Como dije, ésta mañana me levanté temprano (ay) y tiré de metro hasta la
Casa do Brasil, el colegio mayor brasileño en la Ciudad Universitaria (ejemplo de libro de la arquitectura "
Satán es mi Señor") Me esperaba encontrarme largas filas de conciudadanos inmersos en su deber cívico, pero naturalmente no había nadie (eran las nueve y media de la mañana) y creo haber sido el primero en presentarme en la mesa electoral 570: los interventores me trataron como al hijo que hace días que no ven. (La presidenta de mesa hasta dijo "Thiago. Qué bonito nombre.")
Votar, en Brasil, implica acercarse a una suerte de cajero automático tal que asín:
y marcar el número del candidato al que desea uno votar. Como ya dije antes, yo como residente en el extranjero solo voto al presidente, pero el brasileño medio tiene que marcar cinco números: presidente, gobernador de su estado, diputado federal, senador y diputado de la asamblea legislativa provincial. Y, por desgracia, en la mayoría de los casos solo llega frente a la urna con sólo un par de esos números en la cabeza. Es por eso que, para alegría de mis amigos, probablemente Romario será elegido diputado federal hoy mismo.
Y, al contrario de todo lo que me dicta el sentido común, que prefiere que las elecciones se decidan en la primera vuelta (para no tener que volver a levantarme temprano dentro de tres domingos), en lugar de votar al 13 de la gran favorita, la candidata del Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff, preferí votar al 43 de la candidata del Partido Verde, Marina Silva.
Por una parte, la decisión viene de un aprecio personal por la candidata. Al igual que Lula, salió de una infancia miserable hasta decir basta (nació en una familia de caucheros en Acre, el estado más al oeste de Brasil, el único con su propio huso horario, más cerca de Lima que de São Paulo) y con muchísimo esfuerzo (aprendió a leer a los quince años) se convirtió en licenciada universitaria y profesora de secundaria. Naturalmente el nuevo puesto le acercó a los sindicatos, y en Acre, eso implicaba conocer a Chico Mendes, líder del sindicato de caucheros (famoso después por un tema de Maná que no sé cuál es porque todos son iguales), y a involucrarse en la defensa de la Amazonía. Cuándo a Chico Mendes le pegaron dos tiros por orden de un ranchero, fue ella la que tomó el liderazgo simbólico de la defensa de la Amazonía a ojos de los brasileños. Nombrada ministra de Medio Ambiente en el primer gobierno de Lula, dimitió después de que el gobierno cediese a las presiones de la industria y la descabalgase de la gestión del Plan Amazonía Sostenible. Entre los que presionaron por un punto de vista más cercano a los intereses industriales estaba la entonces ministra de Minería y Energía, Dilma Rousseff.
No tengo ningún problema con Dilma Rousseff: de hecho, creo que será una excelente presidenta (¡la primera mujer!) y que Brasil seguirá tirando adelante. Puede que hasta, por fin, Brasil deje de ser el país del futuro que siempre ha sido y llegue al futuro de una santa vez. Dilma Rousseff está donde está, y será, más que probablemente, presidenta de Brasil, por su gestión en el ministerio de Minería y Energía. Fue cuando estaba a cargo de la cartera que Brasil alcanzó el sueño más dorado del nacionalismo brasileño: la autosuficiencia en petróleo. Solo ese logro la catapultó al Ministerio de la Presidencia y, de ahí, a la candidatura presidencial.
Pero mi preocupación es que se estén repitiendo los mismos errores del primer "milagro brasileño" (1971-1975). Mientras que Dilma Rousseff estaba siendo torturada físicamente por la dictadura militar, ésta ganaba popularidad cabalgando en una ola de desarrollismo sin par, haciendo megaproyectos, como el puente entre Río y Niterói, la carretera Río-Santos, la carretera Transamazónica y megaestadios de fúmbo a lo largo y ancho del país. Todo ésto se hizo sin ningún respeto al medio ambiente, por supuesto. Nada debería colocarse en el camino del desarrollo económico. Un ministro llegó a declarar: "Tenemos mucho sitio para contaminar. Deberemos aprovechar ésto, porque si no contaminamos nosotros, alguien lo hará."
Ahora, treinta años después, estamos igual, con megaproyectos por todas partes: TAV Río-São Paulo, nuevo aeropuerto de São Paulo, estadios de fúmbo a lo largo y ancho del país (hay cosas que nunca cambiarán) y un desprecio similar por el medio ambiente en aras del desarrollo. La visión dorada de la autosuficiencia en petróleo no deja pensar en el impacto ambiental de todo el tinglado en la fachada atlántica del país, y así con todo.
Yo no estoy en contra del desarrollo para salvar a la vaca del valle del Jequitinhonha ni mucho menos. Pero sí quiero, con mi voto, dar un toque de atención al nuevo gobierno Rousseff para que se comporte con sensatez y que no cometa los mismos errores que cometió la dictadura que tanto mal hizo al país.
Y si tengo que volver a votar dentro de tres semanas, que así sea.
Ah, sí, los otros candidatos. José Serra, el candidato de la oposición, es un tipo brillante, que pasó la mitad de su juventud exiliado y que ha sido, posiblemente, el mejor ministro de Sanidad que ha tenido Brasil. El problema que tiene se llama Demócratas. Los Demócratas (así, sin más) son el mayor partido de la oposición, pero su imagen está tan mancillada por ser el partido de las oligarquías rurales y de toda esa caterva que gobierna el país desde siempre, que prescinde de presentar candidatos propios y se escuda tras el PSDB, un partido ligeramente más pequeño y algo más de izquierdas, formado por toda la intelectualidad que no se pasó al PT en los 80. Así pues, el PSDB pone los candidatos (gente inteligente y capaz) y los Democratas ponen los vices. En el caso de Serra su candidato a vicepresidente es un sujeto con el increíble nombre de Índio da Costa, que empezó su campaña en quinta, declarando que "los objetivos de Lula y las FARC son los mismos." Nuff' said. Es por eso que, por mucho que admire a Serra, no pueda darle su apoyo.
El último en discordia, Plínio de Arruda Sampaio, representa al Partido Socialismo y Libertad, que aglomera todo lo que está a la izquierda de Lula, incluyendo un bocado razonable del propio PT, que abandonó el partido acusando a Lula de traición: el propio Arruda entre ellos. Una congregación de freaks
bandiera rossa de la vieja guardia, podrán llamarme la atención en el momento en el que dejen de vivir en 1987.
Y ahora, a esperar los resultados. La ventaja del cajero éste es que permite saber los resultados casi enseguida; el problema es que, cuándo se sepan, probablemente estaré durmiendo.
Seguiremos informando.