Por un lado tenemos los juicios al alcalde de Puerto Real y a los pijopunkis trabucaires éstos. Doble estupidez: primera estupidez, por que la simple tipificación de un delito de lèse majesté cuándo tenemos una constitución que declara que todos los españoles son iguales ante la ley (art.14) es una contradicción (a no ser que consideremos que el Rey no es español) que nadie tiene los santos eggs de llevar al Tribunal Constitucional ; segunda estupidez, porque nada agrada más a un republicano que ser imputado por injurias a la Corona: ningún tribunal se atreve a entrullarte (más que nada, por lo ridículo) pero, al mismo tiempo, obtienes espacio en los medios de comunicación gratis y a go-go.
Escribí hace más de un año que nada era más peligroso para una monarquía que haya quién intente salvarla, porque una monarquía que se deja salvar es una monarquía que reconoce estar en peligro. En el resto de Europa la crítica a la monarquía es abundante y variada, y precisamente ese es uno de los motivos que las hacen populares. Si el rey de España es un gambitero (reconocido) y un putero (supuestamente), no sólo respeta las centenarias tradiciones familiares (véase don Juan de Austria o los cien mil amantes de Isabel II) sino que, a ojos de nuestra cultura popular masculina (entiéndanse por ello barras de bar o charlas de partida de mus) se convierte en un onvre digno de respeto y amor.
Por otro lado, leyendo el blog de Mary (¡sí, te leo!), vemos las cosas que sí pueden hacer daño a la monarquía, más que quemar fotos o llamar al rey un crápula.
Doña Sofía de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y Hannover, que en el DNI sale como Sofía de Grecia para ahorrar espacio (menos mal) no suele salir en la prensa española: primero, por su reforzado acento greco-alemán (que no ha perdido), segundo, porque tampoco es que lo que diga tiene demasiada importancia.
Así pues, el que haya abierto la boca para opinar es doblemente dañino por dos motivos: primero, porque lo hace poco, así que siempre que lo hace, llama más la atención; y segundo, porque rompe una de las reglas fundamentales del protocolo real: un rey (o una reina) no puede tener opiniones sobre temas políticamente cargados; y, si las tiene, se las guarda.
Era ya bastante obvio que la reina de España era y es de ideas más conservadoras que su esposo: al fin y al cabo, ella es de formación más, por decirlo de alguna manera, monárquica que él (el padre del rey estaba en el exilio; el de ella, en su palacio) y, por otra parte, ella es una conversa al catolicismo, bajo la supervisión de curas nombrados por S.E. el Jefe del Estado, a la sazón el Paco: gente que tenía de liberal lo que yo de bailarina rusa.
Pero esas cosas deben suponerse, no decirse: la representación máxima de los españoles, si no es elegida (importantes las negritas), debe de ser, en todos los sentidos, políticamente neutral en el sentido amplio que exige la Constitución.
Y lo contrario es, sencillamente, intolerable.
Seguiremos informando.
Escribí hace más de un año que nada era más peligroso para una monarquía que haya quién intente salvarla, porque una monarquía que se deja salvar es una monarquía que reconoce estar en peligro. En el resto de Europa la crítica a la monarquía es abundante y variada, y precisamente ese es uno de los motivos que las hacen populares. Si el rey de España es un gambitero (reconocido) y un putero (supuestamente), no sólo respeta las centenarias tradiciones familiares (véase don Juan de Austria o los cien mil amantes de Isabel II) sino que, a ojos de nuestra cultura popular masculina (entiéndanse por ello barras de bar o charlas de partida de mus) se convierte en un onvre digno de respeto y amor.
Por otro lado, leyendo el blog de Mary (¡sí, te leo!), vemos las cosas que sí pueden hacer daño a la monarquía, más que quemar fotos o llamar al rey un crápula.
Doña Sofía de Schleswig-Holstein-Sonderburg-Glücksburg y Hannover, que en el DNI sale como Sofía de Grecia para ahorrar espacio (menos mal) no suele salir en la prensa española: primero, por su reforzado acento greco-alemán (que no ha perdido), segundo, porque tampoco es que lo que diga tiene demasiada importancia.
Así pues, el que haya abierto la boca para opinar es doblemente dañino por dos motivos: primero, porque lo hace poco, así que siempre que lo hace, llama más la atención; y segundo, porque rompe una de las reglas fundamentales del protocolo real: un rey (o una reina) no puede tener opiniones sobre temas políticamente cargados; y, si las tiene, se las guarda.
Era ya bastante obvio que la reina de España era y es de ideas más conservadoras que su esposo: al fin y al cabo, ella es de formación más, por decirlo de alguna manera, monárquica que él (el padre del rey estaba en el exilio; el de ella, en su palacio) y, por otra parte, ella es una conversa al catolicismo, bajo la supervisión de curas nombrados por S.E. el Jefe del Estado, a la sazón el Paco: gente que tenía de liberal lo que yo de bailarina rusa.
Pero esas cosas deben suponerse, no decirse: la representación máxima de los españoles, si no es elegida (importantes las negritas), debe de ser, en todos los sentidos, políticamente neutral en el sentido amplio que exige la Constitución.
Y lo contrario es, sencillamente, intolerable.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Y sin embargo es antitaurina, cuando, como medio griega se le supone el gusto por la tauromaquia, la filosofía y el sexo anal.
Yo no se cómo se le fue la cabeza tanto a esta mujer, de verdad, aunque como ciudadana griega-española-alemana, respeto su opinión. De todos modos, a mí me ha parecido muy soso, hubiera molado más verla en una manifestación del foro de la familia.
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