Hermoso show el montado por los pijopunkis en mi alma mater; he pasado demasiado tiempo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense como para no hacerme la composición exacta de lo que ha sucedido sin necesidad siquiera de estar allí.
Lo de los pijopunkis, de hecho, ha alcanzado niveles preocupantes. Con su anodino lenguaje, basado en los futuros imperfectos (¿la revolución será? Coño, si eres revolucionario de verdad, la revolución es o no es, porque la estás haciendo tú) en el popurrí de cientos y cientos de campañas y consignas dispuestas al placer de cada cuál (de ideas de verdad, pocas) y de la tendencia a simplificarlo todo de la manera más deleznablemente maniquea del universo, han literalmente volatilizado toda diversidad política en la facultad que, por definición, más diversa debía ser. Ahora en mi facultad, o se es pijopunki o se es pijo a secas (con la honrosa excepción de los frikis, grupo en el que siempre me he enorgullecido en participar)
Y lo más fascinante de todo, han hecho exactamente lo que Rosa Díez quería que hiciesen. Si María San Gil, Dolors Nadal y ahora la señora Díez van a éste tipo de actos en facultades netamente pijopunkis, no es precisamente para que entregados pijillos las escuchen con arrobo. Es para que les echen de todo, pudiendo así articular el discurso victimista que las ramas vasca y catalana del bigotismo (y su seudoextensión nacional, la UPD) utilizan como principal argumento electoral. ("argumento", quicir) y, ya de paso, acusar al Gobierno de permitir que éstas cosas pasen en un país tan ordenado y de bien como el nuestro.
La respuesta sensata de izquierdas es la que yo hubiera hecho sin dudar si hubiera estado allí: me hubiera apalancado en el ordenador de Dadillos (o sacado el Guillotine, si estuviera ocupado) y dejar sola en su insulso mensaje victimista a la señora Díez, que es lo que los españoles harán a mayor escala el 9 de marzo.
Seguiremos informando.
Lo de los pijopunkis, de hecho, ha alcanzado niveles preocupantes. Con su anodino lenguaje, basado en los futuros imperfectos (¿la revolución será? Coño, si eres revolucionario de verdad, la revolución es o no es, porque la estás haciendo tú) en el popurrí de cientos y cientos de campañas y consignas dispuestas al placer de cada cuál (de ideas de verdad, pocas) y de la tendencia a simplificarlo todo de la manera más deleznablemente maniquea del universo, han literalmente volatilizado toda diversidad política en la facultad que, por definición, más diversa debía ser. Ahora en mi facultad, o se es pijopunki o se es pijo a secas (con la honrosa excepción de los frikis, grupo en el que siempre me he enorgullecido en participar)
Y lo más fascinante de todo, han hecho exactamente lo que Rosa Díez quería que hiciesen. Si María San Gil, Dolors Nadal y ahora la señora Díez van a éste tipo de actos en facultades netamente pijopunkis, no es precisamente para que entregados pijillos las escuchen con arrobo. Es para que les echen de todo, pudiendo así articular el discurso victimista que las ramas vasca y catalana del bigotismo (y su seudoextensión nacional, la UPD) utilizan como principal argumento electoral. ("argumento", quicir) y, ya de paso, acusar al Gobierno de permitir que éstas cosas pasen en un país tan ordenado y de bien como el nuestro.
La respuesta sensata de izquierdas es la que yo hubiera hecho sin dudar si hubiera estado allí: me hubiera apalancado en el ordenador de Dadillos (o sacado el Guillotine, si estuviera ocupado) y dejar sola en su insulso mensaje victimista a la señora Díez, que es lo que los españoles harán a mayor escala el 9 de marzo.
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