Muy bien, señores, ya lo han conseguido; como en 1977, posicionarse contra ETA ha vuelto a ser adoptar una posición política, en lugar de ser lo que ha sido durante los últimos quince años: un ejercicio básico de civismo y humanidad.
Las responsabilidades políticas de tamaña estulticia política y falta de humanidad apuntan claramente a la falta de programa político del bigotismo más allá del terrorismo versión txapela. El PP se ha encaramado a ETA como justificación política: si no estás con nosotros, estás con ellos, hipótesis firmemente aplaudida por los orates mediáticos afines; y apoyado en una AVT a la que ha acalentado en sus deseos íntimos de odio y voluntad homicida (es decir, las reacciones más animales ante la pérdida de un ser querido) ha convertido a la política terrorista no sólo en argumento político, sino en su único argumento político. Nada de lo que les estoy diciendo es nuevo y, en consecuencia, no me abundaré en ello.
Y mientras la clase política se echa el barro de las responsabilidades encima, la pregunta cae como una losa: ¿Y ahora, qué hacemos?
El consenso de antaño no puede ser recuperado: ya nadie cree en nadie, y será necesaria la incorporación de nuevos movimientos, políticamente neutrales (en éste punto, he oído risitas) que puedan servir como punto focal del desprecio ciudadano hacia los asesinos.
Siempre he dicho que el problema de nuestra política con respecto a los nacionalismos periféricos es, paradójicamente, nuestro miedo a la democracia. Nos asustamos cuándo se habla de "autodeterminación" y de "derecho a decidir", y nos empeñamos en negar la mayor, sin darnos cuenta de que el pueblo vasco puede, perfectamente, decidir que el País Vasco forma parte de España (y, posiblemente, sería lo que decidiría)
En todo caso, amigos, no podemos seguir como estamos.
Seguiremos informando.
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