Cuesta no ver en las declaraciones de Arnaldo Otegi un enésimo intento de depurar su imagen y la de la izquierda abertzale antes de las municipales. Escama, por ejemplo, que la entrevista en cuestión se la haya concedido a El País antes que a Gara. Eso deja bastante claro, a mi entender, que Otegi habla más para la izquierda española en general que para la izquierda abertzale en particular. Y ésto es así porque Otegi intenta pasar la imagen de que Batasuna sigue viva e íntegra tras su persona, pero los liderazgos no suelen pasar indiscutidos si tu líder está en el talego (salvo que seas Nelson Mandela, pero aquí el amigo no lo es). Puede que en Madrid Otegi siga pareciendo el coco malo, la cara de ETA, pero he de suponer que in situ la izquierda abertzale está lejos de ser un monolito. Al fin y al cabo, estamos hablando de militantes de izquierdas, gente que por principios está más que dispuesta a sacarse una discusión de donde no la había - y lo digo por experiencia propia.
El Gobierno se ha sacado la respuesta de siempre: no se vuelve a hablar hasta que se dejen las armas en la puerta, donde las podamos ver. Hasta ahí, bien. Pero eso desencadena una serie de preguntas para las que no tenemos respuesta.
Preguntas que derivan del hecho de nunca nos hemos parado a pensar en qué hacer si ETA deja las armas de una vez y para siempre. Bueno, hay gente que sí: me imagino que el día después de la entrega de las armas, el Casco Viejo de San Sebastián va a estar abarrotado de militantes del PP y del PSOE entregados al noble arte del txikiteo. Pero no estoy hablando de eso.
El problema, como ya dije el otro día, es conseguir integrar en el sistema democrático a la supraestructura nacionalista. Ser un demócrata de verdad consiste en asumir que puedes ser gobernado por gente a la que desprecias - y lo haces porque crees que puedes hacer que alguien lo haga mejor, incluso tú. Eso implica que la tarea primordial aquí es extraer el componente que volatiliza ese pilar fundamental del sistema: el odio cerril, el componente que mata y que mutila. Y eso implica tolerancia por ambas partes, implica que el hombre al que querías matar y el hombre que te quería matar van a estar contigo en en el mismo pueblo, en la misma calle, en el mismo bar, y en vez de salir y resolverlo a hostias vas a tener que respirar hondo, tragar quina y tomarte tu vino y comerte tu pintxo.
¿Existe esa voluntad? ¿Existe de verdad la voluntad de paz? Me temo que, gracias a actores tan destacados como Mayor Oreja y Rosita la Pastelera, no la hay, y no la hay por nuestra parte. Vemos la derrota de ETA, y la queremos. Queremos victoria, queremos la cabeza de Josu Ternera en una estaca, queremos regodearnos y pasear por la GI-131 con el coche a todo gas ondeando banderas bicolores. El bigotismo y el circo fucsia ven réditos electorales en nuestra hubris y van a hacer lo que puedan para alimentarla: nada más que ver la respuesta de Rosita a la entrevista con Otegi, de qué es ésto de que se pueda entrevistar a un español y publicarlo en los periódicos. E incluso mi propio partido se acobarda de la coherencia, temiendo ser derrotados en la "firmeza contra el terrorismo".
Queremos ganar. Ellos también. Ellos se están dando cuenta de que nadie puede ganar ya desde hace mucho. ¿Y nosotros?
Seguiremos informando.
El Gobierno se ha sacado la respuesta de siempre: no se vuelve a hablar hasta que se dejen las armas en la puerta, donde las podamos ver. Hasta ahí, bien. Pero eso desencadena una serie de preguntas para las que no tenemos respuesta.
Preguntas que derivan del hecho de nunca nos hemos parado a pensar en qué hacer si ETA deja las armas de una vez y para siempre. Bueno, hay gente que sí: me imagino que el día después de la entrega de las armas, el Casco Viejo de San Sebastián va a estar abarrotado de militantes del PP y del PSOE entregados al noble arte del txikiteo. Pero no estoy hablando de eso.
El problema, como ya dije el otro día, es conseguir integrar en el sistema democrático a la supraestructura nacionalista. Ser un demócrata de verdad consiste en asumir que puedes ser gobernado por gente a la que desprecias - y lo haces porque crees que puedes hacer que alguien lo haga mejor, incluso tú. Eso implica que la tarea primordial aquí es extraer el componente que volatiliza ese pilar fundamental del sistema: el odio cerril, el componente que mata y que mutila. Y eso implica tolerancia por ambas partes, implica que el hombre al que querías matar y el hombre que te quería matar van a estar contigo en en el mismo pueblo, en la misma calle, en el mismo bar, y en vez de salir y resolverlo a hostias vas a tener que respirar hondo, tragar quina y tomarte tu vino y comerte tu pintxo.
¿Existe esa voluntad? ¿Existe de verdad la voluntad de paz? Me temo que, gracias a actores tan destacados como Mayor Oreja y Rosita la Pastelera, no la hay, y no la hay por nuestra parte. Vemos la derrota de ETA, y la queremos. Queremos victoria, queremos la cabeza de Josu Ternera en una estaca, queremos regodearnos y pasear por la GI-131 con el coche a todo gas ondeando banderas bicolores. El bigotismo y el circo fucsia ven réditos electorales en nuestra hubris y van a hacer lo que puedan para alimentarla: nada más que ver la respuesta de Rosita a la entrevista con Otegi, de qué es ésto de que se pueda entrevistar a un español y publicarlo en los periódicos. E incluso mi propio partido se acobarda de la coherencia, temiendo ser derrotados en la "firmeza contra el terrorismo".
Queremos ganar. Ellos también. Ellos se están dando cuenta de que nadie puede ganar ya desde hace mucho. ¿Y nosotros?
Seguiremos informando.
2 comentarios:
¿Ellos se estandando cuenta de que nadie (!¡) puede ganar?.
Te seguia el razonamiento (vamos, que estaba deacuerdo con lo que decias) hasta que has decidido que de las declaraciones de Mayor Oreja se podia deducir que no estaban por la paz y, acto seguido, haces la pirueta de decidir que nadie puede ganar y que estos chicos de batasuna son más listos y se han dado cuenta.
Batasuna HA PERDIDO, Eta HA PERDIDO, nosotros, todos los demás HEMOS GANADO, hace tiempo que hemos ganado y ha habido que tener muchísima paciencia y firmeza para que los descerebrados de ETA y su entorno se diesen cuenta. Aun quedan flecos, y, si te despistas les das oxigeno - a los más radicales de los radicales- para 4 años más de hacer el cafre, atemorizando a los suyos y a nosotros.
Despreciar al asesino (y decirlo) no es no querer la paz, igual que despreciar a Mayor Oreja, o a toda la derecha si quieres (y decirlo) tampoco es ser un terrorista. Pero despreciar, amenazar y, si puedes, matar eso, si es lo que diferencia a Eta/batasuna del resto, PP incluido.
Me temo que el anónimo no ha entendido la reflexión final del post.
Pierde ETA. No te jode, faltaría más. Que asuman que para jugar en los ayuntamientos y en un hipotético referéndum de autodeterminación tienen que dejar las armas es perder. Nosotros, todos, vascos nacionalistas incluidos, ganamos porque hay menos muertos.
Si quiere leer esa reflexión acuda al Capitán Obvio. Este posiblemente no sea su sitio.
Aquí Cardinal Ximinez propone lo siguiente: en un hipotético escenario post-final de la violencia, ¿estarían dispuestos los-demmócratas-de-toda-la-vida a compartir terreno político con quienes antes utilizaban la violencia? ¿Asumirían que pueden compartir escaño en Ajuria Enea? ¿Consentirían proclamas abiertamente independentistas?
La cuestión es si cuando ETA deje las armas estaremos dispuestos a que jueguen con nosotros en la democracia, a pesar de que la intentaron destruir por todos los medios. Si queremos convivir con una realidad innegable haya terrorismo o no: un independentismo que tiene numerosos adeptos en Euskadi.
Dentro de un tiempo, los políticos del PP o del PSOE tendrán que compartir calles con quienes antes les amenazaban de muerte. Y el autor del post propone que esa convivencia no es aceptada por la parte contratante de la primera parte, por lo que el proceso no será del todo satisfactorio. No creo que sea tan complejo de entender.
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