El objetivo del terrorismo es crear dolor y caos, en ese orden. Cualesquiera objetivos anejos son eculubraciones. El ataque (más que atentado) de Bombay ha cumplido con creces ambos objetivos. El dolor de 125 muertos y el caos provocado por atacar el centro neurálgico de la inversión extranjera en la India: los hoteles de lujo del centro de Bombay.
Pasemos ahora a las consecuencias anejas: el gobierno indio de Manmohan Singh (a.k.a. el Papá Noel Sikh), enfrentado a la preocupación de la opinión pública extranjera y, sobre todo, al miedo y la indignación de una naciente clase media deseosa de mano dura (y una oposición ultranacionalista que pide venganza) se ve obligado a hacer un gesto contundente en respuesta al ataque. Como es usual en el gobierno indio (independientemente de su orientación política), el hecho de que haya 155 millones de musulmanes en la India es alegremente ignorado (Lord Shiva nos libre): si hay un atentado terrorista de orientación musulmana en la India, la culpa, como no, es de Pakistán.
Y, claro, lo que necesita ya Pakistán para irse a la mierda del todo es una guerra con la India. Aparte del hecho de que ambos países tienen bombas atómicas (hecho que ya de por sí debería preocuparle, señora) el gobierno pakistaní, que no tiene ni tres meses, tiene el doble y peligroso sambenito de ser un gobierno heredado (el actual presidente es el viudo de Benazir Bhutto) y de ser pro-americano.
Lo que puede pasar es que Nueva Delhi le dé una colleja a Pakistán (una incursión en Cachemira servirá) e que Islamabad reciba una llamada telefónica de Washington sugiriéndoles no responder. El gobierno pakistaní puede responder de dos formas a ésta llamada.
Las dos posibilidades asustan: si deciden hacer caso a los Estados Unidos, naturalmente, eso despertará la indignación antigubernamental y antiamericana, debilitando aún más el gobierno Zardari y acercando las posibilidades de un desmoronamiento espectacular del gobierno, dejando la puerta abierta a un gobierno islámico en Pakistán: es decir, Afganistán con misiles de crucero. Y si deciden no hacerles caso, bueno, una guerra entre India y Pakistán. Enough said.
Ante éste escenario del fin del mundo, mi reciente amigo aforado (entendiendo como tal la definición de la R.A.E.: que goza de fuero) me comunica que, para los españoles, la noticia aquí es Esperanza Aguirre dando una rueda de prensa en sandalias (¡con calcetines!) para hablar del susto que ha pasado y que no debía salir de casa en ciertos meses. La portada de El Mundo (como no, el palmero oficial de la condesa) de ésta mañana es especialmente vergonzante en ese sentido.
Miren, no. Si con las cosas de comer no se juega, Esperanza Aguirre está haciendo malabares con hogazas de pan. La culpa es de ella, por bromear con algo tan serio; pero igual culpa tiene un periodismo estúpido y mal enfocado, que se centra en los shows populistas que la presidenta de la Comunidad de Madrid es tan experta en hacer, y se olvida de ocuparse de lo importante, por que, total, es ajeno y doloroso, y, en consecuencia, poco comercial.
Vergüenza debería darles.
Seguiremos informando.
Pasemos ahora a las consecuencias anejas: el gobierno indio de Manmohan Singh (a.k.a. el Papá Noel Sikh), enfrentado a la preocupación de la opinión pública extranjera y, sobre todo, al miedo y la indignación de una naciente clase media deseosa de mano dura (y una oposición ultranacionalista que pide venganza) se ve obligado a hacer un gesto contundente en respuesta al ataque. Como es usual en el gobierno indio (independientemente de su orientación política), el hecho de que haya 155 millones de musulmanes en la India es alegremente ignorado (Lord Shiva nos libre): si hay un atentado terrorista de orientación musulmana en la India, la culpa, como no, es de Pakistán.
Y, claro, lo que necesita ya Pakistán para irse a la mierda del todo es una guerra con la India. Aparte del hecho de que ambos países tienen bombas atómicas (hecho que ya de por sí debería preocuparle, señora) el gobierno pakistaní, que no tiene ni tres meses, tiene el doble y peligroso sambenito de ser un gobierno heredado (el actual presidente es el viudo de Benazir Bhutto) y de ser pro-americano.
Lo que puede pasar es que Nueva Delhi le dé una colleja a Pakistán (una incursión en Cachemira servirá) e que Islamabad reciba una llamada telefónica de Washington sugiriéndoles no responder. El gobierno pakistaní puede responder de dos formas a ésta llamada.
Las dos posibilidades asustan: si deciden hacer caso a los Estados Unidos, naturalmente, eso despertará la indignación antigubernamental y antiamericana, debilitando aún más el gobierno Zardari y acercando las posibilidades de un desmoronamiento espectacular del gobierno, dejando la puerta abierta a un gobierno islámico en Pakistán: es decir, Afganistán con misiles de crucero. Y si deciden no hacerles caso, bueno, una guerra entre India y Pakistán. Enough said.
Ante éste escenario del fin del mundo, mi reciente amigo aforado (entendiendo como tal la definición de la R.A.E.: que goza de fuero) me comunica que, para los españoles, la noticia aquí es Esperanza Aguirre dando una rueda de prensa en sandalias (¡con calcetines!) para hablar del susto que ha pasado y que no debía salir de casa en ciertos meses. La portada de El Mundo (como no, el palmero oficial de la condesa) de ésta mañana es especialmente vergonzante en ese sentido.
Miren, no. Si con las cosas de comer no se juega, Esperanza Aguirre está haciendo malabares con hogazas de pan. La culpa es de ella, por bromear con algo tan serio; pero igual culpa tiene un periodismo estúpido y mal enfocado, que se centra en los shows populistas que la presidenta de la Comunidad de Madrid es tan experta en hacer, y se olvida de ocuparse de lo importante, por que, total, es ajeno y doloroso, y, en consecuencia, poco comercial.
Vergüenza debería darles.
Seguiremos informando.