El problema de los controladores aéreos empieza con el hecho de que Bruselas ya nos ha dado un par de tirones de oreja ordenándonos privatizar Aena. Aena, Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea, es una empresa pública que gestiona unas cuántas cosas que dan dinero (los aeropuertos de Madrid, Barcelona, Palma y algunos cuántos más) y otras cosas, muchas más, que no solo no lo dan, sino que lo pierden, como el control de tráfico aéreo, y casi todos los demás aeropuertos de España. Ninguno de los involucrados en la historia, desde el ministro de Fomento hasta el penúltimo chaqueta verde de Barajas, quiere ver la privatización de Aena. En los aeropuertos grandes, porque acabaría con el rango cuasi-funcionarial de la mayoría de los empleados y les pondría - ¡horreur! - a la altura de los subcontratados, que en cualquier aeropuerto son los más; en los aeropuertos pequeños, porque una privatización implicaría, con casi total seguridad, un recorte radical de puestos de trabajo cuando no el cierre (estoy pensando en aeropuertos como Burgos, Salamanca y Badajoz). En todo caso, un cipostio épico que dañaría a nuestra principal industria, lo que provoca pánico en el Gobierno - en cualquier gobierno.
Algunas comunidades autónomas, como Cataluña, decidieron agarrar el toro por los cuernos y pidieron a Fomento que les cediese los aeropuertos catalanes para administrarlos en régimen de colaboración público-privada (plan que sí mola en Bruselas). Hasta hace poco, Fomento se negaba, por una razón muy sencilla: el Ministerio de Fomento ha tomado la decisión de que si Aena se ha de vender, al menos que se cumpliesen tres condiciones: a) el Estado debería sacar el máximo dinero posible de la operación; b) Debería perderse un mínimo de puestos de trabajo; c) Quién se lleve Aena, deberá llevárselo todo, es decir, el Gobierno no hará la estupidez de vender las vacas lecheras, como Barajas, Son Sant Joan o Tenerife Sur, y quedarse con las sobras como Huesca, Asturias y Granada-Jaén, lugares que dan pérdidas solo con encender las luces de la pista.
Lo primero y lo segundo ya son difíciles de por sí, pero el tercero es casi imposible. Es inconcebible que cualquier empresa quiera comprar treinta y nueve aeropuertos, de los cuáles entre 20 y 30 (Aena no publica las cuentas de resultados de sus aeropuertos por separado, precisamente para no asustar a los posibles compradores) dan pérdidas. Y más si con el pack, cual guinda del pastel, vienen los controladores aéreos y su régimen laboral especial.
Para vender Aena, el pack completo de los 39 aeropuertos más el control aéreo debe dar beneficios: y para dar beneficios, una de las cosas que debe hacerse es recortar gastos de personal. Y como ya no hay nadie en un aeropuerto que no esté más o menos subcontratado, los únicos que quedan son los que están encaramados en la torre de control.
Y el problema con los controladores aéreos es que son pocos, su trabajo es muy especializado, y su capacidad de tocar los huevos es potencialmente ilimitada. Siendo Aena una empresa pública, los problemas salariales con los controladores se resolvían aflojando la bolsa, lo que hace que España haya tenido, por norma general, una conflictividad con sus controladores mucho menor que en países como Francia, donde hay invariablemente una huelga de controladores o dos al año (aunque también tiene que ver que en Francia la huelga no es un hecho extraordinario, sino un deporte y una forma de vida) Con un gobierno ansioso de dorar la cuenta de resultados de Aena para librarse del paquete de una vez por todas, es la hora de meter la tijera.
Y los controladores responden como saben: como perros viejos que son, saben que las bajas por enfermedad, en un puesto tan sensible como el de controlador aéreo, se conceden instantáneamente: todas las ventajas de la huelga pero ninguna de sus desventajas, salvo una: al no estar formalmente en huelga, el Gobierno puede mandar esquiroles militares sin despeinarse - y es legal.
¿Qué haría yo? Separar el control aéreo de la gestión aeroportuaria (privatizando ésta última) y que el Estado se coma la responsabilidad y los gastos de la navegación aérea. Suiza privatizó su espacio aéreo en 2001: un año más tarde, dos aviones chocaron en pleno vuelo sobre el Lago Constanza: uno de ellos cargado de niños rusos que iban a pasar las vacaciones en Tarragona. Esa noche, sólo había un controlador de guardia, ocupándose de dos pantallas a la vez: distraído por el exceso de trabajo, no notó las trayectorias que se cruzaban.
Siempre he sido de la opinión de que hay cosas demasiado importantes para que puedan escatimarse recursos por algunos euros de más. Y cuándo hay tantas vidas en juego, no se puede estar racaneando. ¿Que los controladores son unos privilegiados y que cobran demasiado? Quizás, sólo quizás, sea porque se lo merecen.
Seguiremos informando.
Algunas comunidades autónomas, como Cataluña, decidieron agarrar el toro por los cuernos y pidieron a Fomento que les cediese los aeropuertos catalanes para administrarlos en régimen de colaboración público-privada (plan que sí mola en Bruselas). Hasta hace poco, Fomento se negaba, por una razón muy sencilla: el Ministerio de Fomento ha tomado la decisión de que si Aena se ha de vender, al menos que se cumpliesen tres condiciones: a) el Estado debería sacar el máximo dinero posible de la operación; b) Debería perderse un mínimo de puestos de trabajo; c) Quién se lleve Aena, deberá llevárselo todo, es decir, el Gobierno no hará la estupidez de vender las vacas lecheras, como Barajas, Son Sant Joan o Tenerife Sur, y quedarse con las sobras como Huesca, Asturias y Granada-Jaén, lugares que dan pérdidas solo con encender las luces de la pista.
Lo primero y lo segundo ya son difíciles de por sí, pero el tercero es casi imposible. Es inconcebible que cualquier empresa quiera comprar treinta y nueve aeropuertos, de los cuáles entre 20 y 30 (Aena no publica las cuentas de resultados de sus aeropuertos por separado, precisamente para no asustar a los posibles compradores) dan pérdidas. Y más si con el pack, cual guinda del pastel, vienen los controladores aéreos y su régimen laboral especial.
Para vender Aena, el pack completo de los 39 aeropuertos más el control aéreo debe dar beneficios: y para dar beneficios, una de las cosas que debe hacerse es recortar gastos de personal. Y como ya no hay nadie en un aeropuerto que no esté más o menos subcontratado, los únicos que quedan son los que están encaramados en la torre de control.
Y el problema con los controladores aéreos es que son pocos, su trabajo es muy especializado, y su capacidad de tocar los huevos es potencialmente ilimitada. Siendo Aena una empresa pública, los problemas salariales con los controladores se resolvían aflojando la bolsa, lo que hace que España haya tenido, por norma general, una conflictividad con sus controladores mucho menor que en países como Francia, donde hay invariablemente una huelga de controladores o dos al año (aunque también tiene que ver que en Francia la huelga no es un hecho extraordinario, sino un deporte y una forma de vida) Con un gobierno ansioso de dorar la cuenta de resultados de Aena para librarse del paquete de una vez por todas, es la hora de meter la tijera.
Y los controladores responden como saben: como perros viejos que son, saben que las bajas por enfermedad, en un puesto tan sensible como el de controlador aéreo, se conceden instantáneamente: todas las ventajas de la huelga pero ninguna de sus desventajas, salvo una: al no estar formalmente en huelga, el Gobierno puede mandar esquiroles militares sin despeinarse - y es legal.
¿Qué haría yo? Separar el control aéreo de la gestión aeroportuaria (privatizando ésta última) y que el Estado se coma la responsabilidad y los gastos de la navegación aérea. Suiza privatizó su espacio aéreo en 2001: un año más tarde, dos aviones chocaron en pleno vuelo sobre el Lago Constanza: uno de ellos cargado de niños rusos que iban a pasar las vacaciones en Tarragona. Esa noche, sólo había un controlador de guardia, ocupándose de dos pantallas a la vez: distraído por el exceso de trabajo, no notó las trayectorias que se cruzaban.
Siempre he sido de la opinión de que hay cosas demasiado importantes para que puedan escatimarse recursos por algunos euros de más. Y cuándo hay tantas vidas en juego, no se puede estar racaneando. ¿Que los controladores son unos privilegiados y que cobran demasiado? Quizás, sólo quizás, sea porque se lo merecen.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Hola sigo tu blog desde hace un tiempo aunque todavía tenía nada que comentar.
El problema de los controladores, almenos como yo lo veo, no es su sueldo, son las horas extras. El sueldo es alto, pero tiene que ser alto, pero al controlar ellos quien es controlador y quien no, no aceptan a demasiada gente como tal y por tanto están "obligados" a hacer horas extras que se pagan a precio de platino.
Para mi la solución es determinar un modo de formar nuevos controladores y contratarlos que no esté controlado por el propio colectivo.
Por otro lado el problema de los controladores militares es que la mayoría no hablan muy bien inglés.
Estoy plenamente a favor: un trabajo que exige estar plenamente descansado no puede, ni debe, tener carencias de personal.
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