¿Cuándo ha visto usted a un policía en acción? Y no, cuando digo acción no cuenta el ver a un Xsara Picasso a toda mecha con las sirenas disparadas, o el ver a un par de agentes revisando, ceñudos, la documentación de un pobre cholo a la salida de la boca de Oporto. Me refiero a acción-acción, pistola en ristre a la caza del caco. (A efectos de éste ejemplo, un policía es un policía y un antidisturbios es un antidisturbios.) A no ser que usted viva en Malamuertelandia y sea 1979, habrá de reconocer que las veces en las que habrá visto a un poli en acción son las menos. La mitad de su tiempo, la policía se dedica a rellenar papeles en comisaría, y casi todo el resto del tiempo lo ocupa en patrullar las calles, a pie, en moto o en coche.
¿Qué dirían entonces si yo me indignase públicamente contra éstos policías, que en plena crisis, se dedican a ir dando vueltas por ahí, consumiendo gasolina del contribuyente, en lugar de trabajar de veras? ¿No les indigna ver a dos policías, apoltronados en su coche patrulla, sin hacer nada, mientras que uno vuelve reventado de currar? ¿No creen que eso demuestra claramente que hay demasiados policías en éste país?
Está loco, me dirían. No hay demasiados policías en España: si eso, lo contrario. Tener policías dando vueltas no es un desperdicio: al contrario, asusta a los posibles cacos, los disuade de hacer el mal. Si hay un guardia cerca uno se lo piensa dos veces a la hora de entrar a robar, quemar el contenedor de la esquina o pegarle un silletazo al vecino que se empeña en practicar con la flauta dulce un domingo a las nueve de la mañana. (Sigo traumatizado con esto.)
Si somos capaces de reconocer que la policía nos hace un servicio aunque no la veamos trabajar, ¿por qué nos comemos enterita con patatas la propaganda de la derecha cuando opina lo mismo de los delegados sindicales, liberados o no?
Todos tenemos historias de cómo los del sindicato en nuestro curro se tocan los cojones a dos o incluso a tres manos. Igualmente hay que reconocer que gran parte de los vicios de nuestra cultura sindical derivan de la tradición de los sindicatos verticales franquistas, que, como todo el mundo sabe, estaban diseñados no para la defensa del interés de los trabajadores sino para que los falangistas de la oficina tuvieran una menor carga de trabajo que el resto de los pringados.
Sin embargo, a la hora de la verdad, a saber, la negociación del convenio y la defensa de los trabajadores ante las arbitrariedades de la dirección, en la inmensa mayoría de los casos sí que están. Y, sí, al menos alguien debe ponerse a ello a tiempo completo: ¿quién va a estar concentrado al 100% en una dura negociación salarial después de ocho horas de tajo?
La estrategia de la derecha es aprovechar ese pecado tan ibérico que es la envidia para hacer calar en la ciudadanía que la representación sindical, en la práctica, no es necesaria. Esperanza Aguirre ya lo ha dejado claro: a su entender, los sindicatos son un anacronismo que coarta la libertad de empresa, entendiéndose por esto último el derecho de cualquier persona a exprimir hasta el más mínimo céntimo del trabajo de sus congéneres.
Que la función y estructura sindical necesitan una reforma a fondo no seré yo quién lo niegue. Pero de ahí a su abolición hay un paso bien largo que la derecha está dando con soberana alegría. Y le estamos siguiendo el juego.
Seguiremos informando.
¿Qué dirían entonces si yo me indignase públicamente contra éstos policías, que en plena crisis, se dedican a ir dando vueltas por ahí, consumiendo gasolina del contribuyente, en lugar de trabajar de veras? ¿No les indigna ver a dos policías, apoltronados en su coche patrulla, sin hacer nada, mientras que uno vuelve reventado de currar? ¿No creen que eso demuestra claramente que hay demasiados policías en éste país?
Está loco, me dirían. No hay demasiados policías en España: si eso, lo contrario. Tener policías dando vueltas no es un desperdicio: al contrario, asusta a los posibles cacos, los disuade de hacer el mal. Si hay un guardia cerca uno se lo piensa dos veces a la hora de entrar a robar, quemar el contenedor de la esquina o pegarle un silletazo al vecino que se empeña en practicar con la flauta dulce un domingo a las nueve de la mañana. (Sigo traumatizado con esto.)
Si somos capaces de reconocer que la policía nos hace un servicio aunque no la veamos trabajar, ¿por qué nos comemos enterita con patatas la propaganda de la derecha cuando opina lo mismo de los delegados sindicales, liberados o no?
Todos tenemos historias de cómo los del sindicato en nuestro curro se tocan los cojones a dos o incluso a tres manos. Igualmente hay que reconocer que gran parte de los vicios de nuestra cultura sindical derivan de la tradición de los sindicatos verticales franquistas, que, como todo el mundo sabe, estaban diseñados no para la defensa del interés de los trabajadores sino para que los falangistas de la oficina tuvieran una menor carga de trabajo que el resto de los pringados.
Sin embargo, a la hora de la verdad, a saber, la negociación del convenio y la defensa de los trabajadores ante las arbitrariedades de la dirección, en la inmensa mayoría de los casos sí que están. Y, sí, al menos alguien debe ponerse a ello a tiempo completo: ¿quién va a estar concentrado al 100% en una dura negociación salarial después de ocho horas de tajo?
La estrategia de la derecha es aprovechar ese pecado tan ibérico que es la envidia para hacer calar en la ciudadanía que la representación sindical, en la práctica, no es necesaria. Esperanza Aguirre ya lo ha dejado claro: a su entender, los sindicatos son un anacronismo que coarta la libertad de empresa, entendiéndose por esto último el derecho de cualquier persona a exprimir hasta el más mínimo céntimo del trabajo de sus congéneres.
Que la función y estructura sindical necesitan una reforma a fondo no seré yo quién lo niegue. Pero de ahí a su abolición hay un paso bien largo que la derecha está dando con soberana alegría. Y le estamos siguiendo el juego.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
A mí esta nueva arremetida contra los sindicatos me asusta un poco, sobre todo viniendo de quien viene.
De todas formas, tengo entendido que existen diferencias entre los derechos de los liberados en la función pública y en la empresa privada. Donde yo trabajo (una empresa de varios miles de empleados), los miembros del Comité de Empresa tienen unas horas a la semana que pueden dedicar a sus tareas de representantes de los trabajadores. Están ahí con nosotros, hacen nuestro mismo trabajo (aunque alguna hora menos, pero todos sabemos dónde están), etc.
Donde trabajaba mi padre (profesor de instituto), había "liberados" que ya no tenían que trabajar en el instituto -de hecho tendían a pisar por ahí lo menos posible.
¿Alguien me podría aclarar el motivo de esta diferencia? ¿Es la función pública más generosa a la hora de ceder recursos a la acción sindical?
Lo que hay que hacer es ver si están los que tienen que estar (como ha dicho el ministro Corbacho) o si hay mas de los que deben. Si hay más se ajustan las cifran a callar Esperancita, si hay de menos pues que pongan los que falten. Lo que a mi me mosquea es que no hay cifras claras de cuántos hay, no que estén, ya poco pueden hacer por los trabajadores para que encima nos quiten algunos representantes. Pero si sobran y los hay que están para no currar pues que se ajusten cifras. Ah, y que no se nos olvide que se debería hacer un leve control de a qué se dedican las horas sindicales, que coger vacaciones a costa de las horas sindicales queda feo (y esto lo he visto y oido, que es lo peor, en mis propias carnes)
Por cierto que yo sigo traumatizado por la flauta dulce el domingo por la mañana.
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