Si ustedes leen éste su blog para informarse o obtener comentario sarcástico sobre la vida y obra de los que pueblan nuestro mundo, no sigan leyendo, porque éste no es un artículo de esos.
Es un artículo de catarsis. Catarsis de las que te dan cuándo te destrozas el alma y no tienes un martillo pilón a mano. Oh, sí, la vida sentimental de Thiago. Salgan, que salpico.
Hace ya cinco años (si no recuerdo mal), tras una noche similar en un apartamento de la calle José Abascal, en el que salí con exactamente la misma sensación que escribo ahora, escribí una catarsis por escrito similar. Ese texto se ha perdido en el abismo de la historia, y los involucrados viven una ajetreada pero feliz existencia en una ciudad de provincias.
Esa noche aprendí algo.
Esa noche aprendí que uno puede hacer las cosas bien, ser el perfecto caballero, y seguir siendo rechazado.
Y, como ahora, no supe qué sentía.
Porque en realidad, ahora mismo tendría que estar maldiciendo a todo Dios. Y, sin embargo, no puedo sino echarme la culpa a mí. Como entonces. Porque yo mismo me he condenado.
Yo mismo me he condenado convirtiéndome en una persona tan tremendamente especial (especial en un sentido empíricamente neutro, si tengo alguna imagen de mí mismo ahora mismo no es precisamente buena) que cuesta Dios y ayuda encontrar a alguien, sea del sexo que sea, con quién sentirse realmente a gusto.
Yo mismo me he condenado al defender de forma tan cerril mi manera de ser que he rechazado tantos y tan buenos consejos de tan buenos amigos que me incitan a convertirme en alguien más interesante y atractivo. Rechazado por miedo a convertirme en la caricatura de algo de lo que alguien podría enamorarse, sólo para verse vilmente decepcionada al encontrar mi verdadero yo bajo la crosta.
Yo mismo me he condenado al dejar crecer en mí un miedo tan atroz a meter la pata, que me convierto en una masa estúpida y gelatinosa que no hace sino meter la pata. Yo mismo me he condenado al creer y fantasear que la gente puede enamorarse por compasión, cosa que, por lo que la experiencia me ha enseñado, sólo sucede en las películas de Billy Wilder.
Dice la leyenda que las mujeres no se acuestan con sus amigos. Generalmente, tampoco se acuestan con desconocidos. Con lo que lo único que queda es que las mujeres sólo se acuestan con sus enemigos.
Y yo me niego. Porque yo mismo me he condenado de la peor manera posible: siendo tan jodidamente buena persona. Tan jodidamente buena persona que me niego a ser un cabrón con tal de echar un polvo. Tan jodidamente buena persona que cuándo la mujer más impresionante que ha dado Suecia en una generación se me echó literalmente al cuello, me negué a seguirle el juego para que no se arrepintiese la mañana siguiente. Tan jodidamente buena persona que cuándo uno de mis mejores amigos rompe el Sagrado Código Calixtino no sólo no tengo ganas de aplicarle ración de navaja albaceteña sino que, además, le felicito, y por si no fuera lo suficientemente gilipollas, tengo ganas de hablar con la muchacha para hablarle de la joya que ha cazado.
Y es que soy así. Éstos tiempos salvajes no fueron hechos para mí.
Y me siento desesperanzadoramente solo.
Por el amor de Dios, que alguien me saque de ésta.
Seguiremos informando.
Es un artículo de catarsis. Catarsis de las que te dan cuándo te destrozas el alma y no tienes un martillo pilón a mano. Oh, sí, la vida sentimental de Thiago. Salgan, que salpico.
Hace ya cinco años (si no recuerdo mal), tras una noche similar en un apartamento de la calle José Abascal, en el que salí con exactamente la misma sensación que escribo ahora, escribí una catarsis por escrito similar. Ese texto se ha perdido en el abismo de la historia, y los involucrados viven una ajetreada pero feliz existencia en una ciudad de provincias.
Esa noche aprendí algo.
Esa noche aprendí que uno puede hacer las cosas bien, ser el perfecto caballero, y seguir siendo rechazado.
Y, como ahora, no supe qué sentía.
Porque en realidad, ahora mismo tendría que estar maldiciendo a todo Dios. Y, sin embargo, no puedo sino echarme la culpa a mí. Como entonces. Porque yo mismo me he condenado.
Yo mismo me he condenado convirtiéndome en una persona tan tremendamente especial (especial en un sentido empíricamente neutro, si tengo alguna imagen de mí mismo ahora mismo no es precisamente buena) que cuesta Dios y ayuda encontrar a alguien, sea del sexo que sea, con quién sentirse realmente a gusto.
Yo mismo me he condenado al defender de forma tan cerril mi manera de ser que he rechazado tantos y tan buenos consejos de tan buenos amigos que me incitan a convertirme en alguien más interesante y atractivo. Rechazado por miedo a convertirme en la caricatura de algo de lo que alguien podría enamorarse, sólo para verse vilmente decepcionada al encontrar mi verdadero yo bajo la crosta.
Yo mismo me he condenado al dejar crecer en mí un miedo tan atroz a meter la pata, que me convierto en una masa estúpida y gelatinosa que no hace sino meter la pata. Yo mismo me he condenado al creer y fantasear que la gente puede enamorarse por compasión, cosa que, por lo que la experiencia me ha enseñado, sólo sucede en las películas de Billy Wilder.
Dice la leyenda que las mujeres no se acuestan con sus amigos. Generalmente, tampoco se acuestan con desconocidos. Con lo que lo único que queda es que las mujeres sólo se acuestan con sus enemigos.
Y yo me niego. Porque yo mismo me he condenado de la peor manera posible: siendo tan jodidamente buena persona. Tan jodidamente buena persona que me niego a ser un cabrón con tal de echar un polvo. Tan jodidamente buena persona que cuándo la mujer más impresionante que ha dado Suecia en una generación se me echó literalmente al cuello, me negué a seguirle el juego para que no se arrepintiese la mañana siguiente. Tan jodidamente buena persona que cuándo uno de mis mejores amigos rompe el Sagrado Código Calixtino no sólo no tengo ganas de aplicarle ración de navaja albaceteña sino que, además, le felicito, y por si no fuera lo suficientemente gilipollas, tengo ganas de hablar con la muchacha para hablarle de la joya que ha cazado.
Y es que soy así. Éstos tiempos salvajes no fueron hechos para mí.
Y me siento desesperanzadoramente solo.
Por el amor de Dios, que alguien me saque de ésta.
Seguiremos informando.
5 comentarios:
Ya hablaremos en persona, si te parece, que ya sabes lo que opino de los Blogs "personales". Nos vemos.
Aquí el Modoso, más falso en el culturetismo que nadie, al rescate. Descuida, querido amigo, que no estás solo y que yo y mi vida (incluyendo a la pelirroja) haremos todo lo posible porque te sientas bien. Un abrazo y te quiero.
Ánimo muchacho!! Si hay algo que pueda hacer para echar una mano, ya sabes por dónde ando.
Muchos besos, que esos siempre sirven!
En el pasado me he sentido así, con el tiempo he llegado a la tópica conclusión de que se está mejor solo que mal acompañado (desesperadamente en ambos casos), por otra parte debemos ser fieles a nuestros principios, si bien puede resultar difícil en un mundo donde no abundan valores parecidos a los nuestros y algunas mujeres no es que parezcan ser de Venus sino de la galaxia A1689-zD1. Por suerte (o por pura estadística) hay excepciones y en ocasiones la vida te puede dar una sorpresa, aunque no siempre cuando más lo necesitamos o creemos necesitarlo.
No te conozco, por lo tanto tampoco sé si es verdad lo buena persona que eres, pero tio, con la obra de arte hecha blog que tienes, me has hecho ver una luz que por circunstancias demasiado complejas para contar a un desconocido se me ocultaba entre los más negros nubarrones. Cada persona es un universo pero con lo que me has hecho reir aqui, harias enamorarse a cualquier mujer inteligente. Ánimo, gracias por todo. Y felicidad, four more years!
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