Antes de nada, permítanme darles un consejo: no se bajen los pantalones en plena calle. Yo lo he hecho y, créanme: es inútil, no es divertido, y, pensado en frío, no es digno ni decente. Tras éste breve consejo, vamos a lo que vamos, que es a darle una ojeada a las noticias de las últimas 72 horas.
China: Dentro de la enormidad que es China, Xinjiang es prácticamente un mundo aparte. Para que se hagan una idea, Urümqi, la capital, está más lejos de Pekín de lo que Oslo está lejos de Madrid. Los uigures, la etnia mayoritaria en la región, son culturalmente más parecidos a los uzbekos o a los kazajos que a los chinos han. Además, son musulmanes, lo cuál, en el impresionantemente paranoide estado policial chino les convierte en hombres malos y violentos por definición.
Como sabrán, China está viviendo el mayor éxodo rural de la historia de la humanidad. Millones (literal) de personas abandonan provincias rurales como Sichuan o Anhui en busca de una vida mejor. El gobierno de la República Popular China, con el doble objetivo de evitar el colapso de las metrópolis costeras y reforzar la seguridad de las fronteras más vulnerables, subvenciona generosamente a los chinos han que en lugar de dirigirse a Shenzhen o a Shanghai prefieren asentarse en el Tíbet o en Xinjiang. Obviamente los chinos han obtienen los mejores trabajos, tanto en el sector público como en el privado. El desprecio por lo local llega hasta tal punto que hasta la hora oficial en Urumqi es la hora oficial de Pekín (lo que lleva a que, al menos oficialmente, en Xinjiang amanece sobre las diez y media de la mañana)
Naturalmente, ésto genera resentimiento que, de vez en cuándo, estalla. Y cuándo estalla, es resuelto al estilo tradicional: a tiros. Repercusión final del asunto, cero. En seis meses estará olvidado. Suena cínico y despreciable, y lo es. Esperar y ver.
Honduras: Tenemos aquí un impasse: un presidente oficialmente legítimo de un lado, y un gobierno oficialmente ilegítimo del otro. Problema: los ilegítimos tienen rifles (el ejército hondureño parece mostrarse homogéneamente favorable al nuevo gobierno) y el legítimo no los tiene (y nadie piensa dárselos, ni siquiera Hugo-go)
¿Lo mejor que puede pasar? Que el gobierno ilegítimo convoque inmediatamente elecciones presidenciales y que éstas sean concienzudamente verificadas por observadores internacionales: empezar de cero. La esperanza que tengo es que la misión enviada a la OEA sea, específicamente, para informar de esas intenciones. Tampoco es que lo vea seguro, ni mucho menos.
¿Lo peor que puede pasar? Que Zelaya se suba a un avión, intente aterrizar en Toncontín y que pase una de éstas dos cosas: que se estrelle (lo que en Toncontín es tremendamente probable, dado que es un aeropuerto muy peligroso) o que lo vuelen por los aires de un misilazo. Ahí tenemos una guerra civil (más bien una masacre a gran escala, dado que, como he dicho, el Ejército no está por la labor de dividirse) y tachán, vuelta a 1982, así, de un soplo.
Camps: Antes de nada: el juez ES del PP. Imputar a Camps el mismo día de la presentación de Cristiano Ronaldo, en éste país de Dios, es garantizar que en ningún rotativo nacional (salvo quizás el Público y, por la cuenta que le trae, El País) vaya a plantar mañana las cinco columnas. Y si no, al tiempo.
Cuándo estaba en la facultad, mi gigantesco, asmático y simpatiquísimo profesor de Gestión y Administración Pública me dijo en una ocasión que si uno no podía resistir la tentación y deseaba recibir regalos por el ejercicio de su función pública, que se cuidase con que, al menos, los regalos fuesen cosas que uno mismo pudiese pagar con su sueldo; daba más y mejor el pego en caso de público escrutinio.
Francisco Camps, por lo que parece, ha seguido éste sabio principio, pero sin caer en la cuenta de que, cuánto más sube uno, más frecuente y concienzudo es el público escrutinio, y que, técnicamente (pero no, hélas, en la práctica) el electorado es indiferente a la escala de los vicios de sus gobernantes: pues vicios son, y como tal deben ser castigados. (Oigo las risas sardónicas de mis lectores desde Tijuana hasta Johannesburgo.)
La respuesta del bigotismo se inscribe dentro del principio de Cela: Quién aguanta, triunfa. El PP ha sabido entender que, para el ciudadano español desinformado (o sea, su electorado potencial) la dimisión equivale a reconocer la culpabilidad; y lo que es peor, que si el que dimite es culpable, el que no lo dimite no lo es. Diga lo que diga el juez, Camps no va a ir a la cárcel; en consecuencia, y salvo iluminación del Todopoderoso y la Santísima Virgen de los Desamparados que le lleve a sentir el, hasta ahora desconocido por él, concepto de vergüenza, el presidente de la Generalitat Valenciana paseará su cementado rostro y más cementados trajes por plazas de toros sin fin hasta las próximas y triunfales elecciones.
Seguiremos informando.
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