lunes, 9 de noviembre de 2009

La revolución sorpresa

El diccionario alemán-español online de la Universidad de Chemnitz (de 1953 a 1990, Karl-Marx-Stadt) define Wende (f.) como "Viraje".

Die Wende; el Viraje: la forma que los alemanes definen ese extraño otoño de 1989 donde el mundo en el que habían crecido se fue al corno y lo que habían considerado generalmente como una vaga esperanza, tipo ganar la lotería o la paz en el mundo, ocurría a toda velocidad delante de sus ojos.

Nadie, repito, nadie, se creía de veras lo que estaba ocurriendo. Todo el mundo se esperaba, a últimísima hora, un golpe de timón en Moscú, que los militares soviéticos no aguantasen más y recibiesen instrucciones de aplastar el cambio bajo las orugas de sus T-64.

Y una intervención soviética en Alemania del Este, según todas las previsiones de la OTAN, derivaría invariablemente en que alguien sacase misiles de crucero de medio y largo alcance y, bueno, boom.

A ésto sumemos la tranquilidad que en Francia y en Gran Bretaña producía la división alemana, más en un plano psicológico que en uno racional-político. Como la frase que se le atribuye a François Mauriac: J’aime tellement l’Allemagne que je suis heureux qu’il y en ait deux (Me gusta tanto Alemania que estoy feliz de que haya dos.)

No era de extrañar que Helmut Kohl dijese, en la entrevista del último día en El País, que el único favorable a la reunificación alemana desde el principio fue Felipe González. Uno, siendo malvado, puede imaginarse esas reuniones del Consejo Europeo, donde todo el mundo ponía cara de gente reflexiva y seria y decía al respecto, "Bueno, por supuesto, es un proceso que será largo y difícil, blah, blah...", mientras que Felipe, siendo Felipe, "Claro que zí, Hélmu, ya verá como todo zale bien".

¿Por qué salió bien? Hasta 1984, más quizás que cualquier otro país del bloque del Este (a excepción de Bulgaria) el Politburó del SED no iba a mear sin instrucciones escritas de Moscú. Motivos había: por si no bastase con que en la RDA estuviesen las divisiones soviéticas mejor armadas y mejor entrenadas, Ulbricht, el primer líder de la RDA, había sido educado para llevar la Alemania comunista prácticamente debajo del sobaco de Stalin, y había creado una tradición de obediencia perruna a Moscú simbolizada en el beso eslavo de Honecker y Brezhnev.

Pero con la llegada de Gorbachov al poder, Honecker, que ya se las daba de veterano, consideró lo que todo comunista tarde o temprano tiende a considerar: que para ortodoxo, él. Durante los años de la perestroika se llegó al punto de que la Stasi censuraba las revistas soviéticas (¡!) que se mostrasen demasiado entusiastas con el reformismo.

Pero moverse fuera del ritmo que ponía Moscú era algo a lo que el SED, directamente, no estaba acostumbrado. Mientras la perestroika fue un fenómeno únicamente soviético, se pudieron sostener por inercia; pero cuándo a lo largo y ancho del bloque del Este los politburós fueron progresivamente pateados del sillón, en Berlín Este se perdieron. Ya lo avisó Gorbachov la noche del 7 de octubre de 1989, cuándo todo empezó a rodar: o cambiáis u os cambiarán.

Lo primero que hicieron fue ese movimiento tan típico del fúmbo español: echar al entrenador. Honecker fue convenientemente pateado; el problema es que a esas alturas de la liga, elegir sustituto iba a ser problemático, y Egon Krenz fue una solución abiertamente torpe. Krenz, siendo de la generación posterior a Honecker, había hecho de joven promesa toda su vida; el problema es que Honecker estaba ya muy yayo y Krenz había hecho de joven demasiado tiempo (había sido secretario general de las Juventudes Libres Alemanas hasta la tierna edad de...47 años) En consecuencia, cuándo tomó el poder ya no era un soplo de aire fresco: era un apparatchik como todos los demás. En consecuencia, le pasaron por encima.

Hay que recordar que los primeros movimientos democratizadores, la gente del interior, como Neues Forum (Nuevo Foro) o Demokratischer Aufbruch (Despertar Democrático, el grupo de Angela Merkel) quería una RDA democrática; el concepto de Alemania unificada quedaba ya muy lejos. La caída del muro les superó y fueron igualmente atropellados por el cambio: salvo DA, que se unió a los cristianodemócratas en el proceso que llevaría a la señora Merkel a la Lavadora (el enlace lo explica), todos los demás o desaparecieron o se fusionaron con los Verdes (ese subtítulo de Bündnis '90 que aún lleva el partido)

Así, lo que más llama la atención de las imágenes de aquella noche del 9 de noviembre de hace veinte años es la inmensa sorpresa de todo el mundo: los vopos, los viandantes que fueron a los puestos fronterizos a probar suerte, los jóvenes, los viejos. Fue una sorpresa.

Creo que el artículo me ha salido demasiado sesudo. Así que vamos a lo que realmente quería poner:



Seguiremos informando.

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