Publica hoy El País, en algo que viene siendo raro últimamente, un interesante reportaje sobre los municipios.
Entre las cosas que echo de menos de no ser español de nacimiento es que me falta esa figura tan profundamente cañí que es el pueblo de uno. Uno puede ser madrileño gato de seis generaciones, pero eso no es impedimento que, verano tras verano, los pasos de uno acaben llevándole a la aldea perdida de Cáceres de donde el tatatarabuelo salió por pies allá por el reinado de Isabel II. Y, con el pueblo, vienen las inefables actividades: el combo guisote + siesta en casa de la abuela; las picaduras de insectos en sitios aparentemente inalcanzables; la adolescente noche en la “discoteca” del pueblo, donde Daddy Yankee es novedad, etcétera, etcétera.
Y parte prácticamente imprescindible de la Spanish Hometown Experience es la figura de “el pueblo de al lado”: todo pueblo que se precie tiene un pueblo de al lado al que tirarle pullas, y en ciertos casos cantos rodados. Y es por eso que cada vez que un pobre ingenuo habla en voz alta de racionalizar el número de municipios, inmediatamente se desata una abominable marea de insulto y dolor.
Porque las cosas como son: España tiene demasiados municipios: 8.115, uno para cada 5.786 habitantes. Podemos, sin ningún reparo, practicar uno de nuestros deportes nacionales y echarle la culpa de ello a los franceses, de quienes copiamos el sistema municipal. Nuestros vecinos del norte son aún más tremendos: tienen 36.781 comunas, una para cada 1.780 habitantes.
Todo esto empieza con la Constitución de Cádiz, que convirtió a la parroquia en el distrito electoral mínimo. Por casi toda España empezaron a surgir “ayuntamientos constitucionales” en cada una de las parroquias, donde quiera que no existiesen ya ayuntamientos: es decir, en todas partes, excepto en las ciudades y en la fachada atlántica del país. Y la consecuencia de esto es que se derivaron al ámbito civil los antagonismos ya existentes en el ámbito religioso. Y en un país donde las procesiones acababan a pedradas (la expresión “acabar como el rosario de la aurora” no existe porque sí) esto garantizaba garrotazos para el futuro.
En un estado del bienestar, es imprescindible tener entidades administrativas subnacionales a escala humana, como pueden ser los barrios en las ciudades o los pueblos en las zonas rurales. El problema reside, a mi entender, en que esas entidades administrativas son, a su vez, entidades políticas. Hablando en plata: mi problema no son los 8.115 municipios. De hecho, podría y debería haber hasta más. Mi problema está en los 8.115 alcaldes y en los más de 40.000 concejales: ahí estaría el recorte, y, naturalmente, ahí está el mayor impedimento para que prospere.
Seguiremos informando.
Entre las cosas que echo de menos de no ser español de nacimiento es que me falta esa figura tan profundamente cañí que es el pueblo de uno. Uno puede ser madrileño gato de seis generaciones, pero eso no es impedimento que, verano tras verano, los pasos de uno acaben llevándole a la aldea perdida de Cáceres de donde el tatatarabuelo salió por pies allá por el reinado de Isabel II. Y, con el pueblo, vienen las inefables actividades: el combo guisote + siesta en casa de la abuela; las picaduras de insectos en sitios aparentemente inalcanzables; la adolescente noche en la “discoteca” del pueblo, donde Daddy Yankee es novedad, etcétera, etcétera.
Y parte prácticamente imprescindible de la Spanish Hometown Experience es la figura de “el pueblo de al lado”: todo pueblo que se precie tiene un pueblo de al lado al que tirarle pullas, y en ciertos casos cantos rodados. Y es por eso que cada vez que un pobre ingenuo habla en voz alta de racionalizar el número de municipios, inmediatamente se desata una abominable marea de insulto y dolor.
Porque las cosas como son: España tiene demasiados municipios: 8.115, uno para cada 5.786 habitantes. Podemos, sin ningún reparo, practicar uno de nuestros deportes nacionales y echarle la culpa de ello a los franceses, de quienes copiamos el sistema municipal. Nuestros vecinos del norte son aún más tremendos: tienen 36.781 comunas, una para cada 1.780 habitantes.
Todo esto empieza con la Constitución de Cádiz, que convirtió a la parroquia en el distrito electoral mínimo. Por casi toda España empezaron a surgir “ayuntamientos constitucionales” en cada una de las parroquias, donde quiera que no existiesen ya ayuntamientos: es decir, en todas partes, excepto en las ciudades y en la fachada atlántica del país. Y la consecuencia de esto es que se derivaron al ámbito civil los antagonismos ya existentes en el ámbito religioso. Y en un país donde las procesiones acababan a pedradas (la expresión “acabar como el rosario de la aurora” no existe porque sí) esto garantizaba garrotazos para el futuro.
En un estado del bienestar, es imprescindible tener entidades administrativas subnacionales a escala humana, como pueden ser los barrios en las ciudades o los pueblos en las zonas rurales. El problema reside, a mi entender, en que esas entidades administrativas son, a su vez, entidades políticas. Hablando en plata: mi problema no son los 8.115 municipios. De hecho, podría y debería haber hasta más. Mi problema está en los 8.115 alcaldes y en los más de 40.000 concejales: ahí estaría el recorte, y, naturalmente, ahí está el mayor impedimento para que prospere.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Muchos de esos alcaldes y concejales ni siquiera cobran, con lo que poco recorte podrías sacar de ahí.
Mas bien habría que mirar lo que hacen los acaldes que "ejercen" no precisamente por amor al arte (pueblos un poco más grandes con presupuesto, personal, ...)
El problema no son los 40.000 concejales: la inmensa mayoría no cobra nada o casi nada, sino cada una de las administraciones locales.
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