Mi amigo Tirso ha publicado un enlace a éste excelente artículo de El Teleoperador (blog del cuál me arrepiento de no haberles recomendado antes, máxime cuándo está desde hace tiempo en mi agregador de feeds). Recomiendo que se lo lean (incluidos los comentarios) y, si pueden, se vuelvan luego.
¿Ya han vuelto? En la humilde opinión de éste su corresponsal, creo que la intención del artículo es poner a prueba a muchos demócratas de salón (entre los cuáles pueden incluirme, o no) dejando bien claro qué clase de personas forman parte de Izquierda Internacionalista. El fondo del artículo es preguntarse si es moralmente aceptable que defendamos el derecho a que gente que acepta, tácita o implícitamente, el matar gente con objetivos políticos, pueda votar y ser votada en unas elecciones.
Y es que, por más vueltas que le doy, la respuesta sigue siendo que sí. Pues la democracia es, siempre según mi opinión, el hecho de que todo ciudadano (es decir, toda persona con capacidad de interesarse por como se gobierna su país) puede participar libre y destrabadamente en las instituciones de gobierno. Ni más, ni menos.
El hecho de que existan personas que no crean en éste sistema, es más, que pretendan destruirlo a diario de palabra y obra, y peor, utilizando métodos abiertamente criminales es absoluta y completamente repugnante. La ley debe castigar de la forma más severa a los criminales y asesinos. Lo contrario es indefendible desde cualquier punto de vista.
Pero de ahí a renunciar al principio básico de la democracia en aras del fin del terror hay un paso corto pero infranqueable. Restringiendo la democracia la combatimos y nos convertimos en anti-demócratas nosotros mismos. Y, lo que me da más asco, damos la razón a aquellos que buscan para sus crímenes la excusa de que nuestro sistema es represor y restringe las libertades.
Es indudable que debe haber un método para impedir que los terroristas tengan acceso a fondos públicos y (como bien me señaló mi estimado amigo Hidalgo) a las listas del censo. Pero prohibir partidos políticos in toto es una solución torpe y excesiva, destinada en exclusiva a contentar a la extrema derecha mediática y que, a la larga, nos va a causar más problemas que soluciones.
Porque al fin y al cabo, ¿quién es un demócrata? ¿El que considera que una dictadura es un régimen tolerable y plácido? ¿El votante que sigue depositando religiosamente la papeleta del cacique de turno a pesar de haberse demostrado mil veces que es un ladrón con pintas? ¿El ladrón con pintas? ¿Quién pone la línea? ¿Usted? ¿Yo? ¿Finceleb? Mire, no. La democracia, por principio y por sistema, tiene que ser para todos. Y, aunque nos duela a todos en el alma, también es para los hijos de puta.
Seguiremos informando.
¿Ya han vuelto? En la humilde opinión de éste su corresponsal, creo que la intención del artículo es poner a prueba a muchos demócratas de salón (entre los cuáles pueden incluirme, o no) dejando bien claro qué clase de personas forman parte de Izquierda Internacionalista. El fondo del artículo es preguntarse si es moralmente aceptable que defendamos el derecho a que gente que acepta, tácita o implícitamente, el matar gente con objetivos políticos, pueda votar y ser votada en unas elecciones.
Y es que, por más vueltas que le doy, la respuesta sigue siendo que sí. Pues la democracia es, siempre según mi opinión, el hecho de que todo ciudadano (es decir, toda persona con capacidad de interesarse por como se gobierna su país) puede participar libre y destrabadamente en las instituciones de gobierno. Ni más, ni menos.
El hecho de que existan personas que no crean en éste sistema, es más, que pretendan destruirlo a diario de palabra y obra, y peor, utilizando métodos abiertamente criminales es absoluta y completamente repugnante. La ley debe castigar de la forma más severa a los criminales y asesinos. Lo contrario es indefendible desde cualquier punto de vista.
Pero de ahí a renunciar al principio básico de la democracia en aras del fin del terror hay un paso corto pero infranqueable. Restringiendo la democracia la combatimos y nos convertimos en anti-demócratas nosotros mismos. Y, lo que me da más asco, damos la razón a aquellos que buscan para sus crímenes la excusa de que nuestro sistema es represor y restringe las libertades.
Es indudable que debe haber un método para impedir que los terroristas tengan acceso a fondos públicos y (como bien me señaló mi estimado amigo Hidalgo) a las listas del censo. Pero prohibir partidos políticos in toto es una solución torpe y excesiva, destinada en exclusiva a contentar a la extrema derecha mediática y que, a la larga, nos va a causar más problemas que soluciones.
Porque al fin y al cabo, ¿quién es un demócrata? ¿El que considera que una dictadura es un régimen tolerable y plácido? ¿El votante que sigue depositando religiosamente la papeleta del cacique de turno a pesar de haberse demostrado mil veces que es un ladrón con pintas? ¿El ladrón con pintas? ¿Quién pone la línea? ¿Usted? ¿Yo? ¿Finceleb? Mire, no. La democracia, por principio y por sistema, tiene que ser para todos. Y, aunque nos duela a todos en el alma, también es para los hijos de puta.
Seguiremos informando.
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