Pocas veces hablo de la política brasileña, fundamentalmente porque es tan folclórica y caótica que hasta yo, un señor que ve anuncios electorales israelíes en YouTube por placer, no puedo seguirla con la precisión que se merece.
En todo caso, ayer se celebró la segunda vuelta de las elecciones municipales. La prensa hispana en general se lo ha tomado como una derrota para el presidente Lula, y en gran medida, lo ha sido. Pero, y como es habitual en los pasmosamente poco analíticos media españoles, no se ha informado de que ésta derrota era de esperar. Y ahora explicaré por qué.
Las elecciones presidenciales de 2006 dejaron un país dividido. El gobierno Lula había trabajado a favor de la reducción de la pobreza, había montado la ola de la euforia económica mundial con notable éxito y había aumentado el prestigio y el poder de Brasil a nivel internacional.
Sin embargo, a los ojos de las clases medias urbanas, todo ésto ha resultado insuficiente.
Primero, por la corrupción. Uno de los puntos electorales a favor de Lula y de su Partido de los Trabajadores era que, como nunca había estado en el poder, técnicamente no compartía el mismo gusto por la corrupción desenfrenada que sus predecesores. El problema es que, desde la Constituyente de 1988, el Congreso Nacional está dividido en tres grupos: la derecha, la izquierda, y un grupo variopinto de diputados y senadores que dan sus votos a quién contribuya más; tanto a sus circunscripciones, como a sus bolsillos. Éste problema se ve acentuado por el hecho de que dado que el voto, en todos los niveles, es por candidato y no por lista, salvo raras excepciones, los brasileños votan al Congreso a la persona que le caiga más simpática y/o le parezca más peculiar: en 2002 el diputado más votado por São Paulo fue un ultraderechista barbudo prometiendo moralización y una bomba atómica, y en 2006 fue el equivalente brasileño de Boris Izaguirre. En éstas circunstancias, habiendo que elegir entre no sobornar a nadie y tener un Congreso entre indiferente y hostil; y sobornar a quién fuese necesario y poder aprobar la legislación prometida por el presidente, se eligió la segunda opción. Y le explotó al PT en la cara.
Segundo, por que los beneficios del bienestar económico se ven borrados por una criminalidad en aumento y que cada vez es más brutal y más visible. Y como siempre en éstas circunstancias, un gobierno (al menos formalmente ) de izquierdas siempre sale más perjudicado: al fin y al cabo, si el gobierno está con los pobres y un pobre te pone una pistola en la cabeza, la culpa de la pistola la tiene el gobierno; además, en éstas circunstancias, la mano brutalmente dura gana cada vez más popularidad (de ahí el éxito de películas como Tropa de Élite). Fatal para el gobierno fue el referéndum de hace un par de años para prohibir la posesión privada de armas de fuego: la derecha se les lanzó encima, acusando a Lula de querer desarmar a las clases medias sin querer desarmar a los bandidos, y el referéndum se perdió.
Y tercero, la parte más fea y que nadie quiere asumir del todo: el hecho de que a las clases medias blancas y bien educadas sigue sin entusiasmarle la idea de que un tornero fresador de Pernambuco, de alfabetización limitada y lenguaje colorido, sea el presidente de la República Federal de Brasil.
Todo ésto llevó a que en 2006, en todos los estados del Sur y Sudeste del país, que incluyendo las grandes metrópolis como São Paulo y Río, votasen por la derecha en las presidenciales. Y que en la apertura de los Juegos Panamericanos en Río, el año pasado, el presidente de la República cediese el honor de abrir los Juegos al presidente del Comité Olímpico Brasileño, porque la pitada de los espectadores no le dejaba hablar.
Pero si todo ésto afecta a Lula, peor es lo que le ha pasado a su partido, el PT. Los sucesivos escándalos de corrupción han arrasado con los escalones superiores y medios del partido. La mejor candidata para suceder a Lula dentro del PT es la actual ministra de la Presidencia y ex-ministra de Minas y Energía, Dilma Rousseff, una burócrata tremendamente competente (Brasil se ha convertido en una potencia petrolera bajo su administración) pero soberanamente sosa.
Y, por supuesto, el PT y sus aliados han sido pateados vergonzosamente de los ayuntamientos que les quedaban, pero el punto está en que tampoco eran tantos. En São Paulo el PT tenía una misión complicadisima: descabalgar a un bastante razonable alcalde de derechas con una candidata, la ex-alcaldesa Marta Suplicy, cuya administración tampoco es que fuese para tirar cohetes.
En todo caso, sí, desastroso para el PT: perder uno de los ayuntamientos del ABC (el área industrial del Sur de São Paulo donde Lula empezó su carrera política) es señal de que el Partido de los Trabajadores, como tal, está muerto.
Y Lula está solo.
Seguiremos informando.
En todo caso, ayer se celebró la segunda vuelta de las elecciones municipales. La prensa hispana en general se lo ha tomado como una derrota para el presidente Lula, y en gran medida, lo ha sido. Pero, y como es habitual en los pasmosamente poco analíticos media españoles, no se ha informado de que ésta derrota era de esperar. Y ahora explicaré por qué.
Las elecciones presidenciales de 2006 dejaron un país dividido. El gobierno Lula había trabajado a favor de la reducción de la pobreza, había montado la ola de la euforia económica mundial con notable éxito y había aumentado el prestigio y el poder de Brasil a nivel internacional.
Sin embargo, a los ojos de las clases medias urbanas, todo ésto ha resultado insuficiente.
Primero, por la corrupción. Uno de los puntos electorales a favor de Lula y de su Partido de los Trabajadores era que, como nunca había estado en el poder, técnicamente no compartía el mismo gusto por la corrupción desenfrenada que sus predecesores. El problema es que, desde la Constituyente de 1988, el Congreso Nacional está dividido en tres grupos: la derecha, la izquierda, y un grupo variopinto de diputados y senadores que dan sus votos a quién contribuya más; tanto a sus circunscripciones, como a sus bolsillos. Éste problema se ve acentuado por el hecho de que dado que el voto, en todos los niveles, es por candidato y no por lista, salvo raras excepciones, los brasileños votan al Congreso a la persona que le caiga más simpática y/o le parezca más peculiar: en 2002 el diputado más votado por São Paulo fue un ultraderechista barbudo prometiendo moralización y una bomba atómica, y en 2006 fue el equivalente brasileño de Boris Izaguirre. En éstas circunstancias, habiendo que elegir entre no sobornar a nadie y tener un Congreso entre indiferente y hostil; y sobornar a quién fuese necesario y poder aprobar la legislación prometida por el presidente, se eligió la segunda opción. Y le explotó al PT en la cara.
Segundo, por que los beneficios del bienestar económico se ven borrados por una criminalidad en aumento y que cada vez es más brutal y más visible. Y como siempre en éstas circunstancias, un gobierno (al menos formalmente ) de izquierdas siempre sale más perjudicado: al fin y al cabo, si el gobierno está con los pobres y un pobre te pone una pistola en la cabeza, la culpa de la pistola la tiene el gobierno; además, en éstas circunstancias, la mano brutalmente dura gana cada vez más popularidad (de ahí el éxito de películas como Tropa de Élite). Fatal para el gobierno fue el referéndum de hace un par de años para prohibir la posesión privada de armas de fuego: la derecha se les lanzó encima, acusando a Lula de querer desarmar a las clases medias sin querer desarmar a los bandidos, y el referéndum se perdió.
Y tercero, la parte más fea y que nadie quiere asumir del todo: el hecho de que a las clases medias blancas y bien educadas sigue sin entusiasmarle la idea de que un tornero fresador de Pernambuco, de alfabetización limitada y lenguaje colorido, sea el presidente de la República Federal de Brasil.
Todo ésto llevó a que en 2006, en todos los estados del Sur y Sudeste del país, que incluyendo las grandes metrópolis como São Paulo y Río, votasen por la derecha en las presidenciales. Y que en la apertura de los Juegos Panamericanos en Río, el año pasado, el presidente de la República cediese el honor de abrir los Juegos al presidente del Comité Olímpico Brasileño, porque la pitada de los espectadores no le dejaba hablar.
Pero si todo ésto afecta a Lula, peor es lo que le ha pasado a su partido, el PT. Los sucesivos escándalos de corrupción han arrasado con los escalones superiores y medios del partido. La mejor candidata para suceder a Lula dentro del PT es la actual ministra de la Presidencia y ex-ministra de Minas y Energía, Dilma Rousseff, una burócrata tremendamente competente (Brasil se ha convertido en una potencia petrolera bajo su administración) pero soberanamente sosa.
Y, por supuesto, el PT y sus aliados han sido pateados vergonzosamente de los ayuntamientos que les quedaban, pero el punto está en que tampoco eran tantos. En São Paulo el PT tenía una misión complicadisima: descabalgar a un bastante razonable alcalde de derechas con una candidata, la ex-alcaldesa Marta Suplicy, cuya administración tampoco es que fuese para tirar cohetes.
En todo caso, sí, desastroso para el PT: perder uno de los ayuntamientos del ABC (el área industrial del Sur de São Paulo donde Lula empezó su carrera política) es señal de que el Partido de los Trabajadores, como tal, está muerto.
Y Lula está solo.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Acabo de descubrir lo frikis q pueden llegar a ser los candidatos brasileños!
Gracias! Jeje
Dejando aparte lo que es el análisis político propiamente dicho, y leyendo entre líneas, tal como lo presentas Brasil parece gobernarse "solo", no se si me explico...
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