Cuándo terminó el partido, transido de emoción como casi todo el mundo en el café Comercial, no hacía sino repetir una frase: "El Mundial es el sueño de los niños".
Los clubes, la Champions, la Liga, la Copa del Rey, son los sueños de los que ya crecen, los que descubren que en el mundo real solo puede haber un campeón del mundo y que solo unos, muy pocos, pueden serlo; los sueños con los que uno aprende a conformarse, los sueños que no son del todo inalcanzables.
Pero cuando un niño aprende a dar patadas a un balón, cuando a un niño le gusta de veras el fútbol, cuando un niño se duerme abrazado a la pelota, en lo que sueña es en ganar un Mundial, en levantar la Copa de oro, en ser el mejor del mundo.
Viendo a Casillas llorar desconsolado, me lo imaginé de pequeño, en su cama, agarrado al balón, o sentado en un vagón de metro, una tarde fría de invierno, viendo pasar las estaciones de vuelta a casa, soñando con lo que sueñan los niños. Veía, simplemente, a una persona cuyos sueños de infancia se habían hecho realidad.
Y no fue el único. Entre el público del café, entre la gente en la calle, una constante: cuánto mayor la edad, mayor la incredulidad. Porque los sueños de los niños nunca terminan de desaparecer del todo en los mayores, pero cuanto más viejos somos menos creemos en que los sueños se terminen cumpliendo. Alberto, el marido de mi madre, mi padre en todo menos en el nombre, me lo expresó de forma bien gráfica: "Cuándo Iniesta marcó, pensé que el árbitro iba a pitar fuera de juego, o algo. Porque es que es imposible." Y es que llega un momento en que creemos imposible que los sueños se cumplan. Construimos una barrera de cinismo para evitar que ese sueño, que sigue presente, se nos cuele en nuestras vidas.
Y pensé en aquellos, los ilusos, los locos, los que soñaron de forma demasiado evidente para su edad y su experiencia. Pensé en Manolo el del Bombo, que perdió familia y hacienda por pasar horas bajo la lluvia helada de noviembre en interminables partidos de clasificación en Belfast o Bruselas para llegar a éste día. El día de toda una vida.
El Mundial es el sueño de los niños. Hay sueños mejores y más valiosos, sin duda, pero eso es lo bueno de los sueños. Que siguen ahí, escondidos, al fondo, a la espera de que llegue su día. Y nunca, nunca, hay que dejar de pensar que ese día puede llegar.
El de éste sueño, al menos, ha llegado.
Seguiremos informando.
Los clubes, la Champions, la Liga, la Copa del Rey, son los sueños de los que ya crecen, los que descubren que en el mundo real solo puede haber un campeón del mundo y que solo unos, muy pocos, pueden serlo; los sueños con los que uno aprende a conformarse, los sueños que no son del todo inalcanzables.
Pero cuando un niño aprende a dar patadas a un balón, cuando a un niño le gusta de veras el fútbol, cuando un niño se duerme abrazado a la pelota, en lo que sueña es en ganar un Mundial, en levantar la Copa de oro, en ser el mejor del mundo.
Viendo a Casillas llorar desconsolado, me lo imaginé de pequeño, en su cama, agarrado al balón, o sentado en un vagón de metro, una tarde fría de invierno, viendo pasar las estaciones de vuelta a casa, soñando con lo que sueñan los niños. Veía, simplemente, a una persona cuyos sueños de infancia se habían hecho realidad.
Y no fue el único. Entre el público del café, entre la gente en la calle, una constante: cuánto mayor la edad, mayor la incredulidad. Porque los sueños de los niños nunca terminan de desaparecer del todo en los mayores, pero cuanto más viejos somos menos creemos en que los sueños se terminen cumpliendo. Alberto, el marido de mi madre, mi padre en todo menos en el nombre, me lo expresó de forma bien gráfica: "Cuándo Iniesta marcó, pensé que el árbitro iba a pitar fuera de juego, o algo. Porque es que es imposible." Y es que llega un momento en que creemos imposible que los sueños se cumplan. Construimos una barrera de cinismo para evitar que ese sueño, que sigue presente, se nos cuele en nuestras vidas.
Y pensé en aquellos, los ilusos, los locos, los que soñaron de forma demasiado evidente para su edad y su experiencia. Pensé en Manolo el del Bombo, que perdió familia y hacienda por pasar horas bajo la lluvia helada de noviembre en interminables partidos de clasificación en Belfast o Bruselas para llegar a éste día. El día de toda una vida.
El Mundial es el sueño de los niños. Hay sueños mejores y más valiosos, sin duda, pero eso es lo bueno de los sueños. Que siguen ahí, escondidos, al fondo, a la espera de que llegue su día. Y nunca, nunca, hay que dejar de pensar que ese día puede llegar.
El de éste sueño, al menos, ha llegado.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Un artículo emocionante que elimina un poco la creencia inconsciente de que para ser realista hay que ser pesimista.
Se me ha escapado una lagrimita, cacho carón, qué bien escribes.
Publicar un comentario