Divertidísima la sucesión de resbalones de la ínclita Municipalidad de Madrid respecto a las Fiestas del Orgullo Gay. Antes de ayer mismo decían que era la situación era intolerable, que los vecinos de Chueca no hacían sino quejarse y que era imprescindible mover la fiesta a otro sitio menos molesto. Y curiosamente, en menos de veinticuatro horas se consideró que había sido un malentendido, y que como iban a quitarle la fiesta al barrio, por el amor de Dios.
Obviamente, la idea de cortarle las alas al Orgullo vino de la indispensable señora de Aznar López, en un paso más en su obsesión de vivir en un mundo donde las peras sean peras, las manzanas sean manzanas, y las criaturas peludas de Alfa Centauro sean criaturas peludas de Alfa Centauro. Cada día que pasa me refuerzo más en mi opinión de que Ana Botella está en el ayuntamiento simplemente para que Ruiz-Gallardón pueda enmendarle la plana y parecer más de izquierdas. Y lo jodido es que le funciona, al hijoputarl. Pero en fin.
La marcha atrás del ayuntamiento es, en opinión de éste su corresponsal, la certificación oficial de la conversión final del Orgullo Gay. Lo que antaño era exclusivamente una pública reivindicación social cargada ideológica y políticamente, se ha convertido, por obra y gracia de la gloriosa tendencia a la celebración de éste maravilloso país mío, en las fiestas patronales del barrio de Chueca (o, como ya le oí decir a alguien alguna vez, las fiestas de san Marica)
Y qué quieren que les diga: me parece bien. Estoy totalmente a favor de la inmensa mayoría de las reivindicaciones políticas de los grupos LGBT, pero siempre he mirado con circunspección a los über-activistas, ésta gente que no puede pensar en divertirse porque está demasiado ocupada luchando; fundamentalmente porque choca con mi visión del marxismo, que no puede entender a Karl sin Groucho.
Además, como verbena popular establecida, el Orgullo obtiene la ventaja que tienen todas las fiestas populares en España: manga ancha. Para desgracia de casi todos nosotros, las fiestas patronales de cualquier sitio justifican cualquier tropelía. Pensarán que me refiero a las crueldades animales, pero ahora mismo no sé qué decirles qué es más cruel: el toro embolado, o la orquesta "Expejoss" acompañando a una pobre tonadillera de tres al cuarto fusilar una versión de Se Me Enamora el Alma a las dos y media de la mañana (diatribas que le salen a uno tras intentar dormir durante unas cuántas fiestas de Santiago Apóstol en Collado Villalba)
Pero, en mi opinión, lo más importante es que, al reunir a millones de personas de todo tamaño, edad, clase y condición, homos y heteros alike, el Orgullo se convierte en la celebración del hecho incontestable de que en ésta ciudad, sin importar quién, qué o cómo se sea, hay un derecho inalienable que no se nos puede quitar: la posibilidad de beber en la calle mientras se habla a gritos con los amigos.
Es la esencia del madrileñismo fiestero, joder. Así que éste fin de semana allí me encontrarán.
Seguiremos informando.
Obviamente, la idea de cortarle las alas al Orgullo vino de la indispensable señora de Aznar López, en un paso más en su obsesión de vivir en un mundo donde las peras sean peras, las manzanas sean manzanas, y las criaturas peludas de Alfa Centauro sean criaturas peludas de Alfa Centauro. Cada día que pasa me refuerzo más en mi opinión de que Ana Botella está en el ayuntamiento simplemente para que Ruiz-Gallardón pueda enmendarle la plana y parecer más de izquierdas. Y lo jodido es que le funciona, al hijoputarl. Pero en fin.
La marcha atrás del ayuntamiento es, en opinión de éste su corresponsal, la certificación oficial de la conversión final del Orgullo Gay. Lo que antaño era exclusivamente una pública reivindicación social cargada ideológica y políticamente, se ha convertido, por obra y gracia de la gloriosa tendencia a la celebración de éste maravilloso país mío, en las fiestas patronales del barrio de Chueca (o, como ya le oí decir a alguien alguna vez, las fiestas de san Marica)
Y qué quieren que les diga: me parece bien. Estoy totalmente a favor de la inmensa mayoría de las reivindicaciones políticas de los grupos LGBT, pero siempre he mirado con circunspección a los über-activistas, ésta gente que no puede pensar en divertirse porque está demasiado ocupada luchando; fundamentalmente porque choca con mi visión del marxismo, que no puede entender a Karl sin Groucho.
Además, como verbena popular establecida, el Orgullo obtiene la ventaja que tienen todas las fiestas populares en España: manga ancha. Para desgracia de casi todos nosotros, las fiestas patronales de cualquier sitio justifican cualquier tropelía. Pensarán que me refiero a las crueldades animales, pero ahora mismo no sé qué decirles qué es más cruel: el toro embolado, o la orquesta "Expejoss" acompañando a una pobre tonadillera de tres al cuarto fusilar una versión de Se Me Enamora el Alma a las dos y media de la mañana (diatribas que le salen a uno tras intentar dormir durante unas cuántas fiestas de Santiago Apóstol en Collado Villalba)
Pero, en mi opinión, lo más importante es que, al reunir a millones de personas de todo tamaño, edad, clase y condición, homos y heteros alike, el Orgullo se convierte en la celebración del hecho incontestable de que en ésta ciudad, sin importar quién, qué o cómo se sea, hay un derecho inalienable que no se nos puede quitar: la posibilidad de beber en la calle mientras se habla a gritos con los amigos.
Es la esencia del madrileñismo fiestero, joder. Así que éste fin de semana allí me encontrarán.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Posdata: como es habitual, el Consorcio Regional de Transportes sigue sin considerar que eventos como el Orgullo o la Noche en Blanco sean de su incumbencia. Así que, como no tengo ni la más mínima intención de pegarme con otras 225 personas para sentarme en las 40 plazas del búho a Villalba, pregunta: ¿hay alguien con algún sofá vacante el sábado para un servidor?
si quieren quitar las fiestas del orgullo, que el Madrid celebre cuando gane algo en las Rozas y no en Madrid.
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