La más reciente buzzword contra el gobierno de Zapatero, unánime en casi toda la oposición, sea el PP, sea UPyD, sea Juan Luis Cebrián y sus siete enanitos, es "improvisación". Yo mismo he tratado tangencialmente del asunto, unos cuántos días atrás.
Por más que duela decirlo, el problema principal que ha tenido el PSOE - no el Gobierno - es que ha sido abiertamente incapaz de llevar la política española según sus propios términos. Siempre ha ido (o, al menos, ha parecido ir) a remolque de los acontecimientos, sean éstos titulares de prensa, situaciones de crisis o la última ocurrencia del bigotismo.
Y, sobre todo en tiempos de crisis, un gobierno debe dar la apariencia de que está llevando el timón. En consecuencia, lo que debe hacer éste gobierno es, en todo momento, dejar claro a los ciudadanos que está haciendo lo que tiene que hacer.
Que es improvisar.
La economía, por más que le pese tanto a los clasicistas ortodoxos (si sigue alguno vivo) como a los esquizofrénicos hayekianos que pululan por ahí - algunos en puestos de importancia -, es una ciencia social. Y, como tal, es una ciencia dinámica, sujeta a infinidad de variables, desde la productividad por empleado al estado del tiempo, pasando por la selección española de fúmbo (y, si no me creen, calculen el número de personas que no irían a currar el lunes si España ganase un Mundial el domingo y piensen en cuánto afectaría eso al PIB). En economía, como en toda ciencia social, uno nunca puede estar seguro al 100% de nada - de ahí que, a la larga, el destino de cualquier economía planificada es fracasar.
En consecuencia, la política económica, cualquier política económica, debe estar regida, por encima de todo, por un pragmatismo insuperable. Estar al tanto, ajustar, probar, acertar, fracasar; lo único que debe hacer la ideología aquí es trazar líneas rojas que no se pueden superar - y líneas púrpuras para cuándo, tarde o temprano, se superen las líneas rojas.
Lo contrario de eso es lo que propugna el bigotismo. Para ellos, gobernar es ceñirse a un programa económico y no soltarlo ni a tiros. Y de hecho, para mayor abundamiento, el conservadurismo hispánico no tiene un programa económico; tiene dos: el ideal y el real - que según ellos debe perpetuarse ad aeternam.
En el programa ideal, la política económica supone ceñirse férreamente a la ortodoxia de la teoría libegal, a saber, lo que necesitamos son menos impuestos, menos gasto público y que el Estado no meta las narices donde no le llaman, que es lo que viene a ser todo.
Y ceñirse a esa ortodoxia, como hemos visto, primero en países como Argentina o Tailandia, y luego a escala global, conduce a que las recesiones cíclicas golpeen a la gente corriente de forma más larga y fulminante.
En el programa real, la política económica consiste en mantener la economía española en 1962: España ha de vivir del turismo y de lo que pueda hacer su mano de obra barata y poco cualificada, mayormente pisos. Para eso ha de contar con la connivencia de un Estado sobre todo pequeño y poco eficaz, que sea capaz de tolerar la corrupción que sea necesaria para permitir el enriquecimiento rápido y fácil de aquél que decida no tener escrúpulos, y, al mismo tiempo, mantener el poder adquisitivo de las clases acomodadas, que al fin y al cabo es la que cuenta.
Y es esa política económica es la que ha hecho más dura nuestra caída en el agujero de la crisis - y lo que nos va a hacer más duro salir.
Así que vuelvo a reiterar: lo que necesitamos es replantearnos el paradigma de la economía española que queremos. No podemos seguir aspirando a ser un país desarrollado si nuestra economía sigue basándose en los principios que nos sacaron del subdesarrollo; hay que dar un paso más. Necesitamos más y mejor educación para todos: y ahí el Estado tiene que estar detrás (más que nada, por que cuesta menos). Necesitamos mejores infraestructuras (aún mejores) y ahí el Estado tiene que estar detrás. Necesitamos garantizar la tranquilidad social (entendiendo por ésto que será atendido en caso de necesidad) de los trabajadores (en democracia, el trabajador más tranquilo es el más productivo) y ahí el Estado tiene que estar detrás (porque estoy con el señor Senserrich: la protección social, mejor en manos del Estado que de los empresarios, aunque éstos tengan que pagar más impuestos)
¿Y como llegamos a eso? Lo acabo de decir: pues ya veremos.
Seguiremos informando.
Por más que duela decirlo, el problema principal que ha tenido el PSOE - no el Gobierno - es que ha sido abiertamente incapaz de llevar la política española según sus propios términos. Siempre ha ido (o, al menos, ha parecido ir) a remolque de los acontecimientos, sean éstos titulares de prensa, situaciones de crisis o la última ocurrencia del bigotismo.
Y, sobre todo en tiempos de crisis, un gobierno debe dar la apariencia de que está llevando el timón. En consecuencia, lo que debe hacer éste gobierno es, en todo momento, dejar claro a los ciudadanos que está haciendo lo que tiene que hacer.
Que es improvisar.
La economía, por más que le pese tanto a los clasicistas ortodoxos (si sigue alguno vivo) como a los esquizofrénicos hayekianos que pululan por ahí - algunos en puestos de importancia -, es una ciencia social. Y, como tal, es una ciencia dinámica, sujeta a infinidad de variables, desde la productividad por empleado al estado del tiempo, pasando por la selección española de fúmbo (y, si no me creen, calculen el número de personas que no irían a currar el lunes si España ganase un Mundial el domingo y piensen en cuánto afectaría eso al PIB). En economía, como en toda ciencia social, uno nunca puede estar seguro al 100% de nada - de ahí que, a la larga, el destino de cualquier economía planificada es fracasar.
En consecuencia, la política económica, cualquier política económica, debe estar regida, por encima de todo, por un pragmatismo insuperable. Estar al tanto, ajustar, probar, acertar, fracasar; lo único que debe hacer la ideología aquí es trazar líneas rojas que no se pueden superar - y líneas púrpuras para cuándo, tarde o temprano, se superen las líneas rojas.
Lo contrario de eso es lo que propugna el bigotismo. Para ellos, gobernar es ceñirse a un programa económico y no soltarlo ni a tiros. Y de hecho, para mayor abundamiento, el conservadurismo hispánico no tiene un programa económico; tiene dos: el ideal y el real - que según ellos debe perpetuarse ad aeternam.
En el programa ideal, la política económica supone ceñirse férreamente a la ortodoxia de la teoría libegal, a saber, lo que necesitamos son menos impuestos, menos gasto público y que el Estado no meta las narices donde no le llaman, que es lo que viene a ser todo.
Y ceñirse a esa ortodoxia, como hemos visto, primero en países como Argentina o Tailandia, y luego a escala global, conduce a que las recesiones cíclicas golpeen a la gente corriente de forma más larga y fulminante.
En el programa real, la política económica consiste en mantener la economía española en 1962: España ha de vivir del turismo y de lo que pueda hacer su mano de obra barata y poco cualificada, mayormente pisos. Para eso ha de contar con la connivencia de un Estado sobre todo pequeño y poco eficaz, que sea capaz de tolerar la corrupción que sea necesaria para permitir el enriquecimiento rápido y fácil de aquél que decida no tener escrúpulos, y, al mismo tiempo, mantener el poder adquisitivo de las clases acomodadas, que al fin y al cabo es la que cuenta.
Y es esa política económica es la que ha hecho más dura nuestra caída en el agujero de la crisis - y lo que nos va a hacer más duro salir.
Así que vuelvo a reiterar: lo que necesitamos es replantearnos el paradigma de la economía española que queremos. No podemos seguir aspirando a ser un país desarrollado si nuestra economía sigue basándose en los principios que nos sacaron del subdesarrollo; hay que dar un paso más. Necesitamos más y mejor educación para todos: y ahí el Estado tiene que estar detrás (más que nada, por que cuesta menos). Necesitamos mejores infraestructuras (aún mejores) y ahí el Estado tiene que estar detrás. Necesitamos garantizar la tranquilidad social (entendiendo por ésto que será atendido en caso de necesidad) de los trabajadores (en democracia, el trabajador más tranquilo es el más productivo) y ahí el Estado tiene que estar detrás (porque estoy con el señor Senserrich: la protección social, mejor en manos del Estado que de los empresarios, aunque éstos tengan que pagar más impuestos)
¿Y como llegamos a eso? Lo acabo de decir: pues ya veremos.
Seguiremos informando.
1 comentario:
Muy interesante y bien explicado.
Leo tus posts con frecuencia desde hace tiempo porque me gusta el enfoque y el toque de humor que le das a la actualidad política.
Un saludo de un casi-politólogo.
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