Empieza septiembre, y el 70º aniversario del inicio de la II Guerra Mundial permite a Pedro J. estampar en la portada de su panfleto una interesante entrevista cuyo titular es, atención, "Alemania estaba desbordada por el paro y quería un estado autoritario". Hmmmm.
Y como conmemoración, en Varsovia el gobierno local pide a Alemania y a Rusia que pidan perdón y reconozcan lo obvio, a saber, que Hitler y Stalin pactaron repartirse Polonia - para luego fostiarse por el resto.
Alemania ya pidió perdón por sus desmanes hace tiempo - y de forma muy gráfica - pero lo de Rusia, obviamente, era un poco más complicado. Pero dado que ahora hay buen rollo con el gobierno polaco - todo un contraste con la rusofobia exacerbada del gobierno de Zape Kaczynski - el mismísimo Vladimir Vladimirovich ha mandado un artículo al periódico más prestigioso de Varsovia, diciendo que sí, hombre, que mal estuvo, pero bueno, eso ya es pasado y nos espera un próspero futuro, etcétera, etcétera.
Así que ésta mañana, Zipi Kaczynski, Putin y Merkel mostrarán al mundo que, setenta años después, somos mejores personas, nos llevamos bien y no matamos a otras personas, por más que sean polacas.
Y, cuándo vuelva, Merkel se encontrará con los problemas que dejó, a saber, que la oposición de toda la vida, el Partido Socialdemócrata, se ve sobrepasada por Oskar Lafontaine y su alegre pandilla.
Expliquemos ésto: Oskar Lafontaine era el ministro de Finanzas del primer gobierno Schröder, y, desde siempre, fue elegido como cabeza visible del ala izquierda de los socialdemócratas. Resentido por no ser él mismo canciller - era el secretario general del partido, pero Schröder le ganó la nominación a la candidatura - nunca se sintió a gusto, y cuándo Schröder mostró señales de querer desmantelar parte del estado del bienestar alemán en aras del libre mercado que tantos beneficios parecía mostrar, Lafontaine se las dió de Rosa Díez pero a la inversa: se fue dando un portazo y fundó un partidículo de izquierdas de nombre impronunciable hasta en alemán.
En principio no parecería tener demasiado futuro, hasta que tomó una decisión cojonuda: unir su partido al Partido del Socialismo Democrático, el heredero designado del Partido Socialista Unificado de Alemania, el partido comunista de Alemania del Este. El PDS era una fuerza política a tener en cuenta (en el Este la oposición a la CDU son ellos, no los socialdemócratas) pero a escala nacional eran y son unos parias. Tener una figura como Lafontaine a la cabeza les permitía soñar con relevancia nacional, así que juntos fundaron un partido con el original nombre de La Izquierda.
Al contrario de lo que puedan hacerle creer, las elecciones de éste fin de semana no han sido para nada decisivas - Sajonia y Turingia están en el Este y la Izquierda ya era el segundo partido, y el Sarre es un mojón y, además, Lafontaine es de allí - pero la sensación general es que Lafontaine y sus amigos le están comiendo terreno a los miembros de la gran coalición. Algo puede saltar por los aires.
Los que sí han hecho saltar cosas por los aires han sido los japoneses, que han echado literalmente a patadas a toda una clase política: la de los burócratas con el pelo teñido y la raya a un lado, excesivos bebedores de whisky Suntory 12 años y que sólo abrían la boca para prometer una nueva carretera y gritar "banzai" cuándo el PLD ganaba las elecciones. La globalización económica es lo que tiene: está convirtiendo a Japón en un país igual que los demás, entiéndase, igual de jodido.
Seguiremos informando.
Y como conmemoración, en Varsovia el gobierno local pide a Alemania y a Rusia que pidan perdón y reconozcan lo obvio, a saber, que Hitler y Stalin pactaron repartirse Polonia - para luego fostiarse por el resto.
Alemania ya pidió perdón por sus desmanes hace tiempo - y de forma muy gráfica - pero lo de Rusia, obviamente, era un poco más complicado. Pero dado que ahora hay buen rollo con el gobierno polaco - todo un contraste con la rusofobia exacerbada del gobierno de Zape Kaczynski - el mismísimo Vladimir Vladimirovich ha mandado un artículo al periódico más prestigioso de Varsovia, diciendo que sí, hombre, que mal estuvo, pero bueno, eso ya es pasado y nos espera un próspero futuro, etcétera, etcétera.
Así que ésta mañana, Zipi Kaczynski, Putin y Merkel mostrarán al mundo que, setenta años después, somos mejores personas, nos llevamos bien y no matamos a otras personas, por más que sean polacas.
Y, cuándo vuelva, Merkel se encontrará con los problemas que dejó, a saber, que la oposición de toda la vida, el Partido Socialdemócrata, se ve sobrepasada por Oskar Lafontaine y su alegre pandilla.
Expliquemos ésto: Oskar Lafontaine era el ministro de Finanzas del primer gobierno Schröder, y, desde siempre, fue elegido como cabeza visible del ala izquierda de los socialdemócratas. Resentido por no ser él mismo canciller - era el secretario general del partido, pero Schröder le ganó la nominación a la candidatura - nunca se sintió a gusto, y cuándo Schröder mostró señales de querer desmantelar parte del estado del bienestar alemán en aras del libre mercado que tantos beneficios parecía mostrar, Lafontaine se las dió de Rosa Díez pero a la inversa: se fue dando un portazo y fundó un partidículo de izquierdas de nombre impronunciable hasta en alemán.
En principio no parecería tener demasiado futuro, hasta que tomó una decisión cojonuda: unir su partido al Partido del Socialismo Democrático, el heredero designado del Partido Socialista Unificado de Alemania, el partido comunista de Alemania del Este. El PDS era una fuerza política a tener en cuenta (en el Este la oposición a la CDU son ellos, no los socialdemócratas) pero a escala nacional eran y son unos parias. Tener una figura como Lafontaine a la cabeza les permitía soñar con relevancia nacional, así que juntos fundaron un partido con el original nombre de La Izquierda.
Al contrario de lo que puedan hacerle creer, las elecciones de éste fin de semana no han sido para nada decisivas - Sajonia y Turingia están en el Este y la Izquierda ya era el segundo partido, y el Sarre es un mojón y, además, Lafontaine es de allí - pero la sensación general es que Lafontaine y sus amigos le están comiendo terreno a los miembros de la gran coalición. Algo puede saltar por los aires.
Los que sí han hecho saltar cosas por los aires han sido los japoneses, que han echado literalmente a patadas a toda una clase política: la de los burócratas con el pelo teñido y la raya a un lado, excesivos bebedores de whisky Suntory 12 años y que sólo abrían la boca para prometer una nueva carretera y gritar "banzai" cuándo el PLD ganaba las elecciones. La globalización económica es lo que tiene: está convirtiendo a Japón en un país igual que los demás, entiéndase, igual de jodido.
Seguiremos informando.
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