bruce Wayne, su máscara y sus toneladas de lycra y kevlar, no es precisamente capaz de mostrar toda una gama de sentimientos. Es por eso que quizás se obliga a los demás personajes (un Gary Oldman, impresionante como en la anterior película, Michael Caine y Morgan Freeman haciendo de sí mismos y una Maggie Gyllenhaal encantadora as usual, pero que no cumple del todo con la función que normalmente interpreta con prestancia, que es la de consciencia irónica) a insistir, tal vez en demasía, en los conflictos psicológicos y morales de un Batman incapaz de expresarlos por sí solo.
También destacar el hecho de que la franquicia ha perdido el miedo de localizar a Batman en el mundo real: la definición de Gotham como "Chicago en la isla de Manhattan" permite rodar en grandes planos (más espectaculares) sin miedo a que aparezcan características identificadoras; y el viaje a Hong Kong es, casi plano a plano, James Bond.
En definitiva, una muy buena película dentro de su género, un paso más para la redención del cine de superhéroes como cine de verdad, y un incentivo a los actores para crear más y mejores villanos.
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