Anotaciones de un viaje:
(·) Al llegar a donde nos esperaba el Airbus 330 de Air Europa que nos llevaría a Nueva York, descubrimos que mientras Iberia da a sus aviones nombres relacionados con el patrimonio histórico, la cultura y las artes, Air Europa había bautizado a su aparato con el nombre de... David Bisbal. Me encogí de hombros y dije: "Mientras no haga tirabuzones mientras vuela a mí me irá bien."
(·) Como extranjero que he sido la mayor parte de mi vida, he crecido con un respeto reverente y atávico a los controles de pasaportes. Cuándo por fin el avión estacionó en la terminal 4 del aeropuerto Kennedy, estaba naturalmente preocupado por lo que pudiera pasar en el control de pasaportes. Ningún problema: una fila de dos minutos y luego nos atendió un oficial que hasta se permitió intercambiar humoradas con mi madre. Tras el interrogatorio de rigor - ¿qué pretenden hacer en los Estados Unidos? ¿Es su intención matar a alguien en territorio estadounidense? ¿Es o ha sido usted un genocida nazi? - pasar a la zona de llegadas de la terminal. En total, unos diez minutos.
(·) El escaso tamaño e iluminación de la terminal 4 la hacen más propia del aeropuerto de, no sé, Lisboa, que el de la mayor ciudad de los Estados Unidos. Tuvimos la mala idea de pensar que en el aeropuerto mismo podríamos contratar una furgoneta para llevarnos al hotel. Lo hicimos, pero hasta llegar a donde nos esperaba la colosal Dodge tuvimos que literalmente esquivar hordas de taxistas armenios, albaneses y judíos tunecinos, que vieron y oyeron perfectamente todo el proceso de negociación que llevé a cabo por teléfono y estaban más que dispuestos a convencerme de que todos ellos eran los conductores del taxi que había contratado, y cuándo quedaba dolorosamente claro que no lo eran, que podían ofrecer el mismo servicio por menor precio.
(·) Nuestra primera noche en Nueva York difícilmente pudo ser menos auspiciosa.
Primero, el traslado. De noche, yendo a toda leche por una Van Wyck Expressway donde todos conducían armatostes que dejan atrás la categoría de coche por la más procedente de tanqueta ligera, donde los coches bailaban entre los carriles con una soltura y alegría acojonantes, con la lluvia cayendo en esos chaparrones apocalípticos de diez minutos indispensables en toda ciudad portuaria, con el conductor (probablemente armenio) pisando a fondo para librarnos de nosotros lo antes posible (siendo que íbamos a un hotel barato en Queens, no dejaríamos propina tan generosamente como quién se dirigiese a un hotel caro en Manhattan) en una minivan del tamaño de un camión de reparto con el velocímetro averiado. No me sentí tan en São Paulo como en mi primera media hora en Nueva York.
Luego, el hotel. El personal del hotel tenía tres cosas en común: eran todos indios (de la India, se entiende), hablaban peor inglés que yo y su concepto de la atención al cliente se limitaba a prestarle atención al cliente. Al llegar a la habitación, el sofá cama estaba roto - probablemente había sido alguien que había osado sentarse en la esquina de la cama - así que nos asignaron una nueva habitación, dos pisos más arriba.
Por último, cenar. Como pudimos comprobar, un domingo a las diez de la noche en Long Island City difícilmente se engloba en el concepto estadounidense de "hora de cenar". Tras una sucinta comprobación del badulaque Apu-style situado en la gasolinera justo al lado del hotel - nos metimos en el primer chino que encontramos, probablemente el restaurante más obviamente repugnante en el que he estado jamás. Comimos - en mi caso pollo frito en aceite de motor y salsa de soja y arroz frito en polietileno y nos retiramos al hotel, considerando que, de aquí en adelante, las cosas sólo podrían mejorar.
Seguiremos informando.
(·) Al llegar a donde nos esperaba el Airbus 330 de Air Europa que nos llevaría a Nueva York, descubrimos que mientras Iberia da a sus aviones nombres relacionados con el patrimonio histórico, la cultura y las artes, Air Europa había bautizado a su aparato con el nombre de... David Bisbal. Me encogí de hombros y dije: "Mientras no haga tirabuzones mientras vuela a mí me irá bien."
(·) Como extranjero que he sido la mayor parte de mi vida, he crecido con un respeto reverente y atávico a los controles de pasaportes. Cuándo por fin el avión estacionó en la terminal 4 del aeropuerto Kennedy, estaba naturalmente preocupado por lo que pudiera pasar en el control de pasaportes. Ningún problema: una fila de dos minutos y luego nos atendió un oficial que hasta se permitió intercambiar humoradas con mi madre. Tras el interrogatorio de rigor - ¿qué pretenden hacer en los Estados Unidos? ¿Es su intención matar a alguien en territorio estadounidense? ¿Es o ha sido usted un genocida nazi? - pasar a la zona de llegadas de la terminal. En total, unos diez minutos.
(·) El escaso tamaño e iluminación de la terminal 4 la hacen más propia del aeropuerto de, no sé, Lisboa, que el de la mayor ciudad de los Estados Unidos. Tuvimos la mala idea de pensar que en el aeropuerto mismo podríamos contratar una furgoneta para llevarnos al hotel. Lo hicimos, pero hasta llegar a donde nos esperaba la colosal Dodge tuvimos que literalmente esquivar hordas de taxistas armenios, albaneses y judíos tunecinos, que vieron y oyeron perfectamente todo el proceso de negociación que llevé a cabo por teléfono y estaban más que dispuestos a convencerme de que todos ellos eran los conductores del taxi que había contratado, y cuándo quedaba dolorosamente claro que no lo eran, que podían ofrecer el mismo servicio por menor precio.
(·) Nuestra primera noche en Nueva York difícilmente pudo ser menos auspiciosa.
Primero, el traslado. De noche, yendo a toda leche por una Van Wyck Expressway donde todos conducían armatostes que dejan atrás la categoría de coche por la más procedente de tanqueta ligera, donde los coches bailaban entre los carriles con una soltura y alegría acojonantes, con la lluvia cayendo en esos chaparrones apocalípticos de diez minutos indispensables en toda ciudad portuaria, con el conductor (probablemente armenio) pisando a fondo para librarnos de nosotros lo antes posible (siendo que íbamos a un hotel barato en Queens, no dejaríamos propina tan generosamente como quién se dirigiese a un hotel caro en Manhattan) en una minivan del tamaño de un camión de reparto con el velocímetro averiado. No me sentí tan en São Paulo como en mi primera media hora en Nueva York.
Luego, el hotel. El personal del hotel tenía tres cosas en común: eran todos indios (de la India, se entiende), hablaban peor inglés que yo y su concepto de la atención al cliente se limitaba a prestarle atención al cliente. Al llegar a la habitación, el sofá cama estaba roto - probablemente había sido alguien que había osado sentarse en la esquina de la cama - así que nos asignaron una nueva habitación, dos pisos más arriba.
Por último, cenar. Como pudimos comprobar, un domingo a las diez de la noche en Long Island City difícilmente se engloba en el concepto estadounidense de "hora de cenar". Tras una sucinta comprobación del badulaque Apu-style situado en la gasolinera justo al lado del hotel - nos metimos en el primer chino que encontramos, probablemente el restaurante más obviamente repugnante en el que he estado jamás. Comimos - en mi caso pollo frito en aceite de motor y salsa de soja y arroz frito en polietileno y nos retiramos al hotel, considerando que, de aquí en adelante, las cosas sólo podrían mejorar.
Seguiremos informando.
3 comentarios:
No entiendo porqué eliges ir a una ciudad donde sabes que te vas a encontrar gente de todo el mundo, y luego la única manera de describirlos es con comentarios despectivos. Está claro que no todo ser humano es igual. Pero no deja de ser un ser humano. Sin diversidad nos convertirnos todos en un monotipo. Creo que mejores y peores personas habemos en todas las razas y culturas. (Recuerda que no hace tanto los alemanes nos veían a los españoles como tu ves a los indios y armenios). Te lo dice un "primo de Apu", nacido en España, español, indio, y sin "Badulaque". Saludos e intenta disfrutar del viaje.
Estoy deseando leer el siguiente capítulo, en el que me imagino que ya habrá tiros y secuestros.
Es una ciudad maravillosa. En el metro una vez vimos cómo un tipo borracho la estaba liando parda con dos policías y de repente el gachó se lleva la mano al cinturón y hace amago de sacar algo de detrás de la chaqueta; no me preguntes cómo ni de dónde, pero en un segundo aparecieron 6 policías que lo tiraron la suelo mientras la gente salía corriendo despavorida.
Toda una experiencia.
Disfrute del viaje.
Publicar un comentario