Me provoca tanta vicisitud hablar del PP, que mejor me concentraré en política exterior; si no, tiraré el ordenador por la ventana. Y no es mi ordenador, así que mejor no.
Cuándo George W. Bush salió por el lateral del Capitolio en enero pasado, hizo más que dejar de ser el peor presidente de los Estados Unidos desde Warren G. Harding (créanme, al menos Bush hizo algo): dejó a miles de líderes populistas de todo el mundo sin ogro con el que asustar a los niños. Obama, por mucho que los republicanos intenten hacerle pasar como un mostro (sic, el Gentleman me entenderá) extranjero, comunista y negro, digamos que no causa la misma indignación y repulsa que Dubya. En consecuencia, ha sido necesario para gentes de toda clase y condición crearse un bicho nuevo que traerá el mal a sus casas y a sus familias. Y para el famoso presentador de televisión Hugo Chávez Frías, que, por un casual, también es presidente de Venezuela, no ha hecho falta esperar mucho ni irse muy lejos: el nuevo enemigo con olor a azufre es el presidente colombiano, Álvaro Uribe.
Cuándo George W. Bush salió por el lateral del Capitolio en enero pasado, hizo más que dejar de ser el peor presidente de los Estados Unidos desde Warren G. Harding (créanme, al menos Bush hizo algo): dejó a miles de líderes populistas de todo el mundo sin ogro con el que asustar a los niños. Obama, por mucho que los republicanos intenten hacerle pasar como un mostro (sic, el Gentleman me entenderá) extranjero, comunista y negro, digamos que no causa la misma indignación y repulsa que Dubya. En consecuencia, ha sido necesario para gentes de toda clase y condición crearse un bicho nuevo que traerá el mal a sus casas y a sus familias. Y para el famoso presentador de televisión Hugo Chávez Frías, que, por un casual, también es presidente de Venezuela, no ha hecho falta esperar mucho ni irse muy lejos: el nuevo enemigo con olor a azufre es el presidente colombiano, Álvaro Uribe.
Antes de nada: El País ya ha dejado de ser, definitivamente, una fuente fiable de informaciones sobre Venezuela. Es una de las consecuencias de la integración vertical de las empresas del grupo Prisa: dado que a Hugo-go no se le ha ocurrido mejor idea que confiscarle las radios a los Polanquitos, está prohibido hablar del Bolivariano Líder salvo para llamarle de cretino pa'bajo.
Todo ésto viene porque Uribe ha subido las apuestas en su lucha con Chile para ver quién es el Lamebotas Oficial de Estados Unidos en Sudamérica. Lo último son las ocho bases (cinco terrestres, tres navales) que los Estados Unidos piensan instalar en Colombia. La excusa oficial, naturalmente, es la lucha contra la droja, pero Venezuela piensa (y no sin razón) que la cosa va con ellos y, como el presidente Chávez nunca ha tenido la boca chica, lanza órdagos a diario de una posible guerra con Colombia.
El presidente Uribe, por su lado, siempre contento de poder aparecer como el Salvador de Colombia frente a la amenaza roja (y hacer inevitable la reforma constitucional que le perpetúe en el cargo) acusa a Chávez de armar a las FARC (regalándoles pepinos como los que muestra el Hugo en las fotos) y que si quiere guerra, la tendrá.
Y el resto de países sudamericanos, con Brasil a la cabeza, intenta parar la instalación de bases americanas. Primero, por principios ideológicos: a ninguno de ellos le ha hecho gracia lo de que haya bases yanquis en suelo sudamericano. Segundo, y bastante más importante, por motivos terriblemente prácticos: son perfectamente conscientes que con dos populistas belicistas al mando, uno de izquierdas y otro de derechas, Colombia y Venezuela entrarán en guerra en algún momento de los próximos dos o tres años. Y saben que si el tiroteo pilla a un yanqui, aunque sea uno, por banda, eso deja de ser una sucesión de escaramuzas donde hay más propaganda que muertos para convertirse en un conflicto a escala regional que Dios sabe a dónde puede parar.
Y, sobre todo para Brasil, es un nuevo ejercicio para probar sus músculos diplomáticos. El ministro de Exteriores brasileño, Celso Amorim, es un señor épicamente feo pero que, demostradamente, es un negociador excepcional (y uno de los pocos, si no el único, ministro de Lula que conserva el cargo desde el primer día de gobierno) que ha llevado a Brasil, por fin, al grado de influencia internacional que uno esperaría de su tamaño e importancia.
Sabiduría y cabeza fría, señores: si no, se arma la gorda.
Seguiremos informando.
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