Los males de Grecia comienzan en un centro de convenciones en Tokio, el 18 de septiembre de 1990. Allí, el presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch, anunció que los juegos de la 26ª Olimpiada Moderna se celebrarían en Atlanta, Georgia, Estados Unidos. Los juegos olímpicos de 1996, los juegos del centenario, eran concedidos, lisa y llanamente, a la ciudad que ofrecía más garantías de poder pagárselos. La candidatura finalista aquél día, que perdió por 51 a 35, fue la de Atenas.
A los griegos, que tienen en ser furibundamente identitarios uno de sus rasgos más característicos, aquello les sentó como una patada en los bajos. Grecia se consideraba - y se considera - cuna del movimiento olímpico, y siempre ha visto las Olimpiadas como un acontecimiento griego que se celebra en el extranjero. El viaje de la llama siempre comienza en Olimpia; Grecia, invariablemente, es la primera en entrar en el estadio en el desfile de las naciones, y el Himno Olímpico, compuesto por griegos, es cantado en griego en todas las ceremonias olímpicas. Los griegos no veían posible el perder la organización de los juegos del 96, los juegos que, cien años después, volverían a casa. Y, sin embargo, la perdieron.
Desde aquél infausto día, toda la clase política griega adoptó, unánimemente, un objetivo: traer los Juegos Olímpicos de vuelta a Atenas, costase lo que costase. Obviamente, aun con el empeño unánime de casi todo el arco parlamentario helénico, la candidatura ateniense seguía teniendo un nefasto músculo económico, pero los griegos tuvieron un golpe de lo que, en aquél entonces, consideraron buena suerte: Atlanta 1996 fue un desastre en casi todos los sentidos y, en la siguiente reunión del COI, a los delegados les dio cargo de conciencia por haber privado a los griegos de su fiesta: Atenas se llevó los juegos del 2004, ganando en todas las rondas de votación.
Al día siguiente de ganar, el gobierno griego se vio delante de un abismo: ya tenían los juegos, sí, pero Atenas era un desastre de ciudad: la más contaminada de Europa, con un tráfico diseñado por colaboradores de Satán, un ferrocarril lamentable, un aeropuerto arcaico y una estructura hotelera que cumplía los mejores estándares de seguridad y confort...de los años 70. Hacía falta una exorbitante cantidad de dinero para, simplemente, poder hacer los juegos. Y, sorpresa de las sorpresas, Grecia no lo tenía.
Y el modelo que Grecia pretendía seguir, el nuestro, ya no era posible. Si el final de los 80 fue la época de la euroalegría, con subvenciones
a go-go que nos caían del cielo como delicioso maná, al final de los 90, con toda Europa occidental sudando para convergir con los criterios de Maastricht, Bruselas no podía - ni quería - financiar la parranda deportiva de los griegos, o al menos, no tanto como con Barcelona.
En resumen, Grecia quería entrar en el tren del euro, convergir con Maastricht y pagarse las olimpiadas, todo al mismo tiempo. Si el gobierno griego hubiese hecho como España, pegando cuchillazos a diestro y siniestro, recortando salarios y privatizando a todo quisque, quizás - solo quizás - hubiesen tenido alguna posibilidad.
Pero dado que los gobiernos griegos, tanto de ND (el PP local) como del PASOK (el PSOE local) tenían delante a unos sindicatos muy ruidosos y una izquierda parlamentaria muy activa y militante, prefirieron obviar las soluciones difíciles y actuar a lo Gallardón: emitir cuánta deuda pudiesen colocar. Pero como Maastricht miraba con malos ojos el déficit público, Grecia adoptó una truculencia de lo más divertida: hacer malabares contables con los Presupuestos Generales del Estado y presentar el resultado, debidamente cocinado, a Bruselas. No es que nosotros no hayamos hecho lo mismo -
I mean, come on - pero es que los griegos tenían el gasto extra de aproximadamente 9.000 millones de euros (cerca de un 3% del PIB) que fue lo que costó la broma olímpica.
En principio salió bien: Grecia entró en el euro y los Juegos Olímpicos se celebraron sin mayor contratiempo - si obviamos el hecho de que las piscinas no estaban techadas porque no se terminó el tejado a tiempo. Eurostat - la oficina europea de estadística - se dio cuenta rápidamente del obvio fraude en las cuentas griegas, pero al igual que aquí con Esperanza Aguirre y sus trapicheos con Mintra se le dió un tirón de orejas y no se volvió a hablar más del asunto.
Pero llegó la crisis y resulta que Grecia no se puede pagar la deuda tan alegremente emitida para financiarse su celebración del grieguismo. Obviamente, toca tirar de cartera para pagar la deuda de nuestro amigo aquí el que se ha puesto ciego de ouzo, pero a los pobres griegos no les va a salir barato. La intención manifiesta de Bruselas es, literalmente, dejarles en calzoncillos y sacar hasta el último euro de todo lo que tengan.
Mala suerte para el gobierno de Georgios Papandreou, líder del PASOK y presidente de la Internacional Socialista, que fue elegido el año pasado presidente tras cinco años de gobierno de derechas. Va a ser él que se va a comer con patatas todo el durérrimo plan de ajuste - y no tardarán en salir tarados populistas que creen que la solución consiste en echar a todos los albaneses. Va a ser muy duro.
Lo que me parece fascinante de toda ésta divertida historia es la comparación con Letonia. Los letones, los más furibundos de todos los antisoviéticos, tras liberarse del yugo ruso abrazaron con fe inamovible los dogmas del neoliberalismo, todos y cada uno de ellos: privatizarlo todo, impuestos bajos, libertad de empresa, despido barato, etcétera, etcétera. Pues bien, con la crisis, la economía letona se ha ido abiertamente al carajo: el último cuatrimestre de 2009 el PIB se contrajo un 11% y el paro se ha multiplicado por tres. (Letonia tiene ahora una tasa de paro mayor que la de España.) Pregunta pertinente: ¿Hay algún artículo de
The Economist o del
Financial Times diciendo que la economía letona tiene un grave problema? No, amiguitos: lo de que los empleados públicos tengan recortes del 40% en sus salarios y de que los pensionistas pierdan un 10% de su pensión no es más que una "
hardship". Los culpables son los de siempre. los políticos, que lo estropean todo. Los letones saldrán de ésta. Sólo es un paso más en su camino hacia la prosperidad económica. Todo va bien.
No he querido escribir en el blog porque, éstos días, uno se encuentra con cosas como ésta.
Seguiremos informando.