martes, 3 de noviembre de 2009

Cascotes (XIV)

Primer cascote:

Está debajo de debajo de debajo de las noticias de portada de El País, pero créame, señora, es noticia: el Constitucional checo ha echado abajo el recurso contra el Tratado de Lisboa presentado por un grupo de senadores.

El Tratado de Lisboa es un engendro, un constructo hecho tarde, mal y a rastras para consolidar las instituciones europeas (hasta ahora repartidas entre literalmente chiquicientas instituciones distintas) en una gran mole consolidada llamada Unión Europea. Al contrario que la Constitución Europea, creada por inspiración francesa para unificar y complicar simplificando (no es un oxímoron: es Giscard D'Estaing) el Tratado de Lisboa es una típica componenda europea: un aparateo para permitir que los de siempre (a saber, Francia y Alemania) puedan seguir llevando el cotarro de una Europa de veintinueve países.

En contra estaban los de siempre: los británicos, Pili y Mili Kacynski y, de quién tratamos ahora, el mítico Vaclav Klaus.

Como saben, los checoslovacos llevaron su Revolución de Terciopelo de forma bastante cívica, con gente brillante como Vaclav Havel a la cabeza. Pero una vez llegaron las elecciones democráticas, los nacional-populistas dominaron el cotarro, tanto en la República Checa como en Eslovaquia. Vaclav Klaus es un ejemplo de libro de nacional-populista: anticomunista (entendiendo por comunismo cualquier cosa a su izquierda, que es mucho) euroescéptico y negacionista del cambio climático (¿a quién no saben quién edita sus libros en España?) El bueno de don Wenceslao se ha pasado los últimos años intentando poner palos en las ruedas al proceso de integración europea - y ahora que es Presidente de la República Checa, puede: sin firma no hay ratificación, y sin ratificación no hay puñetero Tratado de Lisboa.

La excusa oficial es que quiere evitar que los alemanes puedan poner demandas en el nuevo Tribunal Europeo de Justicia para reclamar tierras incautadas a los sudetes; la excusa oficiosa es por tocar los cojones.

El problema que tiene ahora es que es esclavo de sus palabras: dijo a principios del año pasado que si él era el último obstáculo a la ratificación del tratado, no sería él el que lo bloquearía. Obviamente, ha esperado a que, efectivamente, fuese él mismo el último obstáculo - tras la decisión de hoy, ya lo es: los otros 26 países de la UE ya han firmado -pero ahora queda la duda de si, ahora que está todo Dios mirando, Vaclav Klaus no aprovechará la oportunidad para seguir haciendo el payaso.

Segundo cascote:

Rubiano me pasa un enlace diciendo que la Biblioteca Nacional se ha negado a que Google digitalice sus libros, diciendo que ya tiene un acuerdo de digitalización con Telefónica.

Leyendo la noticia completa tampoco es para tanto: la digitalización, a la larga, se va a producir, y no descartan un acuerdo con Google Books para disponibilizar la colección digital.

Lo que jode es saber que probablemente el procedimiento de Google va a ser mucho más rápido, mucho más barato y va a tener una interfaz más intuitiva en comparación con los procedimientos de digitalización de la BN: sólo con ver la interfaz de la Hemeroteca Nacional digitalizada, que parece diseñada para Netscape Communicator, te dan ganas de pegar a alguien.

Seguiremos informando.


2 comentarios:

Dixie Daisy dijo...

Sobre el primer cascote, entiendo que es una debacle más derivada del hecho en sí de la Globalización, componente inherente a la crisis global que vivimos. Aun siendo partidaria de la anulación de las fronteras históricas, comprendo que no es una solución de fácil resolución, máxime si prevalecen los intereses patrios/económicos (comerciales en cualquier caso) sobre el bienestar general. La sensación imperante es que los dirigentes mundiales se dedican a la política del hoy-para-mañana, del parcheo en definitiva. Atlas, gigante con tobillos de barro, pretende sostener un mudo sobre el que se producen millones de fisiones atómicas cada décima de segundo. Pues no se trata de una visión imparcial, sino de la despiadada búsqueda de intereses particulares disfrazada de altruismo bipolar. No olvidemos que son simples seres humanos quienes nos dirigen (manipulan, mejor dicho). Esperar un nuevo gesto de generosidad de Prometeo es la auténtica utopía. Pero los cargos electorales siguen un ciclo temporal. Han de conjugarse la paciencia, el entendimiento y buen hacer de múltiples generaciones para evitar que tan discutible buena voluntad no traiga mayores tragedias que las que supuestamente pretende reparar.

Sobre el segundo cascorro, nuevamente he de referir la Globalización, componente indispensable (si no motor). Las telecomunicaciónes y la tecnología en sí parecen arrastrarnos, más que ayudarnos. ¿Está el ser humano preparado para semejante vorágine? Los hechos demuestran que no. La famosa frase: "lo quiero para ayer" es hoy en día la realidad cotidiana que nos toca vivir. En resumen, al igual que ha pasado con los servidores para intercambiar música, películas, etc... antes o después los libros traspasaran la barrera del papel para enclaustrarse en una pantalla. El tiempo que transcurra vendrá determinado por la demanda del público. Nuevamente predomina el interés comercial (y no me malinterprete el creativo/autor de turno, quién bien se merece una retribución por el trabajo realizado). Mientras escribía estas reflexiones una pregunta ha surcado mi mente ¿cuál es el precio de la cultura? ¿es posible ponerle precio? ¿se le debe poner precio?

Dixie Daisy dijo...

Prosigo... La cuestión que me ronda por la cabeza es, reconociendo el derecho del autor a cobrar por su obra, ¿debe valer más un libro que un disco?, ¿un disco más que una talla de un aborigen desconocido de cualquier tribu? ¿Quién ha de determinarlo? El caché del autor/artista delimita el público que tiene acceso a su obra, creando una jerarquía economico-cultural cuyo abolimiento viene siendo declarado desde el medievo (lo que en España queda más o menos a unos 35 años atrás). Pero existe una disruptiva entre ambos propósitos (remuneración para el autor/artista vs cultura al alcance de todos -mal llamada "cultura popular"- al entrelazar ambos aspectos con una óptica despectiva). ¿Debería el Estado sufragar los gastos derivados? Desafortunadamente, incluso en los estadios más boyantes de la economía, esto supondría un gasto desorbitado tal y como se desarrolla la distribución de la actividad cultural (generalizando) en los días presentes. Me niego a continuar (y pido disculpas por las molestias de elucubrar en "voz alta" al respecto), pues tales pensamientos pasan por cuestionar el papel de la distribución. Ciertamente, internet podría ser un medio de facilitar un reparto ecuánime y cuantitativo. Pero el hecho es que no lo es, al depender de un soporte que ni mucho menos puede poseer, por poner un ejemplo, ese desconocido aborigen que anteriormente mencionaba, quien en estos momentos se encuentra ajeno (cuando no indiferente) a todas estas preguntas y deliveraciones, pero quién, aún sin comerlo ni beberlo, se encuentra inmerso y dependiente de decisiones ajenas. Cruce de intereses, en el que prevalece la dictadura económica que determina el control de los medios (y vuelvo a generalizar). Sólo veo una solución a ambos cascotes, la bondad y generosidad del ser humano. Lamentablemente, hemos involucionado en cuanto a altruismo y solidaridad (aquí me gustaría recalcar la diferencia abismal entre solidaridad y caridad, aún sin profundizar en el tema). ¿Qué fué de los ideales humanitarios? Quzás los pseudo-jipis de Silicon Valley tengan algo que decir, la panacea. Aún, de ser así, si alguna vez pensaron en mejorar el mundo, hace tiempo que esas ideas se perdieron en el insondable agujero negro de sus bolsillos.

Entre tanto he encontrado este blog: http://elsexodelasmoscas.blogspot.com/

Hago mutis. Voy a leer un rato. (Las sombras pronuncian suspiros de alivio ;P ). A tí, Thiago, te invito a leer conmigo. Quizás podamos debatirlo algún día. Besos.