Viniendo en el tren ésta mañana, una escena triste; justo al dejar la estación de Las Matas en dirección al Pinar de las Rozas, la capa de nubes que cubría el cielo dejó paso, en una definida y clara línea, a un cielo azul cristalino. Ahí se confirmaba que la capa de nubes, de unos diez kilómetros de ancho, no era tal, sino la pluma del incendio en Arenas de San Pedro que ha provocado la muerte de una persona.
Luis Bárcenas, tesorero del partido político más votado del país, ha dimitido de sus cargos en el partido. He comentado más de una vez que en culturas más sabias y veteranas en política que ésta, o, sin ir tan lejos, en Portugal, la gente dimite siendo relativamente inocente (por ejemplo, al permitir una tragedia por omisión). El motivo es que existe un concepto de responsabilidad política; es decir, la convicción de que una persona elegida para cumplir una función cívica debe cumplir con unos parámetros de honradez y limpieza superiores a lo normal (siendo lo normal lo que queda definido por la responsabilidad civil o penal)
La prueba más concluyente de la pervasiva presencia de las ideas de Francisco Franco en el conservadurismo español, es, precisamente, la ausencia del concepto de responsabilidad política. Me explico: Franco detestaba la democracia partidista: la "política", como lo definia el infausto galaico. Para el dictador, los "políticos" eran criaturas viles y deleznables, contrarias a los hombres como él, que actuaban infaliblemente por el bien común. Así pues, según la composición mental del conservadurismo hispano, los políticos no sólo no son (ni pueden ser) mejores que el resto de la sociedad; todo lo contrario: son peores y más corruptos. En consecuencia, se da por sentado que los políticos roban y utilizan el poder en su propio beneficio. De ahí la doble conclusión de que, primero, todos son unos ladrones; así que o dimiten todos o no dimite nadie. Y segundo, la negociación y el diálogo son herramientas políticas, ergo fundamentalmente corruptas: el buen gobernante no hace política, y se dedica a imponer su programa vía rodillo parlamentario. Y en el resto del tiempo, populismo.
¿Entonces, por qué Bárcenas dimite? Porque en el PP saben que si quieren volver a gobernar necesitan la mayoría absoluta. Y aunque pueden ganar sólo con sus vociferantes bases (como probaron las últimas europeas) para la mayoría absoluta es necesario contar con un electorado de centro al cuál éstas ideas tardo-franquistas no le resultan tan convincentes. Así pues, la "dimisión" sirve para contentar a ese electorado: una cabeza del Bautista para probar que en Génova somos gente honrada. Pero por desgracia, la bandeja tiene doble fondo: Bárcenas sigue siendo senador (y cobrando como tal) y no ha sido expulsado del partido: le enviarán a un modesto despachito desde donde podrá volver cuándo las aguas hayan vuelto a su cauce.
Seguiremos informando.
Luis Bárcenas, tesorero del partido político más votado del país, ha dimitido de sus cargos en el partido. He comentado más de una vez que en culturas más sabias y veteranas en política que ésta, o, sin ir tan lejos, en Portugal, la gente dimite siendo relativamente inocente (por ejemplo, al permitir una tragedia por omisión). El motivo es que existe un concepto de responsabilidad política; es decir, la convicción de que una persona elegida para cumplir una función cívica debe cumplir con unos parámetros de honradez y limpieza superiores a lo normal (siendo lo normal lo que queda definido por la responsabilidad civil o penal)
La prueba más concluyente de la pervasiva presencia de las ideas de Francisco Franco en el conservadurismo español, es, precisamente, la ausencia del concepto de responsabilidad política. Me explico: Franco detestaba la democracia partidista: la "política", como lo definia el infausto galaico. Para el dictador, los "políticos" eran criaturas viles y deleznables, contrarias a los hombres como él, que actuaban infaliblemente por el bien común. Así pues, según la composición mental del conservadurismo hispano, los políticos no sólo no son (ni pueden ser) mejores que el resto de la sociedad; todo lo contrario: son peores y más corruptos. En consecuencia, se da por sentado que los políticos roban y utilizan el poder en su propio beneficio. De ahí la doble conclusión de que, primero, todos son unos ladrones; así que o dimiten todos o no dimite nadie. Y segundo, la negociación y el diálogo son herramientas políticas, ergo fundamentalmente corruptas: el buen gobernante no hace política, y se dedica a imponer su programa vía rodillo parlamentario. Y en el resto del tiempo, populismo.
¿Entonces, por qué Bárcenas dimite? Porque en el PP saben que si quieren volver a gobernar necesitan la mayoría absoluta. Y aunque pueden ganar sólo con sus vociferantes bases (como probaron las últimas europeas) para la mayoría absoluta es necesario contar con un electorado de centro al cuál éstas ideas tardo-franquistas no le resultan tan convincentes. Así pues, la "dimisión" sirve para contentar a ese electorado: una cabeza del Bautista para probar que en Génova somos gente honrada. Pero por desgracia, la bandeja tiene doble fondo: Bárcenas sigue siendo senador (y cobrando como tal) y no ha sido expulsado del partido: le enviarán a un modesto despachito desde donde podrá volver cuándo las aguas hayan vuelto a su cauce.
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