Ésto venía porque Telesp, Telecomunicaciones del Estado de São Paulo, una empresa pública, funcionaba por aquél entonces tan mal que el plazo medio de instalación de una nueva línea de teléfono oscilaba entre los 12 y los 18 meses. Así que si uno se compraba una casa o montaba una empresa y quería tener una línea de teléfono, tenía dos opciones: o se esperaba el año largo de rigor - si tenía suerte - o compraba la línea de otra persona.
Cuándo a mediados de los 90 se privatizaron las 28 compañías telefónicas públicas brasileñas (una por cada Estado y Embratel, que se encargaba de las llamadas internacionales) se crearon tres grandes empresas telefónicas que serían privatizadas: una que cubría el norte y el este del país, otra que cubría el este y el sur, y una, Telesp, que cubría únicamente el estado de São Paulo. Dado que São Paulo es el estado más rico del país, Telesp era la pieza más golosa - y se la llevó nuestra venerable Telefónica. Pero no se la llevó entera: en una de éstas paradojas de los procesos de privatización, la división de telefonía móvil de Telesp (Telesp Celular), la que más potencial de crecimiento tenía, se la llevó Portugal Telecom, una empresa mucho más pequeña.
Pero Portugal Telecom no tenía por aquél entonces la escala para llevar a cabo las inversiones que necesitaba para desarrollar y mantener una red de telefonía móvil en un estado dos veces y medio más grande que el propio Portugal. Así que cuándo Telefónica le propuso ir a pachas - Telefónica ponía el dinero y algunas concesiones menores y PT ponía Telesp Celular, que ya era mucho - Portugal Telecom se apuntó enseguida. Y así surgió Vivo.
Brasil es un mercado tremendamente goloso para las empresas de telefonía móvil. Cada vez más brasileños tienen un "celular" (lo cuál se hace dolorosamente patente para quien viaja en un autobús urbano) y, lo que es mejor para las empresas de telefonía, es un mercado que aún puede crecer. España, como saben, ya es un mercado "maduro" para la telefonía móvil, quicir, que todo aquél que puede tener un móvil ya lo tiene, así que uno no puede avanzar posiciones sin recortárselas a la competencia. Es una guerra de trincheras tipo I Guerra Mundial cuyos "poilus" son ejércitos de teleoperadores en el conurbano bonaerense torturando nuestras existencias con "Buenas, soy Arturo, de Movipufo, ¿es usted el titular de ésta línea móvil?" Brasil, por el contrario, es un mercado en plena expansión, el mayor con diferencia de Latinoamérica. Un tesoro.
Conociendo como conocemos a nuestra Telefónica, era evidente que en algún momento de la historia querría echar a patadas a su partenaire para quedarse ella solita con Vivo y su máquina de hacer billetes. El consejo de administración de Portugal Telecom también lo sabía, y su posición estaba y está clara: Brasil representa para PT un porcentaje mucho mayor de sus ingresos de lo que para Telefónica - mantener la participación en Vivo es esencial para la propia supervivencia de Portugal Telecom como operadora independiente.
Pero para los accionistas de Portugal Telecom, ansiosos por dinero liquido en un mundo donde prestarle dinero a un portugués es anatema, la oferta de Telefónica llega como maná del cielo. Y votan mayoritariamente en la junta de accionistas el permitir a Telefónica quedarse con la parte de PT en Vivo a cambio de una suculenta riada de euros.
Entra en escena el gobierno portugués. La administración lusitana que PT mantenga su participación en Vivo por dos motivos: primera, porque sabe que sin su presencia en Brasil PT se convierte en un pez mucho más chico - dispuesto a ser devorado por el primero que venga con dinero, lo cuál es intolerable para el prestigio patrio, sin contar la más que probable pérdida de empleos. Y, segundo, dado que PT controla, directa o indirectamente, la televisión más vista y los periódicos más leídos de Portugal, al gobierno, cuya posición ya es de por si frágil, no le conviene enemistarse con quien puede abrir fuego contra él.
Pero claro, al salir en defensa de su empresa el gobierno portugués despierta la ira de Bruselas - defendiendo como siempre el capitalismo salvaje. Y la prensa española, que casi sin excepción come de la mano de Telefónica, sale igualmente en tromba por la libertad de mercado.
Seguiremos informando.
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