Quién me conoce sabe que tengo por ésta mi ciudad la fe del converso. Soy una inaguantable fuente de trivialidades capitalinas, hecho del cuál no me avergüenzo en absoluto desde que me llevé más de veinte mil euros por utilizarlas en televisión. (Breve sonrisa de satisfacción.)
Y es por eso que me apena sobremanera el hecho de que mucha gente, incluso de izquierdas, asuma con terrible naturalidad que Madrid capital es un feudo de la derecha, que a Gallardón no se le echa, que es un agujero electoral, etcétera, etcétera.
Partamos de la base: Gallardón no es un ser extraterrestre. Es un político, como otro cualquiera, con sus más y con sus menos. Su mayor virtud, definitivamente, es tener un sentido de la imagen y una habilidad para la promoción mayor que la de cualquier otro político en España.
Son dos los leit-motiv de la política gallardoniana: la imagen que intenta pasar de Madrid y la imagen que intenta pasar de él mismo.
La visión albertina de la ciudad es de una gran capital cosmopolita, constantemente activa, siempre receptiva a los negocios, al deporte, al arte y al turismo. La visión que el Mediabarba quiere pasar de si mismo es la de un progresista moderado, absurdamente activo, lo suficiente valeroso para enfrentarse a la carcundia de su propio partido pero que, a pesar de todo, sigue en el PP, el partido de la gente de bien.
La visión gallardoniana de Madrid tiene un pequeño problema: más bien, tres millones de pequeños problemas. Se llaman madrileños y madrileñas y, por uno de éstos extraños casuales de la vida, viven en ésta ciudad. Y el problema viene de que, para el alcalde, ser elegido para ocupar la alcaldía le da plenos poderes para implantar SU visión de Madrid. Que esa visión no coincida con los deseos de los ciudadanos es, para Albertito, una anécdota menor. Al fin y al cabo, ¿quienes son los vecinos de un barrio, los usuarios del transporte, la oposición, en fin, la gente en general, para contrariar al Alcalde de Madrid?
Así pues, uno ve que en el Madrid de Gallardón, hay dos clases de espacios: los espacios privados y los espacios públicos: pero, ojo, que nadie piense que como "público" se entienda un espacio donde la plebe se esparza en un sin Dios de que todo el mundo hace lo que quiere. En el espacio "público" del universo Gallardón la gente hace lo que está estrictamente regulado. No vayamos a asustar a inversores y turistas ofreciendo el espantoso espectáculo de la gente viviendo la vida de forma espontánea.
En consecuencia, en el Madrid que don Alberto nos ofrece y ofrecerá, el papel de cada cuál está muy bien definido: los ciudadanos se desplazan (en coche, naturalmente, como es el derecho inalienable de todo ciudadano) hacia los espacios "públicos" donde empresas e instituciones privadas ofrecen sus bienes y servicios. Todo lo que se salga de éste planteamiento es pecado. La ciudad no puede estar para otra cosa.
Bueno, sí, para aumentar el mana de Albertito Mediabarba en su sempiterna ambición de llegar al Palacio de la Moncloa. Cada obra inaugurada, cada cinta cortada, cada cartel, es un escalón más en su imparable carrera. Es por eso que no puede dejar de construirse, jamás, por muy estúpida que pueda llegar a parecer la obra. Es la perenne actividad lo que le da publicidad y prestigio.
Y todo ésto sale carísimo a los madrileños. Votar a la derecha en las municipales garantiza a la larga una subida de impuestos urbanos, y en ninguna parte es eso tan notable como en Madrid. Desde el IBI, hasta el IVTM, pasando por la tasa de basuras, todo ha subido invariablemente más que el IPC; y eso sin contar los impuestos indirectos que suponen el hecho de que todo espacio público posible e imaginable, chirimbolos, el Metro, los andamios, esté a la venta y a disposición de los voluntariosos anunciantes, previo paso por la caja municipal, naturalmente.
Y ante ésto, ¿qué puede hacer la izquierda? Hasta ahora, a mi entender, el problema ha sido que se ha intentado buscar al Mesías: al hombre o mujer que pudiese hacerle frente a Gallardón. Craso error: en una pugna de individuo contra individuo, de candidato contra candidato, Gallardón gana sencillamente porque es para eso que orienta todo lo que hace.
El candidato de izquierdas que quiera ganar en Madrid deberá hacerlo no frente a frente, sino detrás de una combinación de propuestas electorales y la inexorable voluntad de cambio. No puede ser una pugna de a quién votar, sino a qué votar.
Y la idea que debe impulsarse, por encima de todo, es la de recuperar Madrid para sus ciudadanos.
Recuperar Madrid en tanto se escuche a los ciudadanos y se tengan en cuenta sus ideas y opiniones.
Recuperar Madrid en tanto el dinero público sea utilizado de manera mejor, o, al menos, más prudente.
Recuperar Madrid como una ciudad que ama el verde de sus árboles y de sus parques y que quiere que así siga siendo.
Recuperar Madrid como una ciudad que ama sus calles las veinticuatro horas del día.
Hay propuestas concretas que pueden salir de éstas ideas generales. Pero no corresponde a ningún partido el formularlas. Es la hora de salir ahí y preguntarle a los madrileños qué es lo que quieren para su ciudad. Tomar nota de sus ideas, ponerlas por escrito, discutirlas, llegar a un consenso y ponerlo por escrito. No será fácil, ni rápido, ni barato, pero esa, y no otra, es la plataforma la que sacará a Gallardón de su sillón.
Porque por mucho que pueda haber hecho por Madrid Alberto Ruiz Gallardón, hay una cosa que no ha hecho jamás.
Escuchar.
Seguiremos informando.
Y es por eso que me apena sobremanera el hecho de que mucha gente, incluso de izquierdas, asuma con terrible naturalidad que Madrid capital es un feudo de la derecha, que a Gallardón no se le echa, que es un agujero electoral, etcétera, etcétera.
Partamos de la base: Gallardón no es un ser extraterrestre. Es un político, como otro cualquiera, con sus más y con sus menos. Su mayor virtud, definitivamente, es tener un sentido de la imagen y una habilidad para la promoción mayor que la de cualquier otro político en España.
Son dos los leit-motiv de la política gallardoniana: la imagen que intenta pasar de Madrid y la imagen que intenta pasar de él mismo.
La visión albertina de la ciudad es de una gran capital cosmopolita, constantemente activa, siempre receptiva a los negocios, al deporte, al arte y al turismo. La visión que el Mediabarba quiere pasar de si mismo es la de un progresista moderado, absurdamente activo, lo suficiente valeroso para enfrentarse a la carcundia de su propio partido pero que, a pesar de todo, sigue en el PP, el partido de la gente de bien.
La visión gallardoniana de Madrid tiene un pequeño problema: más bien, tres millones de pequeños problemas. Se llaman madrileños y madrileñas y, por uno de éstos extraños casuales de la vida, viven en ésta ciudad. Y el problema viene de que, para el alcalde, ser elegido para ocupar la alcaldía le da plenos poderes para implantar SU visión de Madrid. Que esa visión no coincida con los deseos de los ciudadanos es, para Albertito, una anécdota menor. Al fin y al cabo, ¿quienes son los vecinos de un barrio, los usuarios del transporte, la oposición, en fin, la gente en general, para contrariar al Alcalde de Madrid?
Así pues, uno ve que en el Madrid de Gallardón, hay dos clases de espacios: los espacios privados y los espacios públicos: pero, ojo, que nadie piense que como "público" se entienda un espacio donde la plebe se esparza en un sin Dios de que todo el mundo hace lo que quiere. En el espacio "público" del universo Gallardón la gente hace lo que está estrictamente regulado. No vayamos a asustar a inversores y turistas ofreciendo el espantoso espectáculo de la gente viviendo la vida de forma espontánea.
En consecuencia, en el Madrid que don Alberto nos ofrece y ofrecerá, el papel de cada cuál está muy bien definido: los ciudadanos se desplazan (en coche, naturalmente, como es el derecho inalienable de todo ciudadano) hacia los espacios "públicos" donde empresas e instituciones privadas ofrecen sus bienes y servicios. Todo lo que se salga de éste planteamiento es pecado. La ciudad no puede estar para otra cosa.
Bueno, sí, para aumentar el mana de Albertito Mediabarba en su sempiterna ambición de llegar al Palacio de la Moncloa. Cada obra inaugurada, cada cinta cortada, cada cartel, es un escalón más en su imparable carrera. Es por eso que no puede dejar de construirse, jamás, por muy estúpida que pueda llegar a parecer la obra. Es la perenne actividad lo que le da publicidad y prestigio.
Y todo ésto sale carísimo a los madrileños. Votar a la derecha en las municipales garantiza a la larga una subida de impuestos urbanos, y en ninguna parte es eso tan notable como en Madrid. Desde el IBI, hasta el IVTM, pasando por la tasa de basuras, todo ha subido invariablemente más que el IPC; y eso sin contar los impuestos indirectos que suponen el hecho de que todo espacio público posible e imaginable, chirimbolos, el Metro, los andamios, esté a la venta y a disposición de los voluntariosos anunciantes, previo paso por la caja municipal, naturalmente.
Y ante ésto, ¿qué puede hacer la izquierda? Hasta ahora, a mi entender, el problema ha sido que se ha intentado buscar al Mesías: al hombre o mujer que pudiese hacerle frente a Gallardón. Craso error: en una pugna de individuo contra individuo, de candidato contra candidato, Gallardón gana sencillamente porque es para eso que orienta todo lo que hace.
El candidato de izquierdas que quiera ganar en Madrid deberá hacerlo no frente a frente, sino detrás de una combinación de propuestas electorales y la inexorable voluntad de cambio. No puede ser una pugna de a quién votar, sino a qué votar.
Y la idea que debe impulsarse, por encima de todo, es la de recuperar Madrid para sus ciudadanos.
Recuperar Madrid en tanto se escuche a los ciudadanos y se tengan en cuenta sus ideas y opiniones.
Recuperar Madrid en tanto el dinero público sea utilizado de manera mejor, o, al menos, más prudente.
Recuperar Madrid como una ciudad que ama el verde de sus árboles y de sus parques y que quiere que así siga siendo.
Recuperar Madrid como una ciudad que ama sus calles las veinticuatro horas del día.
Hay propuestas concretas que pueden salir de éstas ideas generales. Pero no corresponde a ningún partido el formularlas. Es la hora de salir ahí y preguntarle a los madrileños qué es lo que quieren para su ciudad. Tomar nota de sus ideas, ponerlas por escrito, discutirlas, llegar a un consenso y ponerlo por escrito. No será fácil, ni rápido, ni barato, pero esa, y no otra, es la plataforma la que sacará a Gallardón de su sillón.
Porque por mucho que pueda haber hecho por Madrid Alberto Ruiz Gallardón, hay una cosa que no ha hecho jamás.
Escuchar.
Seguiremos informando.