A quien pensaba que los jamaicanos eran unos relajados porreros quizás ésta noticia le pille de sorpresa. Pero si uno conoce la historia de Jamaica éste resultado era prácticamente inevitable.
Jamaica es el mayor de los países anglo-caribeños. Los países de colonización inglesa del Caribe intentan ser, en gran parte, transplantes de la sociedad británica a los trópicos. Son países donde el cricket genera pasiones, se conduce por la izquierda, la gente tiene nombres como Ian o Trevor y los jueces llevan peluca empolvada en tribunales cuya única refrigeración es un macilento ventilador de techo.
Y, naturalmente, en política el modelo británico se ha copiado igualmente a rajatabla: un Parlamento con circunscripciones uninominales a una sola vuelta, que genera un estricto bipartidismo, entre el Partido Laborista de Jamaica (que a pesar del nombre es de derechas) y el Partido Nacional del Pueblo (de centro-izquierda). Naturalmente las posiciones políticas no cuentan mucho ya a éstas alturas: ambos partidos son populismos de lo más evidente y tienen la carga ideológica de una caja de cerillas.
En todo caso, la brecha entre laboristas y nacionalpopulistas es enorme y se extiende a todos los ámbitos de la vida, incluida la música popular. Bajo el gobierno de Michael Manley (PNP) en los 70, se fomentó gloriosamente el reggae de raíces, politizado y militante, cuyo máximo exponente fue, como no, Bob Marley. Cuándo los laboristas volvieron al poder, en 1980, empezaron a fomentar la música dancehall, mucho más potente en lo musical y muchísimo menos politizada.
La existencia de circunscripciones uninominales hizo que ambos partidos partiesen hacia la organización de sendos aparatos políticos a nivel de circunscripción: grupos de gente en camiones con bafles gigantescos destinados a apabullar a los rivales en época de elecciones. De ahí a buscar formas más contundentes y definitivas de apabullar a los rivales no hubo más que un paso, y en la inconmensurable miseria de las barriadas chabolistas de Kingston pronto, en cada barrio, cada partido tenía su posse (derivado de posse comitatus, "el poder del condado" en latín: en el derecho inglés, la capacidad de un sheriff de reunir una milicia informal de civiles para mantener el orden) dispuesta a todo (palos, piedras, cuchillos jamoneros) para mantener el control de un partido sobre una circunscripción - o forzar el cambio entre la ciudadanía.
Si sumamos droga a la ecuación, bien, nos encontramos con lo que ha sido Kingston durante los últimos quince años. Las posses empezaron a ir a los Estados Unidos tras armas automáticas con las cuales hacer más efectivas sus campañas electorales. Allí descubrieron que había jamaicanos haciendo bastante dinero vendiendo marincha - dinero que tampoco les vendría mal, así que echaron a los jamaicanos que no tuvieron la precaución de armarse (innecesario es decir el como les echaron) Éste tráfico de armas y drogas ha creado enormes posses con presencia tanto en EE.UU. y Canadá (especialmente alrededor de Nueva York y Toronto) como en Jamaica, que a pesar de ser económicamente independientes prefieren, por conveniencia, alinearse con uno u otro partido político - lo que garantiza una poco disimulada protección policial a cambio de los "servicios" políticos de ésta simpática muchachada.
El problema comienza cuándo desde hace tiempo los Estados Unidos exigen a los países de Sudamérica y el Caribe la extradición de los capos de la droga que regresen a sus países en busca de refugio. Países como Colombia tienen pelín más de músculo y pueden imponer cierta resistencia a las extradiciones, pero países como Jamaica, cuya economía depende casi integralmente de los Estados Unidos (remesas e importaciones) lo único que pueden decir es "yes, sir".
Así, pues, cuándo los estadounidenses pidieron al gobierno (laborista) jamaicano la extradición de Christopher "Dudus" Coke, un hombre malo y violento de un metro 62 también llamado por razones obvias "Mr. Coke" (Sr. Coca), el gobierno jamaicano se hizo el remolón, más que nada porque Dudus era y es el jefe indiscutido de Tivoli Gardens, que por un casual está en el mismo centro de la circunscripción de Kingston Oeste, un bastión laborista tan sólido que su representante en el parlamento es el mismísimo primer ministro Bruce Golding.
Pero Estados Unidos debió carraspear un pelín más fuerte, por lo que el primer ministro tragó quina y mandó a la (snif) policía jamaicana a Tivoli Gardens a detener a Dudus Coke. Ah, ya.
Un traficante de drogas inteligente es generoso con su dinero. Sobre todo cuándo su base de operaciones es un barrio de chabolas de una miseria incomparable. Si el traficante es más generoso que el Estado, y su ley es más efectiva - por más brutal - que la oficial, más motivos tendrá la población del barrio para guardar silencio - y defender si necesario a quién paga generadores, bodas y bailes.
La policía fue, les pwnearon, el Ejército tuvo que intervenir, se declaró el estado de emergencia y Kingston está sumergida en un baño de sangre - y lo único que puede hacer la ley es pedir a Coke que se entregue, porque está claro que los traficantes tienen más y mejores armas y el apoyo de la población del barrio. Es una guerra que no se puede ganar. Nada que no haya visto ya en Brasil, vamos.
Y a saber cuánto durará ésto.
Seguiremos informando.
Jamaica es el mayor de los países anglo-caribeños. Los países de colonización inglesa del Caribe intentan ser, en gran parte, transplantes de la sociedad británica a los trópicos. Son países donde el cricket genera pasiones, se conduce por la izquierda, la gente tiene nombres como Ian o Trevor y los jueces llevan peluca empolvada en tribunales cuya única refrigeración es un macilento ventilador de techo.
Y, naturalmente, en política el modelo británico se ha copiado igualmente a rajatabla: un Parlamento con circunscripciones uninominales a una sola vuelta, que genera un estricto bipartidismo, entre el Partido Laborista de Jamaica (que a pesar del nombre es de derechas) y el Partido Nacional del Pueblo (de centro-izquierda). Naturalmente las posiciones políticas no cuentan mucho ya a éstas alturas: ambos partidos son populismos de lo más evidente y tienen la carga ideológica de una caja de cerillas.
En todo caso, la brecha entre laboristas y nacionalpopulistas es enorme y se extiende a todos los ámbitos de la vida, incluida la música popular. Bajo el gobierno de Michael Manley (PNP) en los 70, se fomentó gloriosamente el reggae de raíces, politizado y militante, cuyo máximo exponente fue, como no, Bob Marley. Cuándo los laboristas volvieron al poder, en 1980, empezaron a fomentar la música dancehall, mucho más potente en lo musical y muchísimo menos politizada.
La existencia de circunscripciones uninominales hizo que ambos partidos partiesen hacia la organización de sendos aparatos políticos a nivel de circunscripción: grupos de gente en camiones con bafles gigantescos destinados a apabullar a los rivales en época de elecciones. De ahí a buscar formas más contundentes y definitivas de apabullar a los rivales no hubo más que un paso, y en la inconmensurable miseria de las barriadas chabolistas de Kingston pronto, en cada barrio, cada partido tenía su posse (derivado de posse comitatus, "el poder del condado" en latín: en el derecho inglés, la capacidad de un sheriff de reunir una milicia informal de civiles para mantener el orden) dispuesta a todo (palos, piedras, cuchillos jamoneros) para mantener el control de un partido sobre una circunscripción - o forzar el cambio entre la ciudadanía.
Si sumamos droga a la ecuación, bien, nos encontramos con lo que ha sido Kingston durante los últimos quince años. Las posses empezaron a ir a los Estados Unidos tras armas automáticas con las cuales hacer más efectivas sus campañas electorales. Allí descubrieron que había jamaicanos haciendo bastante dinero vendiendo marincha - dinero que tampoco les vendría mal, así que echaron a los jamaicanos que no tuvieron la precaución de armarse (innecesario es decir el como les echaron) Éste tráfico de armas y drogas ha creado enormes posses con presencia tanto en EE.UU. y Canadá (especialmente alrededor de Nueva York y Toronto) como en Jamaica, que a pesar de ser económicamente independientes prefieren, por conveniencia, alinearse con uno u otro partido político - lo que garantiza una poco disimulada protección policial a cambio de los "servicios" políticos de ésta simpática muchachada.
El problema comienza cuándo desde hace tiempo los Estados Unidos exigen a los países de Sudamérica y el Caribe la extradición de los capos de la droga que regresen a sus países en busca de refugio. Países como Colombia tienen pelín más de músculo y pueden imponer cierta resistencia a las extradiciones, pero países como Jamaica, cuya economía depende casi integralmente de los Estados Unidos (remesas e importaciones) lo único que pueden decir es "yes, sir".
Así, pues, cuándo los estadounidenses pidieron al gobierno (laborista) jamaicano la extradición de Christopher "Dudus" Coke, un hombre malo y violento de un metro 62 también llamado por razones obvias "Mr. Coke" (Sr. Coca), el gobierno jamaicano se hizo el remolón, más que nada porque Dudus era y es el jefe indiscutido de Tivoli Gardens, que por un casual está en el mismo centro de la circunscripción de Kingston Oeste, un bastión laborista tan sólido que su representante en el parlamento es el mismísimo primer ministro Bruce Golding.
Pero Estados Unidos debió carraspear un pelín más fuerte, por lo que el primer ministro tragó quina y mandó a la (snif) policía jamaicana a Tivoli Gardens a detener a Dudus Coke. Ah, ya.
Un traficante de drogas inteligente es generoso con su dinero. Sobre todo cuándo su base de operaciones es un barrio de chabolas de una miseria incomparable. Si el traficante es más generoso que el Estado, y su ley es más efectiva - por más brutal - que la oficial, más motivos tendrá la población del barrio para guardar silencio - y defender si necesario a quién paga generadores, bodas y bailes.
La policía fue, les pwnearon, el Ejército tuvo que intervenir, se declaró el estado de emergencia y Kingston está sumergida en un baño de sangre - y lo único que puede hacer la ley es pedir a Coke que se entregue, porque está claro que los traficantes tienen más y mejores armas y el apoyo de la población del barrio. Es una guerra que no se puede ganar. Nada que no haya visto ya en Brasil, vamos.
Y a saber cuánto durará ésto.
Seguiremos informando.
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