Algún lector de éste su blog incorporó el artículo anterior a Menéame, lo que ha provocado una saludable invasión troll. Antes de nada, he de decir que tengo por política no borrar los comentarios de nadie que no sea yo, más que nada porque en Ruina Imponente todo el mundo tiene el derecho de dejarse a sí mismo en evidencia.
Los comentarios vienen de ambos lados del espectro trollero: están aquellos comentaristas que consideran que el que la lengua castellana no tenga un género neutro es una forma poco disimulada de sexismo y opresión, y luego están los que salen directamente de los comentarios del 20 Minutos para llamar a los sindicalistas de vagos hijos de puta.
Ésto es lo que me lleva a pedir un aparte para reivindicar el rol de los sindicatos y de los sindicalistas en nuestra sociedad.
Partamos del hecho incontestable de que en la España del 2010 pocas instituciones hay más desprestigiadas que los sindicatos. Convertidos en inmensas estructuras burocratizadas y en gran parte institucionalizadas, tienen la flexibilidad del mediocampo de la selección francesa y, como ya he dicho en más de una ocasión, se han convertido en instituciones eminentemente conservadoras: conservadoras en el sentido en el que se centran más en la preservación de los status quo particulares que en el progreso general de los trabajadores.
Expliqué todo ésto en un artículo terriblemente sombrío el mes pasado. De todas las obsolescencias que el cambio económico global está produciendo, la más evidente y dolorosa es la obsolescencia de los grandes sindicatos.
La liberalización y flexibilización de los mercados de trabajo ha hecho que en casi toda empresa española haya un grupo, más o menos numeroso, de trabajadores con contrato no indefinido - dentro de las infinitas variantes que han ido dejando un ministro de Trabajo tras otro. Para muchísimos de esos trabajadores (me atrevería a decir que para la inmensa mayoría), sólo hay una aspiración en mente: aguantar hasta que me hagan indefinido. Y "aguantar" es un término literal: en la jungla del contrato precario, conceptos como "solidaridad de clase" y "unión de los trabajadores" son dejados de lado por el más racial "tonto el último". Y aun entre los trabajadores fijos el miedo gana cuerpo: si la negociación del convenio se complica, ¿qué impide al empresario cerrar directamente la planta y que los productos los hagan semiesclavos indonesios? ¡Traga y calla, idiota, que nos echan!
El ciudadano asalariado en el mundo desarrollado (y, sí, nosotros estamos ahí) vive tiempos de pánico. Y los sindicatos, tal y como los conocemos, son inoperantes. En un mundo global no se puede exigir mejores condiciones laborales únicamente para unos pocos afiliados, porque el trabajo que hacías hoy lo hará mañana un pobre hombre en Ciudad del Este por millón y medio de guaraníes al mes.
Es más que necesaria - es imprescindible - la organización y la movilización de los trabajadores, pero no únicamente para defender sus derechos. Debe de ser para defender sus derechos, luchar por más derechos y por hacerlos extensivos a todos los trabajadores, sea en Seattle, en Ciudad del Cabo, en Guangzhou, en Hyderabad o en Madrid. Seguir la estela del capitalismo es una carretera de miles de kilómetros, cuyos primeros pasos deben darse hoy. Y estoy convencido de que si se ha de empezar en alguna parte, es por la organización de los trabajadores a través de organizaciones sindicales abiertas, independientes y democráticas, con una escala verdaderamente global.
Con un capitalismo globalizado, la izquierda democrática ha de ser globalista o no será. Aunque estemos en la rampa de bajada para los derechos de los trabajadores a escala global, aunque seamos nosotros los que nos vamos a comer los marrones del capitalismo soberbio en su triunfo, debemos empezar a trazar éste camino. Porque es nuestra responsabilidad hacer que exista un futuro.
Y estoy soñando otra vez, pero que le den al cinismo.
Seguiremos informando.
Los comentarios vienen de ambos lados del espectro trollero: están aquellos comentaristas que consideran que el que la lengua castellana no tenga un género neutro es una forma poco disimulada de sexismo y opresión, y luego están los que salen directamente de los comentarios del 20 Minutos para llamar a los sindicalistas de vagos hijos de puta.
Ésto es lo que me lleva a pedir un aparte para reivindicar el rol de los sindicatos y de los sindicalistas en nuestra sociedad.
Partamos del hecho incontestable de que en la España del 2010 pocas instituciones hay más desprestigiadas que los sindicatos. Convertidos en inmensas estructuras burocratizadas y en gran parte institucionalizadas, tienen la flexibilidad del mediocampo de la selección francesa y, como ya he dicho en más de una ocasión, se han convertido en instituciones eminentemente conservadoras: conservadoras en el sentido en el que se centran más en la preservación de los status quo particulares que en el progreso general de los trabajadores.
Expliqué todo ésto en un artículo terriblemente sombrío el mes pasado. De todas las obsolescencias que el cambio económico global está produciendo, la más evidente y dolorosa es la obsolescencia de los grandes sindicatos.
La liberalización y flexibilización de los mercados de trabajo ha hecho que en casi toda empresa española haya un grupo, más o menos numeroso, de trabajadores con contrato no indefinido - dentro de las infinitas variantes que han ido dejando un ministro de Trabajo tras otro. Para muchísimos de esos trabajadores (me atrevería a decir que para la inmensa mayoría), sólo hay una aspiración en mente: aguantar hasta que me hagan indefinido. Y "aguantar" es un término literal: en la jungla del contrato precario, conceptos como "solidaridad de clase" y "unión de los trabajadores" son dejados de lado por el más racial "tonto el último". Y aun entre los trabajadores fijos el miedo gana cuerpo: si la negociación del convenio se complica, ¿qué impide al empresario cerrar directamente la planta y que los productos los hagan semiesclavos indonesios? ¡Traga y calla, idiota, que nos echan!
El ciudadano asalariado en el mundo desarrollado (y, sí, nosotros estamos ahí) vive tiempos de pánico. Y los sindicatos, tal y como los conocemos, son inoperantes. En un mundo global no se puede exigir mejores condiciones laborales únicamente para unos pocos afiliados, porque el trabajo que hacías hoy lo hará mañana un pobre hombre en Ciudad del Este por millón y medio de guaraníes al mes.
Es más que necesaria - es imprescindible - la organización y la movilización de los trabajadores, pero no únicamente para defender sus derechos. Debe de ser para defender sus derechos, luchar por más derechos y por hacerlos extensivos a todos los trabajadores, sea en Seattle, en Ciudad del Cabo, en Guangzhou, en Hyderabad o en Madrid. Seguir la estela del capitalismo es una carretera de miles de kilómetros, cuyos primeros pasos deben darse hoy. Y estoy convencido de que si se ha de empezar en alguna parte, es por la organización de los trabajadores a través de organizaciones sindicales abiertas, independientes y democráticas, con una escala verdaderamente global.
Con un capitalismo globalizado, la izquierda democrática ha de ser globalista o no será. Aunque estemos en la rampa de bajada para los derechos de los trabajadores a escala global, aunque seamos nosotros los que nos vamos a comer los marrones del capitalismo soberbio en su triunfo, debemos empezar a trazar éste camino. Porque es nuestra responsabilidad hacer que exista un futuro.
Y estoy soñando otra vez, pero que le den al cinismo.
Seguiremos informando.
3 comentarios:
¡Que le den amigo, que le den!
Con el debido respeto, caes en una cantidad importante de generalizaciones groseras.
El artículo que no había leído sobre las medidas de austeridad es a) Exagerado b) Tiene, al menos, 25 años de retraso. En los años ochenta Mitterrand y el PSOE tuvieron que hacer cosas perfectamente análogas de tragar con cosas que iban contra sus principios, etc...
El problema de la dualidad laboral, por otro lado, es un problema específicamente Español (o al menos especialmente agudo en España); explicar con esto lo de la falta de unidad de la clase trabajadora no es algo extensible al resto de países.
El movimiento obrero ha tenido, desde sus orígenes, con el breve intermezzo de la reconstrucción (que en el caso de España sólo alcanza al periodo post-pactos de la moncloa hasta el final de la transición), siempre enormes divisiones en su seno. Esto no es algo sustancialmente nuevo. El problema hoy es que el concepto "trabajador" es grosso modo una quimera; todos somos trabajadores en alguna medida y toda la gente con ahorros en el banco o un fondo de pensiones tiene también la calidad de "capitalista".
Luego está la visión architrasnochada de seguir pensando que los problemas redistributivos aparecen fundamentalmente en el mercado de trabajo y que se solucionan con legislación laboral.
Las desigualdades aparecen en la familia ( http://www.lorem-ipsum.es/blogs/laleydelagravedad/2009/04/politicas-familiares-estres-y-neurociencia.html ) y son fundamentalmente un problema de distribución asimétrica de capital humano y de falta de acceso a seguros públicos. La solución son guarderías y seguros públicos obligatorio ( http://www.lorem-ipsum.es/blogs/laleydelagravedad/category/el-estado-del-bienestar-no-es-solo-caridad ), no esto:
más que necesaria - es imprescindible - la organización y la movilización de los trabajadores, pero no únicamente para defender sus derechos. Debe de ser para defender sus derechos, luchar por más derechos y por hacerlos extensivos a todos los trabajadores, sea en Seattle, en Ciudad del Cabo, en Guangzhou, en Hyderabad o en Madrid
Esto es un problema de país rico. El problema es que esto, en los países pobres, genera un 20% de paro en el supuesto optimista de qu haya transferencias y subdesarrollo en el caso contrario. Quiero decir, es muy fácil olvidarse de que España salió de la dictadura haciendo dumping social a sus vecinos del norte. http://www.lorem-ipsum.es/blogs/laleydelagravedad/2008/05/por-que-no-se-puede-exportar-regulacion-laboral-la-tragedia-del-este-aleman.html
Por supuesto que el artículo - los artículos - está lleno de generalizaciones groseras: es un panfleto político a vuelapluma, no un análisis científico.
Estoy plenamente de acuerdo con la difuminación contemporánea del concepto de "trabajador". Precisamente reprocho a los sindicatos el centrarse en los defender los derechos de los "trabajadores" según su ortodoxia, en lugar de intentar comprender y trabajar desde esa nueva definición.
De acuerdo con los párrafos quinto y sexto.
Estaremos de acuerdo en que la socialdemocracia es la búsqueda de un equilibrio que permita mantener la incomparable capacidad del capitalismo para producir recursos con mecanismos de redistribución que permitan, en la medida de lo posible, la inexistencia de desigualdades excesivas que produzcan conflicto social a una escala inencauzable por márgenes democráticos.
Bajo esa definición, uno no puede, de ninguna manera, defender un status quo donde la ventaja comparativa sea que los trabajadores (la mano de obra) trabajan en unas condiciones que, necesariamente implican una situación de fragilidad socioeconómica insuperable a largo plazo. Es decir, un socialdemócrata puede defender que un trabajador en Bangladesh se deslome 80 horas semanales a cambio de unas cuántas takas para alimentar a su familia; lo que no puede defender, bajo ningún concepto, es que esas condiciones se conviertan en el estándar de forma permanente, dado que "es lo único que Bangladesh puede hacer para salir del agujero". No creo que esa sea su posición, pero creo haberme hecho entender.
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