Aullan traición en los editoriales conservadores: El ministro Moratinos viaja a Gibraltar. Es un acto indudablemente valeroso, que reconoce definitivamente un hecho que nunca habíamos hecho hasta ahora y que, a pesar de su simplicidad, España había pasado por alto desde 1713: los gibraltareños tienen derecho a formar parte de las negociaciones respecto a su futuro.
Hecho incontestable: la inmensísima mayoría de los gibraltareños quiere la autodeterminación como poco, la independencia cuándo mucho. El Reino Unido se habría sacado el problema de encima hace tiempo, pero dos motivos le frenan los pies: primero, la Royal Navy sigue sacándole provecho a la base naval (pero eso también podría tratarse en las negociaciones) y segundo y más importante, se lo sigue prohibiendo el tratado de Utrecht.
Los gibraltareños han llegado a considerar una declaración unilateral de independencia, o UDI, en inglés (de hecho, eso discutían nuestros queridos ancianitos llanitos) pero son perfectamente conscientes de que, si lo hacen, les va a llover un frac de hostias por todos lados, así que se privan de intentarlo.
Hecho incontestable: Por esa misma regla de tres, los gibraltareños favorables a una incorporación a España caben en un taxi y, si somos optimistas, en un minibús. Dudo que sea porque el pueblo gibraltareño sea de natural antiespañol (de hecho, como bien demostraron en Vicisitud y Sordidez, han adoptado nuestras costumbres y cultura de forma heterogénea pero entusiasta), sino por el hecho de que llevamos desde el Gran Asedio haciendoles putadas en mayor o menor escala. El cierre de la verja, naturalmente, destaca, pero no es el único de los agravios que los llanitos nos pueden echar a la cara.
Y dado que esa estrategia de confrontación, más adaptada a nuestro racial espíritu, por desgracia no nos ha llevado a ninguna parte, el gobierno ha decidido dar un giro de 180º, para desesperación de los columnistas numantinos que cuánto menos exigen que la Legión eche a la Pérfida Albión de nuestro suelo: hablar con los gibraltareños, facilitarles la vida, demostrarles que en España no mordemos y que estaremos encantados de tenerles de vuelta. Va a ser heroico y, desde luego, no va a ser para ahora, pero si se sigue por ese camino podemos llegar a alguna parte.
Nuestra posición, a mi pesar, sigue siendo que Gibraltar se reincorpore a España de alguna que otra manera. Yo, como saben, favorezco la independencia de Gibraltar, más que nada porque soy un fan de los microestados. Por eso y porque creo que convertir a Gibraltar en el 45º municipio de la provincia de Cádiz, así, sin más, significaría convertir de una vez por todas y para siempre al Campo de Gibraltar en la región más pobre y fea de España.
Seguiremos informando.
Hecho incontestable: la inmensísima mayoría de los gibraltareños quiere la autodeterminación como poco, la independencia cuándo mucho. El Reino Unido se habría sacado el problema de encima hace tiempo, pero dos motivos le frenan los pies: primero, la Royal Navy sigue sacándole provecho a la base naval (pero eso también podría tratarse en las negociaciones) y segundo y más importante, se lo sigue prohibiendo el tratado de Utrecht.
Los gibraltareños han llegado a considerar una declaración unilateral de independencia, o UDI, en inglés (de hecho, eso discutían nuestros queridos ancianitos llanitos) pero son perfectamente conscientes de que, si lo hacen, les va a llover un frac de hostias por todos lados, así que se privan de intentarlo.
Hecho incontestable: Por esa misma regla de tres, los gibraltareños favorables a una incorporación a España caben en un taxi y, si somos optimistas, en un minibús. Dudo que sea porque el pueblo gibraltareño sea de natural antiespañol (de hecho, como bien demostraron en Vicisitud y Sordidez, han adoptado nuestras costumbres y cultura de forma heterogénea pero entusiasta), sino por el hecho de que llevamos desde el Gran Asedio haciendoles putadas en mayor o menor escala. El cierre de la verja, naturalmente, destaca, pero no es el único de los agravios que los llanitos nos pueden echar a la cara.
Y dado que esa estrategia de confrontación, más adaptada a nuestro racial espíritu, por desgracia no nos ha llevado a ninguna parte, el gobierno ha decidido dar un giro de 180º, para desesperación de los columnistas numantinos que cuánto menos exigen que la Legión eche a la Pérfida Albión de nuestro suelo: hablar con los gibraltareños, facilitarles la vida, demostrarles que en España no mordemos y que estaremos encantados de tenerles de vuelta. Va a ser heroico y, desde luego, no va a ser para ahora, pero si se sigue por ese camino podemos llegar a alguna parte.
Nuestra posición, a mi pesar, sigue siendo que Gibraltar se reincorpore a España de alguna que otra manera. Yo, como saben, favorezco la independencia de Gibraltar, más que nada porque soy un fan de los microestados. Por eso y porque creo que convertir a Gibraltar en el 45º municipio de la provincia de Cádiz, así, sin más, significaría convertir de una vez por todas y para siempre al Campo de Gibraltar en la región más pobre y fea de España.
Seguiremos informando.
2 comentarios:
Por mi parte nunca me he opuesto a una frontera peninsular al sur que permita más opciones de exilio cuando a los del garrote les de por volver.
Coño, don Draco, qué sensato. Y además una estación de la BBC, para oír noticias sin censurar.
Publicar un comentario