Sin duda habrán visto ustedes alguna de éstas películas de época en la que los protagonistas declaran su intención de tener un duelo honorable abofeteando con un guantelete el rostro del agraviador. Es la imagen que me viene a la cabeza cuándo leo las últimas novedades de Honduras, y es que la situación actual que tanto el gobierno de Micheletti, como la OEA, como los Estados Unidos, se están dando amables bofetones con guantes vacíos, a la espera de que alguien tome vergüenza y se salga del impasse de una pugnetera vez.
La fecha clave para el gobierno de Micheletti es el 27 de enero de 2010. En esa fecha termina constitucionalmente el mandato del presidente Zelaya, y, a partir de ese día no será más presidente de Honduras; obviamente, no de facto, pero tampoco de iure. En previsión de ese día, el gobierno ha convocado elecciones presidenciales. Técnicamente unas elecciones libres serían la solución más pragmática de la crisis, pero lo de libres va a ser improbable: pero con el país en estado de sitio, los militares pegando tiros por las calles, y la más que probable ausencia de cualquier misión de observación, es obvio que poca gente va a poder hacer campaña, cuánto menos aquellos cuyas ideas estén más cercanas al presidente expulsado.
Uno de los motivos de la insistencia por parte del presidente Zelaya en favor de su propia reelección es por la ausencia de una base partidaria de la cuál sacar un sucesor. Honduras no tiene un gran partido de izquierdas como pueden tenerlo Nicaragua o el Salvador; en gran medida, su sistema de partidos sigue estando en el siglo XIX: conservadores y liberales, o, por color, azules y colorados. (El propio Zelaya fue elegido por los liberales-colorados) El temor de Zelaya es que, tras echarse al monte, el Partido Liberal eligiese un candidato mucho más moderado que él. Y, por lo que parece, así ha sido, pero el pobre hombre no puede hacer campaña por más que se esfuerce.
Mientras, el presidente Zelaya está en la embajada. Como usuario regular del Servicio Consular de la Embajada de la República Federativa de Brasil en Madrid, doy fe de que nadie se queda demasiado tiempo en un edificio diplomático brasileño a no ser que sea imprescindible (y aun así, que se lo digan a sus funcionarios). El gobierno Lula ha soltado un órdago bien gordo en la crisis (nunca el Itamaraty había intervenido tan directamente en una crisis latinoamericana de éste calibre) y la maniobra le ha salido relativamente bien: se ha convertido del tirón en la voz de los legitimistas en la OEA, ante la abulia del gobierno Obama, a quién Honduras ni le va ni le viene.
El problema aquí es que desde el momento en que los militares hondureños se toman el constitucionalismo a la tremenda (o sea, si alguien quiere cambiar la constitución, aunque sea legal y democráticamente, colleja) queda claro que la única forma de recobrar la legitimidad en Honduras es vía rifles. Y nadie está interesado: ni los Estados Unidos (por razones obvias) ni Hugo Chávez (una cosa es comprar armas y la otra usarlas, y, aparte, ya bastante tiene con lo suyo) ni nadie más (porque no pueden). El único que, si le dejan, puede ir a darle capones a alguien, es el secretario general de la OEA, Luis Miguel Insulza, pero él no tiene rifles.
El tiempo corre. Seguiremos informando.
La fecha clave para el gobierno de Micheletti es el 27 de enero de 2010. En esa fecha termina constitucionalmente el mandato del presidente Zelaya, y, a partir de ese día no será más presidente de Honduras; obviamente, no de facto, pero tampoco de iure. En previsión de ese día, el gobierno ha convocado elecciones presidenciales. Técnicamente unas elecciones libres serían la solución más pragmática de la crisis, pero lo de libres va a ser improbable: pero con el país en estado de sitio, los militares pegando tiros por las calles, y la más que probable ausencia de cualquier misión de observación, es obvio que poca gente va a poder hacer campaña, cuánto menos aquellos cuyas ideas estén más cercanas al presidente expulsado.
Uno de los motivos de la insistencia por parte del presidente Zelaya en favor de su propia reelección es por la ausencia de una base partidaria de la cuál sacar un sucesor. Honduras no tiene un gran partido de izquierdas como pueden tenerlo Nicaragua o el Salvador; en gran medida, su sistema de partidos sigue estando en el siglo XIX: conservadores y liberales, o, por color, azules y colorados. (El propio Zelaya fue elegido por los liberales-colorados) El temor de Zelaya es que, tras echarse al monte, el Partido Liberal eligiese un candidato mucho más moderado que él. Y, por lo que parece, así ha sido, pero el pobre hombre no puede hacer campaña por más que se esfuerce.
Mientras, el presidente Zelaya está en la embajada. Como usuario regular del Servicio Consular de la Embajada de la República Federativa de Brasil en Madrid, doy fe de que nadie se queda demasiado tiempo en un edificio diplomático brasileño a no ser que sea imprescindible (y aun así, que se lo digan a sus funcionarios). El gobierno Lula ha soltado un órdago bien gordo en la crisis (nunca el Itamaraty había intervenido tan directamente en una crisis latinoamericana de éste calibre) y la maniobra le ha salido relativamente bien: se ha convertido del tirón en la voz de los legitimistas en la OEA, ante la abulia del gobierno Obama, a quién Honduras ni le va ni le viene.
El problema aquí es que desde el momento en que los militares hondureños se toman el constitucionalismo a la tremenda (o sea, si alguien quiere cambiar la constitución, aunque sea legal y democráticamente, colleja) queda claro que la única forma de recobrar la legitimidad en Honduras es vía rifles. Y nadie está interesado: ni los Estados Unidos (por razones obvias) ni Hugo Chávez (una cosa es comprar armas y la otra usarlas, y, aparte, ya bastante tiene con lo suyo) ni nadie más (porque no pueden). El único que, si le dejan, puede ir a darle capones a alguien, es el secretario general de la OEA, Luis Miguel Insulza, pero él no tiene rifles.
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