Barack Obama va a ser el 44º presidente de los Estados Unidos de América. He seguido la votación, toda la noche, por la CNN, junto con los igualmente fatigados e infatigables Dani y Teresa. Ahora estoy muerto de sueño, con siete largas horas de trabajo aún por delante. Pero hay ciertas cosas de las que hay que hablar.
Ésta elección tendría que ser, y en gran medida fue, la derrota de una idea de Partido Republicano. Del partido que defendía al pequeño negocio y al pequeño empresario, el escaso gasto público, el aislacionismo y el anticlericalismo que impregna la Constitución estadounidense; se pasó al partido de la gran empresa y del gran especulador, al partido del pork y del gasto público exacerbado y el déficit, al partido de la política exterior del Tomahawk, al partido de los cristianistas de tratado Chick.
Muchos centristas, y muchos republicanos moderados, repugnan de Bush y de su caterva de secuaces. Ésta elección iba a ser la que echase a patadas a Bush, a Rove, a Cheney, a Rumsfeld y a los demás.
Y ha sido así, pero no ha sido solamente ésto.
Ha sido, y ésto es posiblemente lo más importante, una reconciliación de la mayoría del pueblo de los Estados Unidos con la democracia. Por una parte, la recuperación del reconocimiento de la capacidad del individuo de sobrepasar, a través de la organización y de la cooperación, las barreras de un sistema desigual e injusto. Y por otra parte, el sorprendente descubrimiento de que los Estados Unidos pueden sobrepasar la barrera del wasp.
Soy, somos incapaces de comprender así, de primeras dadas, qué supone la elección de Barack Obama para los afroamericanos. Para la generación que luchó por los derechos civiles, para sus hijos y para sus nietos, estaba grabado en piedra que no verían a un presidente negro mientras vivieran. "No para ésta generación", se decía: y los hechos parecían confirmarlo. Obama es el quinto senador negro de la historia, y el tercero elegido por elección directa; durante sus cuatro años en el Senado, fue el único. Nadie se esperaba ésto. Ver las lágrimas correr por los ojos de tanta gente; la emoción en tantas voces, ha sido para mí uno de los puntos álgidos de la noche.
Y el mérito de todo ésto pertenece, más que a nadie, al propio presidente electo: Barack Hussein Obama. Primero, por su insistencia en evitar la confrontación y fomentar el diálogo en un sistema político, en una cultura política que incentivan exactamente lo contrario. Segundo, por su indudable capacidad oratoria, en la que se puede ver, como una marca indeleble, el estilo y la cadencia de la gran tradición de la predicación protestante negra estadounidense, de la cuál Martin Luther King (del cuál se ha hablado y se hablará mucho) fue posiblemente el máximo exponente. Y por último, y creo que lo más importante, por la (finalmente) ruptura con una terrible tradición política estadounidense, y que se ha sido extendiendo por otros sistemas políticos, que es basar la propaganda electoral en el hecho de que el votante es estúpido y que su elección estará marcada por intereses externos irracionales o vagamente racionales. A lo largo de la campaña, donde otros políticos hubieran preferido soltar frases hechas milimétricamente diseñadas para evitar que los problemas afectasen a su campaña, Obama ha preferido enfrentar los problemas y explicarlos con el aplastante poder de la razón y de su oratoria.
Obama no es perfecto. Ni siquiera es tan de izquierdas (y menos con un Congreso sólo nominalmente demócrata). Pero tiene un factor que lo hace diferente y que, posiblemente, sea el que determine su presidencia y la manera en la que afectará al mundo. Todo indica que, como las personas extraordinarias, su intención es doble: primera, aparentar que es una persona común y corriente; y segunda, canalizar el poder de las personas corrientes en beneficio de todos.
Seguiremos informando.
Ésta elección tendría que ser, y en gran medida fue, la derrota de una idea de Partido Republicano. Del partido que defendía al pequeño negocio y al pequeño empresario, el escaso gasto público, el aislacionismo y el anticlericalismo que impregna la Constitución estadounidense; se pasó al partido de la gran empresa y del gran especulador, al partido del pork y del gasto público exacerbado y el déficit, al partido de la política exterior del Tomahawk, al partido de los cristianistas de tratado Chick.
Muchos centristas, y muchos republicanos moderados, repugnan de Bush y de su caterva de secuaces. Ésta elección iba a ser la que echase a patadas a Bush, a Rove, a Cheney, a Rumsfeld y a los demás.
Y ha sido así, pero no ha sido solamente ésto.
Ha sido, y ésto es posiblemente lo más importante, una reconciliación de la mayoría del pueblo de los Estados Unidos con la democracia. Por una parte, la recuperación del reconocimiento de la capacidad del individuo de sobrepasar, a través de la organización y de la cooperación, las barreras de un sistema desigual e injusto. Y por otra parte, el sorprendente descubrimiento de que los Estados Unidos pueden sobrepasar la barrera del wasp.
Soy, somos incapaces de comprender así, de primeras dadas, qué supone la elección de Barack Obama para los afroamericanos. Para la generación que luchó por los derechos civiles, para sus hijos y para sus nietos, estaba grabado en piedra que no verían a un presidente negro mientras vivieran. "No para ésta generación", se decía: y los hechos parecían confirmarlo. Obama es el quinto senador negro de la historia, y el tercero elegido por elección directa; durante sus cuatro años en el Senado, fue el único. Nadie se esperaba ésto. Ver las lágrimas correr por los ojos de tanta gente; la emoción en tantas voces, ha sido para mí uno de los puntos álgidos de la noche.
Y el mérito de todo ésto pertenece, más que a nadie, al propio presidente electo: Barack Hussein Obama. Primero, por su insistencia en evitar la confrontación y fomentar el diálogo en un sistema político, en una cultura política que incentivan exactamente lo contrario. Segundo, por su indudable capacidad oratoria, en la que se puede ver, como una marca indeleble, el estilo y la cadencia de la gran tradición de la predicación protestante negra estadounidense, de la cuál Martin Luther King (del cuál se ha hablado y se hablará mucho) fue posiblemente el máximo exponente. Y por último, y creo que lo más importante, por la (finalmente) ruptura con una terrible tradición política estadounidense, y que se ha sido extendiendo por otros sistemas políticos, que es basar la propaganda electoral en el hecho de que el votante es estúpido y que su elección estará marcada por intereses externos irracionales o vagamente racionales. A lo largo de la campaña, donde otros políticos hubieran preferido soltar frases hechas milimétricamente diseñadas para evitar que los problemas afectasen a su campaña, Obama ha preferido enfrentar los problemas y explicarlos con el aplastante poder de la razón y de su oratoria.
Obama no es perfecto. Ni siquiera es tan de izquierdas (y menos con un Congreso sólo nominalmente demócrata). Pero tiene un factor que lo hace diferente y que, posiblemente, sea el que determine su presidencia y la manera en la que afectará al mundo. Todo indica que, como las personas extraordinarias, su intención es doble: primera, aparentar que es una persona común y corriente; y segunda, canalizar el poder de las personas corrientes en beneficio de todos.
Seguiremos informando.
1 comentario:
¡¡Bueno, veremos!!
Por lo demás, gran texto.
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