Conociendo como conocen ustedes mis vicios, probablemente esperen de mí en un mediodía de domingo como éste una reseña de la apoteosis de Kim Nieto de ayer en Pyongyang. Y aunque el Jovencito Líder tenga toda la pinta de ser una infinita fuente de macabra risión - una suerte de Paquirrín pero con armas nucleares - he leído hoy un artículo en la BBC que me ha llamado mucho la atención por su importancia geopolítica - y aquí, naturalmente, nadie le va a hacer caso hasta que estalle.
Egipto. El país árabe más poblado (que no musulmán: ese es Indonesia), es, desde hace décadas, la "democracia" modelo que Occidente desea ver en el mundo árabe. Los tiempos de Nasser, el egipcio más famoso del mundo hasta que Omar Sharif decidió hacer de ruso, han quedado muy atrás: si en los años 50 y 60 Egipto era el metebullas de Oriente Próximo, desde hace 30 años el principal mérito de Egipto ha sido el no hacer ruido en la región que más sale en las noticias. Dos fueron los motivos para la pacificación egipcia: primero, la convicción, obtenida por las malas, de que aun sacrificando a decenas de miles de soldados egipcios en pleno desierto, con los israelíes no se puede; segundo, la ascensión de Libia como metebullas oficial - conociendo las ganas del coronel Gaddafi de obtener más desierto para su país, Anuar el Sadat decidió que la mejor idea era llevarse bien con los americanos, aunque eso implicase llevarse bien con los israelíes. Así pues, Sadat fue a la Knesset, firmó Camp David, y fue premiado por su ejército con un desfile en su homenaje, con fuego real y todo.
Sucedió a Sadat su vicepresidente, un hombre pasmosamente lechón llamado Hosni Mubarak, que desde entonces ha seguido a rajatabla la receta ofrecida por Washington para la estabilidad política en un país "volátil" como Egipto: en política interior, gobernar a través de la corrupción y el fraude, procurando no exagerar, y en política exterior, hacer exactamente lo que le digan desde Washington. Es una receta exportada con bastante éxito: es en lo que se ha convertido la Autoridad Palestina bajo Al-Fatah, y en lo que se está convirtiendo Irak bajo la coalición de paniaguados que, mal que bien, se ha logrado juntar. Esa estabilidad es la que permite a Egipto, mal que bien, prosperar: los turistas llenan Sharm-el-Sheik y Giza todo el año, fuente de bienvenidas divisas para un país que, sin ellos, sólo exportaría dátiles. Y si a cambio hay que prestarle a Obama una salita para que hable a todos los árabes, pues adelante.
Hasta ahora el régimen del Partido Nacional Democrático (suprema ironía) se ha perpetuado sin demasiados sobresaltos, máxime cuándo Mubarak ha conseguido pasar en Occidente la idea de que su única oposición son los Hermanos Musulmanes, la asociación islamista más antigua en existencia (fundada en 1928).
Pero ahora la cosa se complica: primero, porque Mubarak ya está yayo (a pesar de los competentes liftings aplicados a su rostro, los 82 años se notan) y aunque ya tiene sustituto, su propio hijo menor, Gamal (dentro de la bella tradición de los Assad y los Kim), la sucesión puede no ser del todo estable, y segundo, la oposición ha conseguido articularse gracias al fichaje de una figura de peso: Mohamed El-Baradei, ex-director general de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, y Premio Nobel de la Paz. Por su oposición manifiesta al aquelarre de Bush con respecto a las armas de destrucción masiva, su prestigio es considerable, tanto en el mundo árabe como en Occidente. La presencia de El Baradei en las elecciones abre un conflicto considerable en las potencias occidentales. Obviamente, deseamos que El Baradei tenga posibilidades de ganar las elecciones, al fin y al cabo es un Premio Nobel, una figura de prestigio internacional, un tipo sensato con gafas y bigotín. Pero para que pueda ganar, las elecciones en Egipto deberían ser democráticas en serio - y eso implica que los Hermanos Musulmanes sacarían una inconmensurable tajada parlamentaria.
Volvemos al mismo conundro que tenemos en Palestina o Irak: Occidente quiere que los países árabes sean democráticos, siempre y cuándo ganen los que nosotros queremos. Las elecciones egipcias, que no están lejos, serán un episodio interesante. Y desde aquí, naturalmente...
Seguiremos informando.
Egipto. El país árabe más poblado (que no musulmán: ese es Indonesia), es, desde hace décadas, la "democracia" modelo que Occidente desea ver en el mundo árabe. Los tiempos de Nasser, el egipcio más famoso del mundo hasta que Omar Sharif decidió hacer de ruso, han quedado muy atrás: si en los años 50 y 60 Egipto era el metebullas de Oriente Próximo, desde hace 30 años el principal mérito de Egipto ha sido el no hacer ruido en la región que más sale en las noticias. Dos fueron los motivos para la pacificación egipcia: primero, la convicción, obtenida por las malas, de que aun sacrificando a decenas de miles de soldados egipcios en pleno desierto, con los israelíes no se puede; segundo, la ascensión de Libia como metebullas oficial - conociendo las ganas del coronel Gaddafi de obtener más desierto para su país, Anuar el Sadat decidió que la mejor idea era llevarse bien con los americanos, aunque eso implicase llevarse bien con los israelíes. Así pues, Sadat fue a la Knesset, firmó Camp David, y fue premiado por su ejército con un desfile en su homenaje, con fuego real y todo.
Sucedió a Sadat su vicepresidente, un hombre pasmosamente lechón llamado Hosni Mubarak, que desde entonces ha seguido a rajatabla la receta ofrecida por Washington para la estabilidad política en un país "volátil" como Egipto: en política interior, gobernar a través de la corrupción y el fraude, procurando no exagerar, y en política exterior, hacer exactamente lo que le digan desde Washington. Es una receta exportada con bastante éxito: es en lo que se ha convertido la Autoridad Palestina bajo Al-Fatah, y en lo que se está convirtiendo Irak bajo la coalición de paniaguados que, mal que bien, se ha logrado juntar. Esa estabilidad es la que permite a Egipto, mal que bien, prosperar: los turistas llenan Sharm-el-Sheik y Giza todo el año, fuente de bienvenidas divisas para un país que, sin ellos, sólo exportaría dátiles. Y si a cambio hay que prestarle a Obama una salita para que hable a todos los árabes, pues adelante.
Hasta ahora el régimen del Partido Nacional Democrático (suprema ironía) se ha perpetuado sin demasiados sobresaltos, máxime cuándo Mubarak ha conseguido pasar en Occidente la idea de que su única oposición son los Hermanos Musulmanes, la asociación islamista más antigua en existencia (fundada en 1928).
Pero ahora la cosa se complica: primero, porque Mubarak ya está yayo (a pesar de los competentes liftings aplicados a su rostro, los 82 años se notan) y aunque ya tiene sustituto, su propio hijo menor, Gamal (dentro de la bella tradición de los Assad y los Kim), la sucesión puede no ser del todo estable, y segundo, la oposición ha conseguido articularse gracias al fichaje de una figura de peso: Mohamed El-Baradei, ex-director general de la Agencia Internacional para la Energía Atómica, y Premio Nobel de la Paz. Por su oposición manifiesta al aquelarre de Bush con respecto a las armas de destrucción masiva, su prestigio es considerable, tanto en el mundo árabe como en Occidente. La presencia de El Baradei en las elecciones abre un conflicto considerable en las potencias occidentales. Obviamente, deseamos que El Baradei tenga posibilidades de ganar las elecciones, al fin y al cabo es un Premio Nobel, una figura de prestigio internacional, un tipo sensato con gafas y bigotín. Pero para que pueda ganar, las elecciones en Egipto deberían ser democráticas en serio - y eso implica que los Hermanos Musulmanes sacarían una inconmensurable tajada parlamentaria.
Volvemos al mismo conundro que tenemos en Palestina o Irak: Occidente quiere que los países árabes sean democráticos, siempre y cuándo ganen los que nosotros queremos. Las elecciones egipcias, que no están lejos, serán un episodio interesante. Y desde aquí, naturalmente...
Seguiremos informando.
1 comentario:
Y por cierto, siempre que se habla del Egipto, se suele olvidar mencionar que actúa en grado de colaborador necesario junto a la Única Democracia de Oriente Próximo (sic) en el bloqueo de Gaza.
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