He dormido tres horas. ¿Qué hago despierto? Pues informarles, ¿qué voy a hacer?
Como estamos hablando de cosas de negros, es pasmosa la poca importancia que la prensa española ha dado a la dimisión de Thabo Mbeki, presidente de Sudáfrica.
Mbeki tira la toalla, derrotado en su propio partido, solo e ignorado por una opinión pública que le considera un incompetente, en el peor de los casos, y un cobarde apático, en el mejor.
Y motivos hay para el desencanto, desde luego. Desde el fin del apartheid, hace ya quince años, Sudáfrica quizás haya superado la brecha que separaba a blancos y negros, pero desde luego no la brecha que separaba a ricos y pobres. Los townships, los suburbios negros crecidos al calor del apartheid, siguen estando ahí, con sus barracones de hojalata y madera, dónde los pobres viven con los miserables. La violencia criminal es atroz y no ha dejado de crecer desde 1994, y lo que es peor, ha llegado al centro de las ciudades.
Y para empeorar las cosas, la inacción voluntaria de Mbeki respecto a la crisis perpetua de Zimbabue ha sido desastrosa: al ser el principal valedor de Robert Mugabe (por razones sentimentales, más que por otra cosa: apoyó al CNA durante el apartheid) cuándo no lo quieren ni en su casa, le permitió al dictador terminar de hundir el país en la miseria (inflación del 2.000.000% al año y cosas así), con lo cuál hay millones (literalmente) de refugiados zimbabuos en Sudáfrica. Y cuándo a la gente pobre le pones de vecina a gente más pobre todavía, hay problemas: a principios de éste año, un motín en los townships contra los zimbabuos acabó con decenas de muertos y centenas de chabolas quemadas.
Y, por todo ésto, lenta pero ininterrumpidamente, los blancos se han ido: sobre todo los jóvenes graduados universitarios. Se calcula que entre un millón y un millón y medio de blancos se han marchado del país desde 1994. Con su conocimiento de inglés y su formación, han ido a engrosar las filas de las universidades y empresas americanas, británicas y holandesas. En su lugar, una nueva clase media-alta, proveniente, casi literalmente, de los escalones superiores del Congreso Nacional Africano.
No sería descabellado considerar que el CNA tiene todos los visos de convertirse en un nuevo PRI: amparado por su dominación absoluta de las preferencias del electorado (69,7% de los votos en las pasadas elecciones), su control férreo sobre los sindicatos y la práctica ausencia de oposición, la política en Sudáfrica se lleva a cabo dentro del partido, y no fuera.
Y durante los últimos dos años la lucha ha sido entre Mbeki y la gran figura en ascenso dentro del partido, Jacob Zuma. Mbeki ha representado el espíritu de paz y reconciliación que "civilizó" al CNA y lo hizo suficientemente digestible para las élites blancas; el espíritu que personificó Nelson Mandela. Pero Mbeki, como jamás le han dejado de recordar desde el primer momento que tomó posesión, no es Nelson Mandela, y ese ha sido su pecado. Entra en escena el carismático Zuma: representante del ala izquierda del partido y un populista de libro: con una población cada vez más desencantada con la corrupción y la pobreza persistente, se lleva de calle al partido, que le nombra presidente en diciembre del año pasado, y candidato presidencial la semana pasada.
El gran problema de Zuma es, bueno, su pasado. Fue juzgado por corrupción (unos chanchullos para ver quién se llevaba los contratos de compra de armas del Ejército sudafricano); el juicio fue anulado por un tecnicismo.
Pero el gran show fue su juicio por violación (sí, estamos hablando de cosas como éstas). Fue llevado a juicio por la hija de un viejo capo del partido, que le acusó de violación; él dijo que fue sexo consentido, y que aquello era una persecución contra él; llegó a traer a las juventudes del partido al tribunal y cantar con ellos Traedme mi ametralladora, un viejo himno del CNA. Pero el momento cumbre fue, cuándo le preguntaron si había usado condón (las estimativas oficiales hablan de un 11% de sudafricanos con SIDA; las estimativas oficiosas rondan el 18%) dijo que no, pero que no había problema, porque después del acto se había duchado. (¿Les he contado que hasta ese momento el señor Zuma presidía el Consejo Sudafricano contra el SIDA?) Zapiro, el caricaturista más famoso de Sudáfrica, desde aquél momento, siempre ha dibujado a Zuma con una ducha en la cabeza.
Y Zuma será, posiblemente antes de finales de éste mes, presidente de Sudáfrica.
Ahora ya lo saben.
Seguiremos informando.
Como estamos hablando de cosas de negros, es pasmosa la poca importancia que la prensa española ha dado a la dimisión de Thabo Mbeki, presidente de Sudáfrica.
Mbeki tira la toalla, derrotado en su propio partido, solo e ignorado por una opinión pública que le considera un incompetente, en el peor de los casos, y un cobarde apático, en el mejor.
Y motivos hay para el desencanto, desde luego. Desde el fin del apartheid, hace ya quince años, Sudáfrica quizás haya superado la brecha que separaba a blancos y negros, pero desde luego no la brecha que separaba a ricos y pobres. Los townships, los suburbios negros crecidos al calor del apartheid, siguen estando ahí, con sus barracones de hojalata y madera, dónde los pobres viven con los miserables. La violencia criminal es atroz y no ha dejado de crecer desde 1994, y lo que es peor, ha llegado al centro de las ciudades.
Y para empeorar las cosas, la inacción voluntaria de Mbeki respecto a la crisis perpetua de Zimbabue ha sido desastrosa: al ser el principal valedor de Robert Mugabe (por razones sentimentales, más que por otra cosa: apoyó al CNA durante el apartheid) cuándo no lo quieren ni en su casa, le permitió al dictador terminar de hundir el país en la miseria (inflación del 2.000.000% al año y cosas así), con lo cuál hay millones (literalmente) de refugiados zimbabuos en Sudáfrica. Y cuándo a la gente pobre le pones de vecina a gente más pobre todavía, hay problemas: a principios de éste año, un motín en los townships contra los zimbabuos acabó con decenas de muertos y centenas de chabolas quemadas.
Y, por todo ésto, lenta pero ininterrumpidamente, los blancos se han ido: sobre todo los jóvenes graduados universitarios. Se calcula que entre un millón y un millón y medio de blancos se han marchado del país desde 1994. Con su conocimiento de inglés y su formación, han ido a engrosar las filas de las universidades y empresas americanas, británicas y holandesas. En su lugar, una nueva clase media-alta, proveniente, casi literalmente, de los escalones superiores del Congreso Nacional Africano.
No sería descabellado considerar que el CNA tiene todos los visos de convertirse en un nuevo PRI: amparado por su dominación absoluta de las preferencias del electorado (69,7% de los votos en las pasadas elecciones), su control férreo sobre los sindicatos y la práctica ausencia de oposición, la política en Sudáfrica se lleva a cabo dentro del partido, y no fuera.
Y durante los últimos dos años la lucha ha sido entre Mbeki y la gran figura en ascenso dentro del partido, Jacob Zuma. Mbeki ha representado el espíritu de paz y reconciliación que "civilizó" al CNA y lo hizo suficientemente digestible para las élites blancas; el espíritu que personificó Nelson Mandela. Pero Mbeki, como jamás le han dejado de recordar desde el primer momento que tomó posesión, no es Nelson Mandela, y ese ha sido su pecado. Entra en escena el carismático Zuma: representante del ala izquierda del partido y un populista de libro: con una población cada vez más desencantada con la corrupción y la pobreza persistente, se lleva de calle al partido, que le nombra presidente en diciembre del año pasado, y candidato presidencial la semana pasada.
El gran problema de Zuma es, bueno, su pasado. Fue juzgado por corrupción (unos chanchullos para ver quién se llevaba los contratos de compra de armas del Ejército sudafricano); el juicio fue anulado por un tecnicismo.
Pero el gran show fue su juicio por violación (sí, estamos hablando de cosas como éstas). Fue llevado a juicio por la hija de un viejo capo del partido, que le acusó de violación; él dijo que fue sexo consentido, y que aquello era una persecución contra él; llegó a traer a las juventudes del partido al tribunal y cantar con ellos Traedme mi ametralladora, un viejo himno del CNA. Pero el momento cumbre fue, cuándo le preguntaron si había usado condón (las estimativas oficiales hablan de un 11% de sudafricanos con SIDA; las estimativas oficiosas rondan el 18%) dijo que no, pero que no había problema, porque después del acto se había duchado. (¿Les he contado que hasta ese momento el señor Zuma presidía el Consejo Sudafricano contra el SIDA?) Zapiro, el caricaturista más famoso de Sudáfrica, desde aquél momento, siempre ha dibujado a Zuma con una ducha en la cabeza.
Y Zuma será, posiblemente antes de finales de éste mes, presidente de Sudáfrica.
Ahora ya lo saben.
Seguiremos informando.
1 comentario:
Para finales de este mes... formalmente no, pero sí para el año que viene. Un medio español sí se hizo eco ;)
Publicar un comentario