Imagínense al repelente niño Vicente que le pillan con la mano dentro del bote de las galletas. Maldición, vienen visitas; "Niño, a la habitación", dicen los turbados padres ante la catástrofe que se avecina. Y resulta que veinte minutos más tarde, en mitad del té con pastas, el niño sale de la habitación, en calzoncillos, con el bote de galletas en la mano diciendo a voz en grito: "¡Pero si me dijísteis que podía comer galletas! ¿Por qué me habéis encerrado? ¿Cuándo vais a pedirme perdón?"
A Ricardo Costa le ha llovido exactamente lo que le llovería al niño coñón: un sopapo que le ha dejado en Cuenca. Los problemas del PP pueden resumirse en dos: primero, que en el partido han aparecido súbitamente una serie de niños coñones capaces de subirse literalmente a las barbas de sus padres; segundo, que el líder bigotista adopta un planteamiento de educación moderna y prefiere tibias reprimendas, cuándo lo que requiere la psique tradicional del partido es fostiar sin contemplaciones al que le ose chistar al Amado Líder.
Y lo que es peor, en el Partido Popular parece triunfar un planteamiento que cualquier persona que haya visto El Ala Oeste de la Casa Blanca sabe que es mentira: que la política tiene un horario de oficina, de nueve a cinco, y que los problemas pueden esperar, apilados en una bandeja, a que el lunes por la mañana, tras un café calentito y un buen puro (y unas tostadas con manteca colorá para Arias Cañete), uno pueda enfrentarse a ellos.
Como bien sabemos, la realidad funciona de otra forma: lo que parecía un problemilla sin importancia un viernes a las tres, si se deja sin tratar, generalmente se convierte en un troll de seis toneladas de peso cuándo nos volvemos a enfrentar con el tema el lunes.
El problema aquí es que Rajoy no ha escarmentado: hace cuatro semanas, el PP ya echó a Costa, pero éste se fue de vacaciones; en lugar de ir a dónde quiera que estuviese con un coche de alquiler y un chófer (y dos o tres sicarios gallegos por si hubiera problemas) Rajoy prefirió seguir el ejemplo de su subordinado y dejarlo para otro día. Así le ha ido.
Ahora corren las voces de que Rajoy intentará resolver todo ésto para el martes y dimitir si no lo ha conseguido. La verdad, con todo lo que ha pasado, con tanta gente lanzandole cerbatanas impregnadas de curare, siendo abiertamente cuestionado cuándo no ridiculizado por los que supuestamente debían ser sus aliados, no entiendo qué le ha llevado a esperar tanto.
Pero eso sí, el martes. El fin de semana es sagrado.
Seguiremos informando.
A Ricardo Costa le ha llovido exactamente lo que le llovería al niño coñón: un sopapo que le ha dejado en Cuenca. Los problemas del PP pueden resumirse en dos: primero, que en el partido han aparecido súbitamente una serie de niños coñones capaces de subirse literalmente a las barbas de sus padres; segundo, que el líder bigotista adopta un planteamiento de educación moderna y prefiere tibias reprimendas, cuándo lo que requiere la psique tradicional del partido es fostiar sin contemplaciones al que le ose chistar al Amado Líder.
Y lo que es peor, en el Partido Popular parece triunfar un planteamiento que cualquier persona que haya visto El Ala Oeste de la Casa Blanca sabe que es mentira: que la política tiene un horario de oficina, de nueve a cinco, y que los problemas pueden esperar, apilados en una bandeja, a que el lunes por la mañana, tras un café calentito y un buen puro (y unas tostadas con manteca colorá para Arias Cañete), uno pueda enfrentarse a ellos.
Como bien sabemos, la realidad funciona de otra forma: lo que parecía un problemilla sin importancia un viernes a las tres, si se deja sin tratar, generalmente se convierte en un troll de seis toneladas de peso cuándo nos volvemos a enfrentar con el tema el lunes.
El problema aquí es que Rajoy no ha escarmentado: hace cuatro semanas, el PP ya echó a Costa, pero éste se fue de vacaciones; en lugar de ir a dónde quiera que estuviese con un coche de alquiler y un chófer (y dos o tres sicarios gallegos por si hubiera problemas) Rajoy prefirió seguir el ejemplo de su subordinado y dejarlo para otro día. Así le ha ido.
Ahora corren las voces de que Rajoy intentará resolver todo ésto para el martes y dimitir si no lo ha conseguido. La verdad, con todo lo que ha pasado, con tanta gente lanzandole cerbatanas impregnadas de curare, siendo abiertamente cuestionado cuándo no ridiculizado por los que supuestamente debían ser sus aliados, no entiendo qué le ha llevado a esperar tanto.
Pero eso sí, el martes. El fin de semana es sagrado.
Seguiremos informando.
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