lunes, 19 de octubre de 2009

Pobriño

Rubens Barrichello confirmó ayer, a ojos de las decenas de miles de paulistanos que lo veían en directo y ante los millones de brasileños que lo veían por televisión, lo que casi todos ellos ya sabían: que el bueno de Rubens es un pobre hombre, demasiado buena persona como para tener la ambición y mala baba que son necesarias para ser campeón del mundo, como sí tiene el pollas (ésta última palabra dicha en un sentido encaramado en la tenue línea entre la admiración y el desprecio) de Jenson Button.

Mariano Rajoy confirmó la semana pasada, a ojos de las decenas de periodistas que lo vieron hablar en directo y ante los millones de españoles que lo veían por televisión, lo que casi todos ellos ya sabían: que el bueno de Mariano es un pobre hombre, demasiado buena persona como para tener la ambición y mala baba que son necesarias para ser un buen líder del PP, como sí tenía el pollas (ésta sí, con absoluto desprecio) de José María Aznar.

El pobre Rajoy vive agobiado por dos exigentes tareas: convencer a los militantes del PP que es un buen líder y convencer a los españoles de que sería un buen presidente del Gobierno. Eso implica estar en permanente campaña electoral. El problema fundamental es que mientras el militante medio del PSOE no se diferencia mucho del votante medio del PSOE, el militante medio del PP está mucho más a la derecha que el votante medio del PP. Lo que significa que lo que uno haga para convencer a los militantes puede asustar y/o cabrear mucho a los votantes, y viceversa. Pero de ello habla con más detalle el señor Senserrich en su artículo de hoy, así que no me voy a extender más en ello.

Éste fin de semana el PSOE metió el dedo en la llaga de las miserias económicas del bigotismo (pero como nada es perfecto, eligió a la persona menos adecuada, Pepe Blanco) preguntándole de dónde sacaría (o, más bien, dónde dejaría de gastar) el PP el dinero dejado de recaudar por esas salvíficas bajadas de impuestos que tan bien nos harían a todos los españoles.

Y Mariano se sacó de la manga dos ideas: primero, echar a la mitad de los asesores (ahora hablo de ello) y, segundo, eliminar los ministerios de Política Territorial, Igualdad y Vivienda.

Sin que sirva de precedente, en ésto último estoy parcialmente de acuerdo. El Ministerio de Igualdad siempre me ha parecido una chorrada (aún recuerdo la pelotera que monté con éste artículo), y Vivienda, capado desde el principio por la falta de competencias (casi siempre transferidas a las autonomías) se ha limitado a gestionar los terrenos no-militares propiedad del Estado (que son abrumadoramente los menos).

El problema es que el efecto que tiene en los Presupuestos el eliminar ambos ministerios es, bien, ninguno. Igualdad cuesta 78 millones de euros en los presupuestos del 2010, que es el 0,3%; si a Vivienda se le retiran las transferencias a las autonomías, que se comen el 96% del presupuesto del Ministerio, se queda en una cifra similar. Y si se quieren retirar las transferencias a las autonomías es que, directamente, no se quiere que en España haya una política de vivienda pública, lo cuál es una gran noticia para los millones de españoles que no pueden permitirse una vivienda en el mercado libre.

Lo de los asesores, bien, juega en la liga del demagogia show al que el bigotismo nos tiene acostumbrados. En el imaginario global, un asesor es un tipo trajeado al que se le paga por no hacer nada, lo que el economista (y juerguista) brasileño Ronald Russell "Roniquito" de Chevalier denominó de forma inmortal "aspone", "assessor de porra nenhuma", o, traducido, "asesor de una puta mierda".

En la práctica, se trata de que un ministro es una persona que recibe, de un plumazo y tras el obligatorio paso por el B.O.E., la obligación de gestionar las políticas de agricultura, sanidad o educación de todo un país. Por muy buena que pueda ser la formación de ese ministro o esa ministra (y por cada ministro patán hemos tenido dos o tres muy bien formados) es imposible manejar sólo un ministerio. Es por eso que se hacen necesarios los asesores.

El hecho de que el PP quiera prescindir de ellos implica automáticamente una de dos: o el próximo gobierno estará compuesto de genios absolutos capaces de llevar el país con una sola mano (y visto como el bigotismo ha llevado sus gürteladas, lo veo improbable), o, directamente, la intención del Partido Popular es gobernar mal España, con tal de que le salga barato al bolsillo de sus votantes.

Y ésta última opción debería hacerle temblar, señora.

Seguiremos informando.