No es la primera vez que hablo sobre el tema, pero una vez más la ilegalización de la enésima encarnación de Herri Batasuna, el Bailarín Rostro (a ver si pilláis la referencia, frikis del averno) vuelve a poner en evidencia lo estúpido y absurdo de una ley de partidos que puede darnos un disgusto tremendo.
Indudablemente es una ley popular, porque es una de éstas leyes construidas para ser una trampa moral; si estás en contra, estás con los asesinos y contra los demócratas.
Pero lo repito una vez más: no vencemos a los terroristas sólo porque somos más, o porque somos más fuertes, sino porque somos moralmente superiores. Y no podemos presumir de demócratas si estamos dispuestos a abdicar de principios fundamentales de la democracia para combatir a los que la combaten. Aunque estamos todavía muy por encima de ellos (y a nadie, gracias a Dios, se le ha vuelto a ocurrir lo de los GAL), rebajarse moralmente ante los terroristas, aunque sea para destruirlos, es una derrota.
Y es que es de cajón: la Ley de Partidos es decirle a los pijopunkis con mullet éstos que en el Estado español democrático no hay sitio para ellos. Lo que automáticamente (lo que para mí es más terrible) justifica su vergonzante discurso de opresión (si has nacido después de 1979, tú no sabes lo que es opresión, chaval). Cierto es, dirán los partidarios de la ley, que los jarraitxus ni quieren sitio en el Estado español democrático y que el discurso del oprimido no es justificable de todos modos. Pero eso no es el punto. La grandeza de la democracia, por mucho que parezca estúpido, es que da derechos a quienes no los merecen; como ya dije el otro día, la esperanza es que todos, al final, nos hagamos merecedores.
Y, no nos olvidemos: la izquierda abertzale representa, queramos o no, a una cifra que oscila entre un 12 y un 16 por ciento de la población vasca. Prohibir a los partidos abertzales significa dejar sin representación política a más de cien mil personas. En un sistema democrático, cualquier idea política está mejor dentro que fuera.
Primero, porque permite contar. Uno no puede arrogarse la representación de todo el pueblo soberano de Euskal Herria si en los siete territorios el 90% de los votantes no cree en tus mandangas. En Francia los partidos abertzales sí son legales, lo que les permite, naturalmente, hacer el ridículo: en Bayona hasta Nicolas Sarkozy saca más votos que ellos.
Segundo, y más importante: si nos la damos de país europeo y democrático, no podemos ir por ahí prohibiendo partidos políticos con representación parlamentaria.
Un día de éstos uno de los cienes de recursos que llegan a Estrasburgo va a tener la mala pata de ser admitido, y podemos vernos en la coyuntura de tener que devolver escaños, dietas y salarios a los diputados expulsados, aparte de la humillación de vernos como un estado vulnerador de los derechos civiles fundamentales: un festín para ésta gente.
Nos la estamos jugando aquí: en ésta historia, ¿somos o no somos los demócratas?
Seguiremos informando.
Indudablemente es una ley popular, porque es una de éstas leyes construidas para ser una trampa moral; si estás en contra, estás con los asesinos y contra los demócratas.
Pero lo repito una vez más: no vencemos a los terroristas sólo porque somos más, o porque somos más fuertes, sino porque somos moralmente superiores. Y no podemos presumir de demócratas si estamos dispuestos a abdicar de principios fundamentales de la democracia para combatir a los que la combaten. Aunque estamos todavía muy por encima de ellos (y a nadie, gracias a Dios, se le ha vuelto a ocurrir lo de los GAL), rebajarse moralmente ante los terroristas, aunque sea para destruirlos, es una derrota.
Y es que es de cajón: la Ley de Partidos es decirle a los pijopunkis con mullet éstos que en el Estado español democrático no hay sitio para ellos. Lo que automáticamente (lo que para mí es más terrible) justifica su vergonzante discurso de opresión (si has nacido después de 1979, tú no sabes lo que es opresión, chaval). Cierto es, dirán los partidarios de la ley, que los jarraitxus ni quieren sitio en el Estado español democrático y que el discurso del oprimido no es justificable de todos modos. Pero eso no es el punto. La grandeza de la democracia, por mucho que parezca estúpido, es que da derechos a quienes no los merecen; como ya dije el otro día, la esperanza es que todos, al final, nos hagamos merecedores.
Y, no nos olvidemos: la izquierda abertzale representa, queramos o no, a una cifra que oscila entre un 12 y un 16 por ciento de la población vasca. Prohibir a los partidos abertzales significa dejar sin representación política a más de cien mil personas. En un sistema democrático, cualquier idea política está mejor dentro que fuera.
Primero, porque permite contar. Uno no puede arrogarse la representación de todo el pueblo soberano de Euskal Herria si en los siete territorios el 90% de los votantes no cree en tus mandangas. En Francia los partidos abertzales sí son legales, lo que les permite, naturalmente, hacer el ridículo: en Bayona hasta Nicolas Sarkozy saca más votos que ellos.
Segundo, y más importante: si nos la damos de país europeo y democrático, no podemos ir por ahí prohibiendo partidos políticos con representación parlamentaria.
Un día de éstos uno de los cienes de recursos que llegan a Estrasburgo va a tener la mala pata de ser admitido, y podemos vernos en la coyuntura de tener que devolver escaños, dietas y salarios a los diputados expulsados, aparte de la humillación de vernos como un estado vulnerador de los derechos civiles fundamentales: un festín para ésta gente.
Nos la estamos jugando aquí: en ésta historia, ¿somos o no somos los demócratas?
Seguiremos informando.
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