Artículo uno: El fúmbo transcendental
Hay una cierta prevención en la intelligentsia (es decir, en la izquierda intelectualizada) española hacia los deportes colectivos en general y hacia el fúmbo en particular. Consideramos los deportes de masas como versión modernizada del panem et circenses, opio del pueblo para las masas amorfas.
Ésta opinión, naturalmente, no es exclusiva de nuestro país, pero en nuestro hermoso solar patrio éstas precauciones respecto al fúmbo se acentúan cuándo se trata de la selección española. Y ésto es, por supuesto, por la gran tragedia que supone la apropiación de la simbología nacional (incluida, naturalmente, la palabra "nacional") por parte de la derecha española, apropiación de la cuál ya hablé en algún momento.
Naturalmente sé que el fúmbo es hogar y cobijo para gente poco saludable, tipo Ultras Sur. Igualmente soy plenamente consciente de que el patrioterismo nacional se va a envolver en el tibio calor de la bandera para sus propios y claros objetivos políticos. No tardaremos en ver a Esperanza Aguirre subirse al carro con camiseta y todo. Y si no, vean ésta tarde.
Pero el fútbol es más grande que todo eso y que todos esos. Obviemos a la Federación Española de Fútbol y a su caterva de chupabotes, obviemos la insistencia martilleante del grupo Prisa por sacar todo el dinero posible de la Eurocopa, obviemos los editoriales de El Mundo proclamando que la selección hace grande a España y ridículo a Ibarretxe, y centrémonos en el simple juego, ese rectángulo verde sobre el que giran todas las pasiones, altas o bajas, gloriosas o terribles: fuerza física y habilidad, honestidad y malicia, justicia e injusticia, belleza y horror, alegría y dolor, todo junto, todo al mismo tiempo.
Esa es una lección que se puede aprender del lugar más improbable: Argentina. El fútbol argentino es más violento que el nuestro, más corrupto que el nuestro, más políticamente utilizado que el nuestro (remember Argentina '78) pero, sin embargo, los argentinos, indistinta la orientación política o clase social, son prácticamente unánimes en su amor al deporte. Es más: en ningún otro sitio se ha escrito sobre fútbol tanto y tan bien. Quizás sea porque los argentinos han ganado más cosas, pero oye, a lo mejor les alcanzamos.
Artículo dos: Sección prensa deportiva
Los alemanes han jugado mal de pelotas: Ballack no quería forzar la máquina y se dedicó a: a) pegar a lo que se le moviese cerca, b) quejarse al árbitro. Schweinsteiger, definitivamente, el más peligroso, aunque eso no quiso decir mucho; en todo caso, un partido bastante angustioso, porque, como contra Italia, un partido contra Alemania sólo puede darse por acabado cuando el utillero guarda el último balón.
Y la selección española jugó un partido bastante a su estilo; conservar el balón en los pies (aunque Casillas recurrió al patadón más de lo que se esperaba) articular jugadas de ataque, montar contragolpes importantes y no perder la bola en la línea de atrás.
Para mí, destacados durante toda la Eurocopa: Casillas, la última línea de defensa y un seguro de vida para la selección; Marcos Senna, que sujetó todo lo que pudo y, lo que no pudo, fue tras él (además de demostrar que España necesita brasileños); Xavi, que probó que en el fútbol, al contrario que en los toros, la expresión pegapases es positiva; y Villa, que vino con la hercúlea tarea de que los españoles se olvidasen de Raúl y, en gran medida, lo logró.
Y, como no, Luis Aragonés, que ha demostrado ser todo un onvre, decidido a montar un equipo de fútbol, sin divismos y sin vergüenza: sacar a Torres de la final tras haber marcado un gol es señal de valor importante.
Artículo tres: Las selecciones autonómicas
Nuestra conturbada política como-que-casi-tal-que-federalista, como no podía ser de otra manera, ha tenido lugar en ésta Eurocopa, cuándo los sectores más trabucaires de los respectivos nacionalismos regionalistas han vuelto a dar la barrila con lo de las selecciones autonómicas.
Como siempre en éstos casos, la pugna política se empeña en negar la mayor (desafío al Estado, y tal y cuál) y obvia el mayor argumento en contra de las selecciones autonómicas: el meramente deportivo.
El caso histórico, y el ejemplo para los nacionalistas, es el de las selecciones británicas: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Consideran que si Escocia puede jugar un Mundial, por qué no Cataluña o Euskadi. Problema con el hermoso argumento: Escocia rara vez juega un Mundial, lo que frustra a no pocos jugadores escoceses. Dos de los mejores jugadores británicos de todos los tiempos no jugaron un Mundial o una Eurocopa en la vida: George Best, norirlandés, y Ryan Giggs, galés.
En un mundo deportivo global, con cada vez más equipos nacionales de nivel competitivo, las selecciones británicas, por separado, cada vez pierden más pie. Hace veinte años quizás sólo los franceses tosían en rugby a las selecciones británicas; hoy día, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica e incluso Argentina se atreven con las vacas sagradas.
La existencia de selecciones catalanas (por ejemplo) convertirían a Catalunya en una potencia en hockey sobre patines (que ni olímpico es, fundamentalmente porque sólo se practica aquí) y un desastre (a distintos niveles) en todo lo demás. Los futbolistas catalanes dejarían de jugar en una selección competitiva a nivel internacional y pasarían a jugar en una selección que encontraría un triunfo en ganar a Armenia de vez en cuándo. Lo mismo en el baloncesto, en el balonmano, en los deportes de equipo en general; en los talentos individuales las cosas estarían más igualadas, pero queda ver si la Generalitat sería capaz de financiar un programa deportivo de élite.
Igualmente a nivel profesional las cosas irían a peor. ¿Podría el Barça fichar a las superestrellas que ficha hoy con el dinero que le daría un campeonato catalán? ¿Estarían interesadas esas superestrellas en jugar en una liga con una única plaza en Liga de Campeones y cuyo momento deportivo del año es una final de Copa con el Palamós?
Y si ésto es así con Cataluña, imagínense con el resto de comunidades autónomas.
Quién sabe, a lo mejor estoy equivocado y las selecciones autonómicas son un éxito. Pero pónganme argumentos deportivos que lo justifiquen.
Seguiremos informando.
Hay una cierta prevención en la intelligentsia (es decir, en la izquierda intelectualizada) española hacia los deportes colectivos en general y hacia el fúmbo en particular. Consideramos los deportes de masas como versión modernizada del panem et circenses, opio del pueblo para las masas amorfas.
Ésta opinión, naturalmente, no es exclusiva de nuestro país, pero en nuestro hermoso solar patrio éstas precauciones respecto al fúmbo se acentúan cuándo se trata de la selección española. Y ésto es, por supuesto, por la gran tragedia que supone la apropiación de la simbología nacional (incluida, naturalmente, la palabra "nacional") por parte de la derecha española, apropiación de la cuál ya hablé en algún momento.
Naturalmente sé que el fúmbo es hogar y cobijo para gente poco saludable, tipo Ultras Sur. Igualmente soy plenamente consciente de que el patrioterismo nacional se va a envolver en el tibio calor de la bandera para sus propios y claros objetivos políticos. No tardaremos en ver a Esperanza Aguirre subirse al carro con camiseta y todo. Y si no, vean ésta tarde.
Pero el fútbol es más grande que todo eso y que todos esos. Obviemos a la Federación Española de Fútbol y a su caterva de chupabotes, obviemos la insistencia martilleante del grupo Prisa por sacar todo el dinero posible de la Eurocopa, obviemos los editoriales de El Mundo proclamando que la selección hace grande a España y ridículo a Ibarretxe, y centrémonos en el simple juego, ese rectángulo verde sobre el que giran todas las pasiones, altas o bajas, gloriosas o terribles: fuerza física y habilidad, honestidad y malicia, justicia e injusticia, belleza y horror, alegría y dolor, todo junto, todo al mismo tiempo.
Esa es una lección que se puede aprender del lugar más improbable: Argentina. El fútbol argentino es más violento que el nuestro, más corrupto que el nuestro, más políticamente utilizado que el nuestro (remember Argentina '78) pero, sin embargo, los argentinos, indistinta la orientación política o clase social, son prácticamente unánimes en su amor al deporte. Es más: en ningún otro sitio se ha escrito sobre fútbol tanto y tan bien. Quizás sea porque los argentinos han ganado más cosas, pero oye, a lo mejor les alcanzamos.
Artículo dos: Sección prensa deportiva
Los alemanes han jugado mal de pelotas: Ballack no quería forzar la máquina y se dedicó a: a) pegar a lo que se le moviese cerca, b) quejarse al árbitro. Schweinsteiger, definitivamente, el más peligroso, aunque eso no quiso decir mucho; en todo caso, un partido bastante angustioso, porque, como contra Italia, un partido contra Alemania sólo puede darse por acabado cuando el utillero guarda el último balón.
Y la selección española jugó un partido bastante a su estilo; conservar el balón en los pies (aunque Casillas recurrió al patadón más de lo que se esperaba) articular jugadas de ataque, montar contragolpes importantes y no perder la bola en la línea de atrás.
Para mí, destacados durante toda la Eurocopa: Casillas, la última línea de defensa y un seguro de vida para la selección; Marcos Senna, que sujetó todo lo que pudo y, lo que no pudo, fue tras él (además de demostrar que España necesita brasileños); Xavi, que probó que en el fútbol, al contrario que en los toros, la expresión pegapases es positiva; y Villa, que vino con la hercúlea tarea de que los españoles se olvidasen de Raúl y, en gran medida, lo logró.
Y, como no, Luis Aragonés, que ha demostrado ser todo un onvre, decidido a montar un equipo de fútbol, sin divismos y sin vergüenza: sacar a Torres de la final tras haber marcado un gol es señal de valor importante.
Artículo tres: Las selecciones autonómicas
Nuestra conturbada política como-que-casi-tal-que-federalista, como no podía ser de otra manera, ha tenido lugar en ésta Eurocopa, cuándo los sectores más trabucaires de los respectivos nacionalismos regionalistas han vuelto a dar la barrila con lo de las selecciones autonómicas.
Como siempre en éstos casos, la pugna política se empeña en negar la mayor (desafío al Estado, y tal y cuál) y obvia el mayor argumento en contra de las selecciones autonómicas: el meramente deportivo.
El caso histórico, y el ejemplo para los nacionalistas, es el de las selecciones británicas: Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Consideran que si Escocia puede jugar un Mundial, por qué no Cataluña o Euskadi. Problema con el hermoso argumento: Escocia rara vez juega un Mundial, lo que frustra a no pocos jugadores escoceses. Dos de los mejores jugadores británicos de todos los tiempos no jugaron un Mundial o una Eurocopa en la vida: George Best, norirlandés, y Ryan Giggs, galés.
En un mundo deportivo global, con cada vez más equipos nacionales de nivel competitivo, las selecciones británicas, por separado, cada vez pierden más pie. Hace veinte años quizás sólo los franceses tosían en rugby a las selecciones británicas; hoy día, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica e incluso Argentina se atreven con las vacas sagradas.
La existencia de selecciones catalanas (por ejemplo) convertirían a Catalunya en una potencia en hockey sobre patines (que ni olímpico es, fundamentalmente porque sólo se practica aquí) y un desastre (a distintos niveles) en todo lo demás. Los futbolistas catalanes dejarían de jugar en una selección competitiva a nivel internacional y pasarían a jugar en una selección que encontraría un triunfo en ganar a Armenia de vez en cuándo. Lo mismo en el baloncesto, en el balonmano, en los deportes de equipo en general; en los talentos individuales las cosas estarían más igualadas, pero queda ver si la Generalitat sería capaz de financiar un programa deportivo de élite.
Igualmente a nivel profesional las cosas irían a peor. ¿Podría el Barça fichar a las superestrellas que ficha hoy con el dinero que le daría un campeonato catalán? ¿Estarían interesadas esas superestrellas en jugar en una liga con una única plaza en Liga de Campeones y cuyo momento deportivo del año es una final de Copa con el Palamós?
Y si ésto es así con Cataluña, imagínense con el resto de comunidades autónomas.
Quién sabe, a lo mejor estoy equivocado y las selecciones autonómicas son un éxito. Pero pónganme argumentos deportivos que lo justifiquen.
Seguiremos informando.