La prensa de derechas, como ya viene siendo su costumbre, aúlla traición tras la reunión de Zapatero con Montilla, como viene siendo ya habitual. El motivo es que, como todo el mundo sabe, la Justicia ha interpretado el sacrosanto texto que es la Gloriosa Constitución Española, y lo que tienen que hacer los catalanes es convertirse en buenos españoles de una santa vez y dejar de tener esas traicioneras ideas de autonomía e independencia.
Y peor: lo último que se ha atrevido a hacer ese maldito traidor de Zapatero es pactar que una reforma de las leyes, si necesario (¡horreur!) incluso de la Constitución, para encajar ese engendro de Estatut votado por la mayoría de los catalanes en el ordenamiento jurídico español. “¿Cómo se atreven a querer tocar la Constitución, que bajó desde el cielo llevada por siete hombres sabios?”, claman desde sus púlpitos: “¿es que no ven que somos campeones del mundo de fúmbo? ¿Cómo puede dejar alguien de dejar de querer ser español?”
En suma, lo que pasa en todas las elecciones catalanas: aullidos desde la derecha – y algún que otro murmullo desde la izquierda - ante la inefable “deriva soberanista del PSOE”, derivada de un hecho que, aunque parezca evidente, hay mucha gente que no lo pilla: en Cataluña, ser catalanista da votos. Menos en las elecciones generales que en las del Parlament, sí, pero da votos. Es por eso que cada vez que se acercan las elecciones catalanas, el PSC se pone el disfraz de Super-Catalá, y el secretario general del PSC viaja a Madrid un par de veces a dar un zapatazo en la mesa – en Ferraz o en Moncloa, dependiendo del caso – para demostrar empíricamente que a catalanes no les gana nadie y que no son un partido sucursal.
Esto, que aunque algunos llamarían esquizofrenia, es, más que nada estrategia electoral, es, en la práctica, bastante inocuo. Y, de hecho, hasta el PP – aunque nunca lo dirán en voz alta – lo hace. Porque cada vez que hay elecciones catalanas, el secretario general del PP catalán viaja hasta Génova y, discretamente, pide de rodillas que por amor de Dios no abran demasiado la boca. A veces funciona, a veces no – el anticatalanismo es tan fácil y tan rentable que muchos bigotistas no resisten la tentación – pero ésta vez deberán tomárselo en serio: la extrema derecha catalanista está en auge y podría llegar a segarle la hierba bajo los pies – cuándo hablamos del 15% de los votos, una fragmentación del voto fachauer puede ser fatal.
Mientras, en Madrid, Zapatero se muestra todo sonrisas, porque él también tiene algo que ganar: primero, mantener el gobierno catalán para la izquierda sería una señal de fortaleza insustituible en los tiempos que corren; segundo, porque aun perdiendo, demostraría a ojos de los partidos catalanes que el PSOE no muerde y que es EL partido con el que pactar en el Congreso; y tercero, porque sabe que no tiene mayoría suficiente para cualquier reforma constitucional en las Cortes – por lo que puede prometer el oro y el moro y terminar acusando al obstruccionismo bigotista.
Entretanto, Mariano Rajoy atiende a la petición del bigotismo catalán y no abre la boca para hablar de Cataluña – lo que le convierte en un mariblandis a los ojos de la extrema extrema, aunque eso ya lo sabíamos – y obvia que él fue el principal crítico de la reforma del Estatut de principio a fin (fin que él mismo alargó): por ahora el resto del partido le hace caso, y Alicia Sánchez-Camacho respira para seguir sufriendo otro día.
Bueno, es la guerra ahora: el PSC saca su señor Hyde particular y se enfrenta a la dura tarea de raspar los suficientes votos a una CiU crecida para seguir gobernando.
Seguiremos informando.
Y peor: lo último que se ha atrevido a hacer ese maldito traidor de Zapatero es pactar que una reforma de las leyes, si necesario (¡horreur!) incluso de la Constitución, para encajar ese engendro de Estatut votado por la mayoría de los catalanes en el ordenamiento jurídico español. “¿Cómo se atreven a querer tocar la Constitución, que bajó desde el cielo llevada por siete hombres sabios?”, claman desde sus púlpitos: “¿es que no ven que somos campeones del mundo de fúmbo? ¿Cómo puede dejar alguien de dejar de querer ser español?”
En suma, lo que pasa en todas las elecciones catalanas: aullidos desde la derecha – y algún que otro murmullo desde la izquierda - ante la inefable “deriva soberanista del PSOE”, derivada de un hecho que, aunque parezca evidente, hay mucha gente que no lo pilla: en Cataluña, ser catalanista da votos. Menos en las elecciones generales que en las del Parlament, sí, pero da votos. Es por eso que cada vez que se acercan las elecciones catalanas, el PSC se pone el disfraz de Super-Catalá, y el secretario general del PSC viaja a Madrid un par de veces a dar un zapatazo en la mesa – en Ferraz o en Moncloa, dependiendo del caso – para demostrar empíricamente que a catalanes no les gana nadie y que no son un partido sucursal.
Esto, que aunque algunos llamarían esquizofrenia, es, más que nada estrategia electoral, es, en la práctica, bastante inocuo. Y, de hecho, hasta el PP – aunque nunca lo dirán en voz alta – lo hace. Porque cada vez que hay elecciones catalanas, el secretario general del PP catalán viaja hasta Génova y, discretamente, pide de rodillas que por amor de Dios no abran demasiado la boca. A veces funciona, a veces no – el anticatalanismo es tan fácil y tan rentable que muchos bigotistas no resisten la tentación – pero ésta vez deberán tomárselo en serio: la extrema derecha catalanista está en auge y podría llegar a segarle la hierba bajo los pies – cuándo hablamos del 15% de los votos, una fragmentación del voto fachauer puede ser fatal.
Mientras, en Madrid, Zapatero se muestra todo sonrisas, porque él también tiene algo que ganar: primero, mantener el gobierno catalán para la izquierda sería una señal de fortaleza insustituible en los tiempos que corren; segundo, porque aun perdiendo, demostraría a ojos de los partidos catalanes que el PSOE no muerde y que es EL partido con el que pactar en el Congreso; y tercero, porque sabe que no tiene mayoría suficiente para cualquier reforma constitucional en las Cortes – por lo que puede prometer el oro y el moro y terminar acusando al obstruccionismo bigotista.
Entretanto, Mariano Rajoy atiende a la petición del bigotismo catalán y no abre la boca para hablar de Cataluña – lo que le convierte en un mariblandis a los ojos de la extrema extrema, aunque eso ya lo sabíamos – y obvia que él fue el principal crítico de la reforma del Estatut de principio a fin (fin que él mismo alargó): por ahora el resto del partido le hace caso, y Alicia Sánchez-Camacho respira para seguir sufriendo otro día.
Bueno, es la guerra ahora: el PSC saca su señor Hyde particular y se enfrenta a la dura tarea de raspar los suficientes votos a una CiU crecida para seguir gobernando.
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